Capítulos 6-10

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   Las señoras de Longbourn no tardaron en ir a visitar a las de Netherfield, y éstasdevolvieron la visita como es costumbre. El encanto de la señorita Bennetaumentó la estima que la señora Hurst y la señorita Bingley sentían por ella; yaunque encontraron que la madre era intolerable y que no valía la pena dirigir lapalabra a las hermanas menores, expresaron el deseo de profundizar lasrelaciones con ellas en atención a las dos mayores. Esta atención fue recibida porJane con agrado, pero Elizabeth seguía viendo arrogancia en su trato con todo elmundo, exceptuando, con reparos, a su hermana; no podían gustarle. Aunquevaloraba su amabilidad con Jane, sabía que probablemente se debía a lainfluencia de la admiración que el hermano sentía por ella. Era evidente,dondequiera que se encontrasen, que Bingley admiraba a Jane; y para Elizabethtambién era evidente que en su hermana aumentaba la inclinación que desde elprincipio sintió por él, lo que la predisponía a enamorarse de él; pero se dabacuenta, con gran satisfacción, de que la gente no podría notarlo, puesto que Janeuniría a la fuerza de sus sentimientos moderación y una constante jovialidad, queahuy entaría las sospechas de los impertinentes. Así se lo comentó a su amiga, laseñorita Lucas.—Tal vez sea mejor en este caso —replicó Charlotte— poder escapar a lacuriosidad de la gente; pero a veces es malo ser tan reservada. Si una mujerdisimula su afecto al objeto del mismo, puede perder la oportunidad deconquistarle; y entonces es un pobre consuelo pensar que los demás están en lamisma ignorancia. Hay tanto de gratitud y vanidad en casi todos, los cariños, queno es nada conveniente dejarlos a la deriva. Normalmente todos empezamos poruna ligera preferencia, y eso sí puede ser simplemente porque sí, sin motivo;pero hay muy pocos que tengan tanto corazón como para enamorarse sin habersido estimulados. En nueve de cada diez casos, una mujer debe mostrar máscariño del que siente. A Bingley le gusta tu hermana, indudablemente; pero si ellano le ayuda, la cosa no pasará de ahí.—Ella le ayuda tanto como se lo permite su forma de ser. Si y o puedo notarsu cariño hacia él, él, desde luego, sería tonto si no lo descubriese.—Recuerda, Eliza, que él no conoce el carácter de Jane como tú.—Pero si una mujer está interesada por un hombre y no trata de ocultarlo, éltendrá que acabar por descubrirlo.—Tal vez sí, si él la ve lo bastante. Pero aunque Bingley y Jane están juntos amenudo, nunca es por mucho tiempo; y además como sólo se ven en fiestas conmucha gente, no pueden hablar a solas. Así que Jane debería aprovechar almáximo cada minuto en el que pueda llamar su atención. Y cuando lo tengaseguro, ya tendrá tiempo para enamorarse de él todo lo que quiera.—Tu plan es bueno —contestó Elizabeth—, cuando la cuestión se trata sólo decasarse bien; y si yo estuviese decidida a conseguir un marido rico, o cualquiermarido, casi puedo decir que lo llevaría a cabo. Pero esos no son los sentimientosde Jane, ella no actúa con premeditación. Todavía no puede estar segura de hastaqué punto le gusta, ni el porqué. Sólo hace quince días que le conoce. Bailó cuatroveces con él en Meryton; le vio una mañana en su casa, y desde entonces hacenado en su compañía cuatro veces. Esto no es suficiente para que ella conozcasu carácter.—No tal y como tú lo planteas. Si solamente hubiese cenado con él no habríadescubierto otra cosa que si tiene buen apetito o no; pero no debes olvidar quepasaron cuatro veladas juntos; y cuatro veladas pueden significar bastante.—Sí; en esas cuatro veladas lo único que pudieron hacer es averiguar quéclase de bailes les gustaba a cada uno, pero no creo que hayan podido descubrirlas cosas realmente importantes de su carácter.—Bueno —dijo Charlotte—. Deseo de todo corazón que a Jane le salgan lascosas bien; y si se casase con él mañana, creo que tendría más posibilidades deser feliz que si se dedica a estudiar su carácter durante doce meses. La felicidaden el matrimonio es sólo cuestión de suerte. El que una pareja crea que soniguales o se conozcan bien de antemano, no les va a traer la felicidad en absoluto.Las diferencias se van acentuando cada vez más hasta hacerse insoportables;siempre es mejor saber lo menos posible de la persona con la que vas acompartir tu vida.—Me haces reír, Charlotte; no tiene sentido. Sabes que no tiene sentido;además tú nunca actuarías de esa forma.Ocupada en observar las atenciones de Bingley para con su hermana,Elizabeth estaba lejos de sospechar que también estaba siendo objeto de interés alos ojos del amigo de Bingley. Al principio, el señor Darcy apenas se dignóadmitir que era bonita; no había demostrado ninguna admiración por ella en elbaile; y la siguiente vez que se vieron, él sólo se fijó en ella para criticarla. Perotan pronto como dejó claro ante sí mismo y ante sus amigos que los rasgos de sucara apenas le gustaban, empezó a darse cuenta de que la bella expresión de susojos oscuros le daban un aire de extraordinaria inteligencia. A estedescubrimiento siguieron otros igualmente mortificantes. Aunque detectó con ojocrítico más de un fallo en la perfecta simetría de sus formas, tuvo que reconocerque su figura era grácil y esbelta; y a pesar de que afirmaba que sus maneras noeran las de la gente refinada, se sentía atraído por su naturalidad y alegría. Deeste asunto ella no tenía la más remota idea. Para ella Darcy era el hombre quese hacía antipático dondequiera que fuese y el hombre que no la habíaconsiderado lo bastante hermosa como para sacarla a bailar.Darcy empezó a querer conocerla mejor. Como paso previo para hablar conella, se dedicó a escucharla hablar con los demás. Este hecho llamó la atenciónde Elizabeth. Ocurrió un día en casa de sir Lucas donde se había reunido unamplio grupo de gente.—¿Qué querrá el señor Darcy —le dijo ella a Charlotte—, que ha estadoescuchando mi conversación con el coronel Forster?—Ésa es una pregunta que sólo el señor Darcy puede contestar.—Si lo vuelve a hacer le daré a entender que sé lo que pretende. Es muysatírico, y si no empiezo siendo impertinente yo, acabaré por tenerle miedo.Poco después se les volvió a acercar, y aunque no parecía tener intención dehablar, la señorita Lucas desafió a su amiga para que le mencionase el tema, loque inmediatamente provocó a Elizabeth, que se volvió a él y le dijo:—¿No cree usted, señor Darcy, que me expresé muy bien hace un momento,cuando le insistía al coronel Forster para que nos diese un baile en Meryton?—Con gran energía; pero ése es un tema que siempre llena de energía a lasmujeres.—Es usted severo con nosotras.—Ahora nos toca insistirte a ti —dijo la señorita Lucas—. Voy a abrir el pianoy y a sabes lo que sigue, Eliza.—¿Qué clase de amiga eres? Siempre quieres que cante y que toque delantede todo el mundo. Si me hubiese llamado Dios por el camino de la música, seríasuna amiga de incalculable valor; pero como no es así, preferiría no tocar delantede gente que debe estar acostumbrada a escuchar a los mejores músicos —perocomo la señorita Lucas insistía, añadió—: Muy bien, si así debe ser será —ymirando fríamente a Darcy dijo—: Hay un viejo refrán que aquí todo el mundoconoce muy bien, « guárdate el aire para enfriar la sopa» , y yo lo guardaré parami canción.El concierto de Elizabeth fue agradable, pero no extraordinario. Después deuna o dos canciones y antes de que pudiese complacer las peticiones de algunosque querían que cantase otra vez, fue reemplazada al piano por su hermanaMary, que como era la menos brillante de la familia, trabajaba duramente paraadquirir conocimientos y habilidades que siempre estaba impaciente pordemostrar.Mary no tenía ni talento ni gusto; y aunque la vanidad la había hechoaplicada, también le había dado un aire pedante y modales afectados quedeslucirían cualquier brillantez superior a la que ella había alcanzado. A Elizabeth,aunque había tocado la mitad de bien, la habían escuchado con más agrado porsu soltura y sencillez; Mary, al final de su largo concierto, no obtuvo más queunos cuantos elogios por las melodías escocesas e irlandesas que había tocado aruegos de sus hermanas menores que, con alguna de las Lucas y dos o tresoficiales, bailaban alegremente en un extremo del salón.Darcy, a quien indignaba aquel modo de pasar la velada, estaba callado y sinhumor para hablar; se hallaba tan embebido en sus propios pensamientos que nose fijó en que sir William Lucas estaba a su lado, hasta que éste se dirigió a él.—¡Qué encantadora diversión para la juventud, señor Darcy! Mirándolobien, no hay nada como el baile. Lo considero como uno de los mejoresrefinamientos de las sociedades más distinguidas.—Ciertamente, señor, y también tiene la ventaja de estar de moda entre lassociedades menos distinguidas del mundo; todos los salvajes bailan.Sir William esbozó una sonrisa.—Su amigo baila maravillosamente —continuó después de una pausa al ver aBingley unirse al grupo— y no dudo, señor Darcy, que usted mismo sea unexperto en la materia.—Me vio bailar en Meryton, creo, señor.—Desde luego que sí, y me causó un gran placer verle. ¿Baila usted amenudo en Saint James?—Nunca, señor.—¿No cree que sería un cumplido para con ese lugar?—Es un cumplido que nunca concedo en ningún lugar, si puedo evitarlo.—Creo que tiene una casa en la capital. El señor Darcy asintió con la cabeza.—Pensé algunas veces en fijar mi residencia en la ciudad, porque meencanta la alta sociedad; pero no estaba seguro de que el aire de Londres lesentase bien a lady Lucas.Sir William hizo una pausa con la esperanza de una respuesta, pero sucompañía no estaba dispuesto a hacer ninguna. Al ver que Elizabeth se lesacercaba, se le ocurrió hacer algo que le pareció muy galante de su parte y lallamó.—Mi querida señorita Eliza, ¿por qué no está bailando? Señor Darcy,permítame que le presente a esta joven que puede ser una excelente pareja.Estoy seguro de que no puede negarse a bailar cuando tiene ante usted tantabelleza.Tomó a Elizabeth de la mano con la intención de pasársela a Darcy; quien,aunque extremadamente sorprendido, no iba a rechazarla; pero Elizabeth levolvió la espalda y le dijo a sir William un tanto desconcertada:—De veras, señor, no tenía la menor intención de bailar. Le ruego que nosuponga que he venido hasta aquí para buscar pareja.El señor Darcy, con toda corrección le pidió que le concediese el honor debailar con él, pero fue en vano. Elizabeth estaba decidida, y ni siquiera sirWilliam, con todos sus argumentos, pudo persuadirla.—Usted es excelente en el baile, señorita Eliza, y es muy cruel por su partenegarme la satisfacción de verla; y aunque a este caballero no le guste esteentretenimiento, estoy seguro de que no tendría inconveniente en complacernosdurante media hora.—El señor Darcy es muy educado —dijo Elizabeth sonriendo.—Lo es, en efecto; pero considerando lo que le induce, querida Eliza, nopodemos dudar de su cortesía; porque, ¿quién podría rechazar una pareja tanencantadora?Elizabeth les miró con coquetería y se retiró. Su resistencia no le habíaperjudicado nada a los ojos del caballero, que estaba pensando en ella consatisfacción cuando fue abordado por la señorita Bingley.—Adivino por qué está tan pensativo.—Creo que no.—Está pensando en lo insoportable que le sería pasar más veladas de estaforma, en una sociedad como ésta; y por supuesto, soy de su misma opinión.Nunca he estado más enojada. ¡Qué gente tan insípida y qué alboroto arman!Con lo insignificantes que son y qué importancia se dan. Daría algo por oír suscríticas sobre ellos.—Sus conjeturas son totalmente equivocadas. Mi mente estaba ocupada encosas más agradables. Estaba meditando sobre el gran placer que pueden causarun par de ojos bonitos en el rostro de una mujer hermosa.La señorita Bingley le miró fijamente deseando que le dijese qué dama habíainspirado tales pensamientos. El señor Darcy, intrépido, contestó:—La señorita Elizabeth Bennet.—¡La señorita Bennet! Me deja atónita. ¿Desde cuándo es su favorita? Ydígame, ¿cuándo tendré que darle la enhorabuena?—Ésa es exactamente la pregunta que esperaba que me hiciese. Laimaginación de una dama va muy rápido y salta de la admiración al amor y delamor al matrimonio en un momento. Sabía que me daría la enhorabuena.—Si lo toma tan en serio, creeré que es ya cosa hecha. Tendrá usted unasuegra encantadora, de veras, y ni que decir tiene que estará siempre enPemberley con ustedes.Él la escuchaba con perfecta indiferencia, mientras ella seguía disfrutandocon las cosas que le decía; y al ver, por la actitud de Darcy, que todo estaba asalvo, dejó correr su ingenio durante largo tiempo.

Orgullo y prejuicioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora