6

131 21 0
                                    

Pov Rui

En la escuela ya están como la mitad de los niños. Cuando llega la hora los maestros empiezan a dar sus discursos, esperamos a que todos lleguen y media hora después al fin nos subimos al autobús.

Desde la ventana veo a unas mamás despidiéndose de sus hijos. El sol se puede contemplar después de muchos días de lluvia, y va saliendo desde el horizonte. Creo que ya sé por qué eligen esta fecha. Es cuando acaba la temporada oscura sin sol y regresa otra vez la luz para iluminarnos. La fecha perfecta para unir más al grupo.

—¿Podrías quitarte? Yo quiero estar viendo el paisaje —escucho una voz seca y vuelvo a la realidad. El único que puede arruinar este ambiente es Masato. Sin decir nada, me paro del asiento para que Masato se acomode. Saca de su mochila unos cables y se los coloca en las orejas. Son audífonos.

—¿De dónde escuchas música? —pregunto mirándolo con una mirada curiosa.

—De esta cosa. —Saca un reproductor de música.

—¿Y si le digo al maestro para que te lo quite? —refunfuño mirándolo fríamente, ya que nos prohibieron llevar cualquier cosa que no tuviera que ver con el campamento.

—¿Y si mejor escuchas música conmigo? —Se acerca a mí y me ofrece un lado del audífono. Me quedo viendo su mano sin decir nada, y luego observo el rostro de Masato. Su mirada se ve suplicante, aunque viniendo de él, es un tipo de trampa. Pero como estoy aburrida, suspiro y digo.

—Está bien. —Me coloco el audífono en mi oreja y doy un brinco al oír gritos monstruosos a todo volumen.

—Es heavy metal —objeta carcajeándose. Sabía que no era una buena causa.

En fin, todo el camino me quedo callada excepto las veces que me habla Aki, quien está enfrente de mí. Cada vez se ven menos casas y más árboles. Después de una hora, llegamos a nuestro destino. Pero primero tengo que despertar a Masato. Así es, los gritos le dieron sueño. Lo sacudo con fuerzas intentando hacer que despierte, pero no da resultado. Tampoco me sirve gritar, así que le tapo la nariz esperando a que se le acabe el aire. En cuestión de segundos se sobresalta y abre los ojos.

—¡Qué rayos, Rui! —Su cara roja refleja su enojo.

—Ya llegamos, y te quería despertar. Ah, y estás todo rojo —digo sin tomarle importancia.

—¡¿Cómo rayos quieres que no esté rojo si casi me muero asfixiado?! —gruñe y me quita para empezar a bajarse primero. Qué odioso es.

El lugar donde nos bajamos es la entrada de un parque, lleno de árboles. Un estadio para deporte y el gimnasio están a la vista. Yo he venido a este vasto parque con mi madre cuando era más pequeña. Pasamos por el estadio, por un área de juegos y subimos un camino puntiagudo. Al fin llegamos a la casa de huéspedes que tienen. Todos nos cambiamos de zapatos y entramos.

Cada quien se va a la habitación que les asignaron. En cada cuarto hay seis literas, lo que significa que caben máximo doce personas. En nuestro cuarto están exactamente esa cantidad de niñas, tres de nuestro equipo, tres de otro equipo de 1-5, y otras seis de dos equipos de 1-3. Sólo dejamos nuestra maleta ahí y nos vamos al comedor con todos los demás.

—Tienes unos modales demasiado buenos, Rui —dice Aki entre risas y sigue comiendo en grandes cantidades en una cucharada a la vez.

Miro alrededor y todos hablan con la boca llena y otros hasta tienen la mesa llena de comida que se les cayó. ¿Acaso no saben comer decentemente?

Siete horas después, regresamos a la misma habitación para agarrar nuestra ropa y dirigirnos al baño público, todas sucias y cansadas por todo el ejercicio y actividades que hicimos.

¿Vivir sin ti? Jamás •COMPLETA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora