La armonía prevalecía aferrada a la tranquilidad del reino, dignificada en convivencia sin temor.
Desde la aparición de aquel joven, pobre; un humilde escudero criado con nobles valores, quién osó liberar de la piedra, cuando miles fueron indignos, a la legendaria espada del fallecido rey Uther Pendragon, se esclareció lo opaco y se vislumbró un radiante porvenir.
Arturo Pendragon, hijo varón y heredero legitimo, oculto en una familia modesta desconocido a su monarquía, exigió su derecho como rey de Britania; Arthur d'Britanniae, cuyo cargo se le concedió al cumplir la profecía. Un hombre que a pesar de los impedimentos suscitados contra ha su reinado, logró sobreponerse a cada inconveniente.
Enemigos ansiados por acabarlo no dudaron en hacerse presentes. Galeses, Sajones, Pictos y muchos más declararon la guerra, derramaron sangre en sus tierras en incontables batallas, pero al final, victoria tras victoria definía cada justa, cada combate, Arturo se enalteció honorablemente.
Su nombre se propagó como el seudónimo de la paz, la esperanza y la gloria. Como siempre había sucedido en las muchas guerras, como en su batalla más importante; la del monte Badon contra los sajones o la de Deorham, él fue la inspiración ha los corazones de sus soldados. Suficiente motivación para que el triunfo se alce a favor y la dicha los aclame con intenso furor. Levantó la equidad, propagándola cual peste indetenible e inalterable, restauró idóneo a una nación en ruinas.
Sus años fueron años de oro, pulcros e inmaculados.
Hasta que la traición y el despechó le obligó actuar en un arrebato de voluntad.
Cegado por el amorío de su mejor amigo, su mano derecha; y su amada, la que robó su corazón haciéndole trizas, les persiguió en la huida de ambos amantes. Abandonó su puesto, brindándole regencia provisoria a su sobrino Mordred.
Un terrible error. El peor que haya podido cometer.
Toda esa armonía que Arturo construyó a base de confianza y dedicación, su sobrino la desmoronó con una facilidad abrumadora.
Con la soberbia en alto y la vigente partida, Mordred reveló su verdadera naturaleza, aprovechó el poder. Relució un hombre vil y déspota camuflado en las apariencias de un ángel sumiso, que en poco tiempo hundió al reino en miseria y consternación.
Así creó una alianza con los enemigos de su nación, gobernando no con hombres leales, sino con guerreros manejables y despiadados que infundiesen el miedo en su nombre. Motivado por los años que su madre, Le fay Morgana, lo educó para regir ajeno a la amabilidad, caridad, generosidad o cualquier sentimiento humano. Se convirtió en un desalmado dirigente.
He aquí dónde los habitantes atemorizados imploraban el retorno de su verdadero soberano, inseguros de sus vidas. Así era el estado crítico vivido día a día. Pánico, desesperación, hambruna.
Arturo, al tanto de los inaceptables cometidos de su sobrino, exigió inmediatamente su corona. Sin embargo, quién se deleita del éxtasis que el poder ofrece, se niega a perderle.
Mordred declaró la guerra, no sólo a su tío, sino a todos aquellos de su parte. Ocasionó en Britania masacres internas que prometía desequilibrar el orden establecido.
En estos Tiempos de Guerra instaurados en una legendaria tierra asediada por culturas variadas y magia incalculable, una lucha sin precedentes se llevará acabo en búsqueda de una mítica reliquia, un objeto capaz de doblegar o realzar la maldad, de peligrar a la vida en general.
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Caballero Blanco; Tiempos de Guerra ©
AdventureEaldian Ballester, un hombre humilde y trabajador, sin fortuna ni gloria, otro campesino sin un porvenir apartado de la pobreza y la conformidad; es marcado por misteriosas tragedias de antaño entorno a su linaje. Descubrirá secretos mayores que cua...