Capítulo 10: ¿Qué hago aquí?

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¿Alguna vez os habéis despertado y, durante unos segundos, no recordado qué día es, dónde estáis o qué teníais que hacer hoy? Pues así me sentía yo aquella mañana. Pasaron varios segundos, y después unos pocos minutos, y no lograba acordarme de qué lugar era ese ni de cómo había llegado hasta allí.

Mentiría si dijese que no recordaba nada, pues no era exactamente así. Sabía quién era: Carla Rodríguez Alonso; también el nombre de mis padres, mi casa en Madrid, ah, y cómo olvidarme de Rubén, mi novio. "Tengo 22 años" me dije a mí misma obligándome a hacer memoria, "llevo... dos años opositando para entrar en el Cuerpo Nacional de Policía"; "yo estaba..."

De pronto caí. ¡La entrevista psicológica! Había acudido a un edificio gubernamental para realizar la entrevista personal con el psicólogo de la policía. Después... una explosión, ¡un atentado! Y... ahí es hasta donde alcanzaba a recordar. Después no había nada, absolutamente nada.

Mi primer impulso fue buscar mi teléfono móvil, pero no estaba. Mi ropa... era una especie de bata blanca. Había dos camas en esa habitación con paredes amarillentas. La luz del sol se filtraba por sendas ventanas a los laterales. Pude escuchar voces al otro lado de la puerta, que por su eco, deduje se trataba de un pasillo.

La chica de la cama de al lado se despertó. Yo estaba sentada en la mía, mirando desorientada cada detalle de aquel desconocido lugar. Calculo que tendría más o menos mi edad. Era morena y tenía el pelo corto. Estaba muy delgada, y me llamó la atención su nariz, apuntada y ligeramente grande.

-Hola, Poni -me saludó ella-, saltaba a la vista que me conocía. Yo la miré y le sonreí, pero no dije nada-. Oh... Ya, no tienes ni idea de quién soy, ¿a que no?

Negué con la cabeza. -Lo siento. No recuerdo nada desde...

-El atentado, ya -me interrumpió ella frotándose los ojos y sentándose sobre su cama. La tía se me quedó mirando durante varios segundos, debo confesar que sentí miedo.

-¿Qué pasa? -pregunté incomodada.

-Es que no consigo entender cómo es posible que olvides todo a cada rato -dijo con voz maravillada, como si tuviera cinco años-. Todos los días hablamos, y rara vez terminamos una conversación sin entrar en bucle. Y luego, por la mañana, ¡fiu! Olvidas por completo quién soy. Es fascinante, por una vez en mi vida siento que no soy yo la rara, ¡te amo!

-Ya... -titubeé yo tratando de ser políticamente correcta y evitar tratar a aquella extraña chica como si fuera una loca, algo que, por otro lado, me nacía hacer-. ¿Cómo te llamas?

-¿En serio no lo sabes? Inténtalo.

-¿Lo he recordado alguna vez?

-Creo que no -contestó ella pensativa-. Vale, pues por millonésima vez, soy Isabel.

-Carla -me presenté yo-, aunque supongo que ya lo sabes.

-Lo sé, Poni.

-¿Qué es eso de Poni? -quise saber.

-Es como te llamo desde ayer -respondió ella-. Estuvimos hablando de cosas que hacíamos de niñas, y me contaste que habías hecho hípica.

-Ah... puede ser -no sabía que se lo había contado, pero era cierto, podía recordar mi vida pasada, y aquello era verdad. -¿Dónde estamos?

-En el manicomio.

-¿Qué?

-En el hospital psiquiátrico -aclaró Isabel-. Somos unas asesinas -añadió sacudiendo su cuerpo con cierta satisfacción, como si todo aquello fuera un juego.

-¿Has matado a alguien? -pregunté asustada.

-Sí -contestó ella-, ¡pues claro! Ay... Mireia, la chica que me amargó en el insti, la que me quemó el vestido... La maté, cogí un cuchillo, me planté frente a ella nada más llegar a clase y la apuñalé, una y otra y otra vez... hasta que se cayó al suelo la muy cerda.

-Me estás vacilando -dudé yo.

-¿Crees que esto es un hospital? -planteó Isabel. No... Aquello no era un hospital.

-Esto es muy fuerte -opiné yo-. ¿Por qué hiciste eso?

-Oye, que yo al menos no me he cargado a un héroe nacional -se defendió.

-¿A un héroe? -pregunté cada vez más sorprendida.

-Ese policía al que cosiste a tiros en su coche -explicó ella-. Fue el que fulminó a esos terroristas del atentado del que hablas. Toda España hablaba de él en las noticias, y tú le mataste.

No podía creer lo que me estaba contado. ¿Yo asesinando a alguien? ¡¿A un agente del mismo cuerpo al que pretendía ingresar?! Aquello no parecía posible. Pero... Estaba claro que me encontraba un hospital psiquiátrico. Además, si una chica de 22 años incapaz de recordar nada nuevo asesinase a alguien, con total seguridad la encerrarían en un lugar así y no en un centro penitenciario ordinario. Pensándolo bien, tenía bastante sentido. 

-Vamos a desayunar, anda -dijo Isabel saltando de su cama como un resorte.

-Espera... Isabel -contesté yo antes de que se acercase a la puerta-. Solo una pregunta, ¿cuánto llevo aquí?

-Mmm -rememoró ella-. ¿Dos semanas?

-¡Dos semanas! -repetí yo incapaz de creer aquello. Me quedé petrificada. Imaginaos el miedo que puede sentir alguien que se despierta en un psiquiátrico, privado de su libertad, supuestamente por asesinar a un agente de policía, a uno considerado un héroe, y no recordar haberlo hecho. Además, no había nadie conocido allí, ninguna cara familiar de las que sí podía acordarme. ¿Y si no era el día de visitas? Tendría que soportar aquella incertidumbre durante un tiempo que no recordaría, algo así como una eternidad, para volver a verlos.

Un hombre abrió la puerta y nos invitó a Isabel y a mí a salir, era la hora de desayunar. Supe que tenía que hacer algo, de algún modo sentí que ya había llegado a esa conclusión antes. Si tuviera papel y bolígrafo, o tal vez mi teléfono móvil... podría apuntar algunas cosas para no olvidarlas, pero sabía que en aquel lugar no iban a facilitarme nada de eso.

No iba a rendirme. Todo cuanto había pasado tras el atentado, así como durante mi estancia en aquel lugar, no podía haber desaparecido. El mundo no deja de existir cuando duermes, así que tampoco cuando olvidas. Tenía que haber una forma de recordar, e iba a encontrarla.




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