Capítulo 2: Hospitalización

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Me desperté sobresaltada

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Me desperté sobresaltada. Una pesadilla, un hombre que me perseguía y quería matarme. De algún modo, aquella escena me resultaba familiar, no obstante, no conseguía recordar nada, ni siquiera cómo había llegado a aquel hospital.

Cogí mi teléfono móvil, siempre lo hacía. Pude ver a todos mis contactos, no había uno que no recordase. Sabía quién era, yo y la gente a la que conocía. También podía recorrer mis registros hasta el momento en que dejaba de recordar. El día de la entrevista, la explosión, yo corría y... ahí terminaba todo. No sabía cómo había perdido el conocimiento, ni tampoco cómo había llegado al hospital ni el tiempo que allí llevaba.

-Otra vez con el móvil, Cari -dijo de pronto Rubén, mi novio, que entró en solitario en la habitación donde yo me encontraba, tumbada en mi camilla. Me traía unas flores muy bonitas.

-Hola -saludé yo sonriendo-, qué alegría verte.

-Cómo estás -añadió besando mis labios antes de sentarse en la silla de las visitas-. Ayer no recordabas nada, ¿y hoy?

-Pues... te recuerdo, pero...

-Ya veo, sigues igual -señaló él-, no te preocupes, antes o después mejorarás, ¿vale?

-¿A qué te refieres con igual? -pregunté yo.

-Pues a que recuerdas todo lo que pasó antes del atentado, por eso sabes quién soy -explicó Rubén con calma-, pero nada de lo que pasa después.

-Entiendo... 

Me pasé casi tres horas hablando con mi novio. Lo cierto es que a veces sonreía, me dijo que lo hacía cuando le obligaba a repetir cosas que ya habíamos hablado, pero al margen de eso, la charla fue muy agradable, tal y como solía ser.

Cuando Rubén se fue, una enfermera de unos 35 años entró para traerme la comida. Era muy agradable y tenía una gran sonrisa.

-Aquí llega la comida para la dragona -dijo amigablemente al verme.

Yo sonreí. -Hola -saludé.

-Eres la que mejor come de toda la planta, Carla -me halagó ella.

-¿Ah, sí? -pregunté sin dejar de reírme, pues yo siempre había comido bien.

-Sí -contestó ella-, con diferencia.

-Lo siento, no...

-Ya, ya sé que no lo recuerdas, tranquila, yo sí te recuerdo a ti, preciosa.

-¿Cómo te llamas? -quise saber.

-Ángela -respondió la enfermera sonriendo-, pero todos, hasta tú, me llaman Angy.

-Es una pena no haberte conocido antes, Angy -dije yo-, de ser así te recordaría. ¿Cuánto llevo aquí?

-No hables tanto o te dolerá el cuello -me aconsejó.

Me toqué el cuello y noté cierta presión. Tenía una marca horizontal palpable, ¿habían intentado estrangularme? Me asusté un poco al notarlo. -¿Qué me pasó, Angy? -pregunté.

El rosto de la enfermera mostró su incomodidad. -Intentaron matarte, cielo -dijo ella-, pero ya estás a salvo. Llevas aquí cuatro días, pero mañana podrás irte. Bueno, come y luego vuelvo.

-¡Espera! -la detuve. Acababa de tener una idea. Cogí mi teléfono móvil y activé la cámara-. Me paso el día mirando el teléfono, lo hago sin pensar -le expliqué-. ¿Te importa si te hago una foto y apunto tu nombre? Así no te olvidaré.

-¡Qué idea tan genial! -opinó ella-. Claro, Carla, adelante -añadió sonriendo hacia mi teléfono.

Inmortalicé la imagen de Angy. Aquello me sirvió para reconocerla a partir de aquel momento, si bien no por ello recordaba nada de lo que hablábamos. También fotografíe a un par de médicos y a otras dos enfermeras. Aquella idea me ayudó a sobrellevar de algún modo mi estancia en aquel hospital.

Todo fue más fácil a la mañana siguiente cuando Angy me llevó el desayuno. Sabía quién era, y ella sonrió a pesar de que conocía que no se debía a una recuperación en mi memoria sino a la foto de mi teléfono móvil.

Me sentía algo más fuerte aquella mañana, por lo que me levanté de la cama y bajé a la planta baja para comprar un refresco antes de que mis padres llegaran para recogerme. Me sentí algo alegre. Gracias a mi teléfono móvil podía de algún modo tener noción del tiempo. Apuntaba los días que iban pasando, era el quinto día que estaba en aquel hospital.

Junto a la máquina, en la sala contigua, había gente joven. Mientras cogía una lata de Coca Cola pude ver a una pareja dentro besándose. "Qué majos" pensé en primer lugar. "El chico tiene el pelo igual que Rubén" me dije a mí misma con inocencia antes de percatarme de que el parecido era demasiado real, tanto que no era un parecido, sino el pelo de Rubén.

Olvidándome de la lata de Coca Cola, caminé hacia la sala y entré. La chica, algo bajita y morena, se asustó al verme. Yo no la conocía, pero estaba claro que ella a mí sí. Rubén se dio la vuelta y me miró. -Carla... -dijo al verme.

-¿Qué está pasando aquí, Rubén? -pregunté sin importarme las miradas curiosas de la gente del lugar.

-Nada, no está pasando nada.

Sentí mi mundo caerse a los pies. Rubén, mi novio, me engañaba, y encima me intentaba mentir cuando sabía de sobra que le había pillado. -Te he visto besarte con esa, ¡¿y me dices que no pasa nada?!

-Carla, tranquila, no es...

-No es lo que parece -dije yo terminando su frase. Estaba enfadada. No sabía cómo reaccionar ante algo así-. Y tienes la cara de venir aquí a ponerme los cuernos -remarqué con lágrimas en los ojos .

-Deja que... -intentó él para arreglarlo.

-Vete a la mierda, Rubén, desaparece -contesté saliendo de la sala y volviendo a la habitación.

Un hombre me intentó detener para darme la Coca Cola que había comprado, pero yo pasé de largo. Intenté coger mi teléfono móvil al llegar al ascensor, pero no lo tenía en el bolsillo. Debía apuntar lo que había pasado para no cometer el error de olvidarlo y llamar a Rubén de nuevo. 

Salí del ascensor y me encaminé hasta la habitación. 

-¡Carla! -me llamó Angy. Mis padres estaban junto a ella, mirándome sonriendo.

-Hola hija -saludó mi madre sonriendo-, nos vamos a casa, ¿vale?

-Tengo que... coger mi teléfono móvil -contesté yo amagando con volver a la habitación.

-Cariño -intervino mi padre, que tenía mi móvil en la mano-. Ya lo hemos cogido todo, tranquila. Vamos para el coche, venga.

-Te voy a echar de menos, Carla -dijo Angy. Yo le sonreí. Caminé hacia ella para darle un abrazo.

-Cuídate mucho, ¿vale? -me aconsejó. La despedida fue cordial, así como breve. 

Junto a mis padres volví al ascensor para irnos del hospital. Mi padre me dio entonces el teléfono móvil por fin. Yo lo cogí y revisé las fotos del personas del hospital.

-¿Te ha pasado algo, cariño? -preguntó mi madre.

-¿Algo?

-Tienes los ojos rojos -señaló ella-, ¿has llorado?

-No... No lo recuerdo -dije quedándome en blanco. Me toqué los ojos y lo cierto era que parecían húmedos. Miré mi teléfono móvil, pero no había ninguna anotación que tuviera que preocuparme o entristecerme. ¿Me había pasado algo? Era una buena pregunta.




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