Capítulo 6: Torres

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"¿Qué hora es?" me pregunté aquella mañana al despertarme en mi habitación

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"¿Qué hora es?" me pregunté aquella mañana al despertarme en mi habitación. Mi memoria no volvía, algo que me preocupó. Instintivamente, cogí el teléfono móvil y leí algunos de los mensajes que tenía en Whatsapp. 

Finalmente, miré mis archivos. Fotos, anotaciones y... tres notas de voz:

-"Nota Primera. Hola, Carla, soy Carla. No recordarás esto cuando lo escuches, ni yo recordaré haberlo grabado. Nadie sabe quién te atacó, y la investigación, como verás en las anotaciones, demuestra que no fue ninguno de los tres terroristas abatidos. Voy a iniciar nuestra propia pesquisa. Para no olvidar cada avance, dejaré grabado lo que descubra y tú deberás hacer lo mismo. Confía en lo que dejamos grabado las Carlas anteriores, nunca nos mentiríamos a nosotros mismas". 

-"Nota Segunda. Yo estaba sentada en el banco del pasillo izquierdo de la segunda planta del edificio donde fui convocada para la entrevista psicológica cuando escuché la explosión. Mi entrevista estaba programada para las 12, y eran las 12.01 cuando sucedió. Huí de allí a esa hora, y fui encontrada en la salida este. El último de los terroristas, Jalaf, fue abatido en la salida sur a las 12.04, junto a sus dos acompañantes, Mohamed y Faid. Es imposible que me intentase asesinar uno de ellos por el camino, no hubo tiempo material para tales desplazamientos, luego tiene que haber un cuarto terrorista o asesino, y fue quien intentó estrangularme".

-"Nota Tercera. He hablado con la inspectora Elisa y el Oficial Adrián. Ambos confirman mi sospecha, pero aseguran que no hubo ningún otro detenido aquel día. Quien me atacó está libre".

Tenía fotografiado un titular de prensa y una anotación: "Investigar sobre Jairo Torres". Enseguida encontré la noticia por Internet. Jairo era un joven de 19 años que fue apuñalado por Jalaf (uno de los terroristas) en una parada de autobús poco antes del atentado. Pobre chico, morir así...

Me llevó casi dos horas encontrar la dirección donde los padres de aquel muchacho vivían. Tenía mis métodos. La apunté y me dirigí al metro, algo me decía que aquello me aportaría nueva y valiosa información para mi investigación.

Llegué a una pintoresca urbanización. Las aceras eran blancas, así como la fachada de todas las casas. Había parterres y plantas en las ventanas. Tardé un poco en encontrar la vivienda que buscaba. Lo cierto es que esta clase de urbes eran mis preferidas. Tranquilas, alejadas del tráfico y, a la vez, cerca de Madrid capital y todas sus ventajas. Algo ideal.

Llamé a la puerta un par de veces. Una mujer de unos 50 años me abrió. Era delgada, con la nariz puntiaguda y el pelo negro, el cual llevaba atado en un moño.

-Disculpe, ¿es esta la vivienda de la familia Torres? -pregunté educadamente.

-Sí, ¿por qué? -contestó ella.

Me presenté. Carla, una chica de 22 años a la que trataron de asesinar el mismo día que a su hijo, probablemente el mismo grupo de terroristas. La mujer, Ángeles, me invitó al instante a entrar en su casa y me dio un té con pastas. Era evidente que empatizaría conmigo. Me acompañó hasta el salón de estar y me invitó a sentarme, aquellos sofás, con telas oscuras de varios colores, eran bastante cómodos.

Su marido, Gabriel Torres, también entró en el salón de estar. Él era algo mayor, con pelo canoso y una notoria y redonda barriga. Al parecer era taxista, pero no estaba de servicio.

-Has... debido de pasarlo muy mal -dijo Ángeles tras contarles lo de mi memoria.

-¿Y dices no recordar nada, nada? -preguntó Gabriel-. Ni caras, ni voces...

-No -aclaré yo-, ni siquiera sé cómo hice para sobrevivir, lo último que recuerdo es estar corriendo por los pasillos.

Ambos asintieron. Sus caras reflejaban tal tristeza... debe de ser horrible tener que enterrar a un hijo, un dolor tal que uno no puede ni imaginar en sus peores pesadillas. No creo que nadie se recupere jamás de algo así, no del todo.

Durante un rato, les expliqué mi situación. Mi reflexión grabada en la nota segunda respondía a detalles que incluso entonces podía recordar. Tuvo que haber un cuarto asesino, y era lo que estaba buscando.

-¿Un cuarto terrorista? -preguntó Gabriel-. No puede ser, Adrián disparó a todos.

-Lo sé -contesté yo-, pero hablé también con él, y suscribió mis sospechas.

-No nos ha dicho nada -señaló el varón.

-¿Cómo? -les pregunté yo entonces-. ¿También habla con ustedes?

-Sí, claro -respondió Gabriel-, es nuestro sobrino.

Ángeles cogió una fotografía familiar y me la enseñó. En ella aparecían Adrián y el tal Jairo, con unos diez años menos.

-No sabía que fuese... primo de Jairo -deduje yo en voz alta.

-Sí, su padre es el hermano de Gabriel -explicó entonces la mujer.

-Es una pena que no les disparase antes -opinó Gabriel con desánimo-, de ser así, ahora nuestro hijo seguiría vivo.

-No digas eso, cielo... -reprendió algo incómoda la mujer-, él es un agente de la ley, no podía saber lo que pasaría antes de que pasase ni disparar al primer sospechoso que viera.

-Tengo... que irme -concluí yo levantándome del sofá. 

Aquel amable matrimonio, insistiendo en que me quedase un poco más, me despidió en la puerta de su vivienda ante mi decisión por irme. Acababa de descubrir algo importante, y debía anotarlo antes de olvidarlo.

Nada más salir, caminé unos pocos metros y cogí mi teléfono móvil para hacer una nueva grabación de voz. La verdad es que sentí hacer todo aquello por mera inercia, pero algo me movía a no parar, algo que no lograba comprender.

-"Nota Cuarta. El apellido de Adrián es: Torres, el mismo que el de Jairo, pues son primos. Adrián fue quien abatió a los jóvenes terroristas. ¿Pudo tratarse de una venganza?"

¿El motivo de mi sospecha? Investigaba lo sucedido el día del atentado. Sabía que Adrián había estado allí, y, en su foto, había una anotación que decía: "No confíes en él". A pesar de no recordar nada, confiaba en mí misma y en todo cuanto había grabado y anotado. Aquel avance debería ayudarme. Adrián sabía algo que yo no recordaba, tal vez le vi tomándose la justicia por su mano, o quizás no, ¿quién sabe?

Recibí una llamada. Era Rubén, mi novio. Me preguntó dónde estaba, así como el motivo de mis viajes en solitario.

-Deja de preocuparte tanto por mí, me falla la memoria, pero no soy una niña -le contesté.

-Pues un día vas a perderte y... en fin, hoy mis padres no están, ¿te apetece... venirte?

Sonreí. Una noche a solas con Rubén, ¿cómo negarme? Accedí y me puse en camino. Recordaba la ciudad de Madrid, mi ciudad natal, así que no había posibilidad de perderme, siempre que tuviera presente en todo momento hacia dónde me dirigía.    


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