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El olor delicioso que desprendían los libros de hojas amarillentas; mezclado con el aroma cálido del café tostado en los días más fríos. Si a eso le sumabas el sonido incesante de las gotas cayendo afuera, sobre las hojas de las plantas en los jardines; eras capaz de tener el panorama de tarde perfecto.
No le importaba si había una decena de otros estudiantes merodeando por los pasillos; todos se mantenían inmersos en su mundo, mientras intentaban absorber la mayor cantidad de información de los textos compuestos por millares de palabras. Él se limitaba a pasar las páginas con delicadeza; reparando en cada detalle que la ilustración entregara. El único sonido capaz de romper el tintineo suave de la lluvia afuera, era su propio carboncillo deslizándose sobre la hoja impoluta de papel.
Le gustaba fantasear con que algún día tendría a una persona que quisiera hacer de modelo; y que ya no sería necesario ir a encerrarse cada semana con los libros de anatomía que más pertenecían a la sección de medicina que a la de arte. Era demasiado caro para la universidad costearse un ejemplar del Tratado de Anatomía de DaVinci que no estuviera en italiano; y al fin, si lo pensaba fríamente, los dibujos del gran artista y científico terminaban siendo utilizados con más eficacia para fines clínicos, que para la sensibilidad artística.
Cerró el libro con delicadeza, y alzó la cabeza, derrotado. Ya no era gracioso utilizar fotografías de sus propias manos como referente; y aparte, la mayoría de "modelos" dispuestos a posar para él eran chicas voluptuosas que se habían enterado de los requerimientos de las clases de arte por algún sitio de internet amarillista universitario. Siempre que alguna muchacha se le insinuaba amablemente para entregarle ayuda con sus bocetos, el final era el mismo. Estaba aburrido de deshacerse de ellas con besos tiernos en las mejillas, y la excusa de que se le hacía tarde en la sesión.
¿Tan difícil era hallar a alguien que quisiera desnudarse por fines artísticos, y no por sexo?
Ni siquiera estaba interesado en mujeres. En nadie que no le hiciera enloquecer.
Ese era su dolor de cabeza habitual. Quizás, de estar enamorado, no le sería tan difícil crear algo bonito y decente. Tendría a esa persona tan idealizada, que no sería necesario valerse de un referente visual para plasmar algo en los bastidores. Cada detalle de su anatomía estaría perfectamente guardado en su memoria, y, cómo es el amor, probablemente lo dibujaría sin dificultad entre un centenar de rosas rojas; pasión absoluta y lujuria desbordante.
De tanto estar con la mirada perdida, buscando una solución "lógica" a sus problemas, ignoró por completo al chico frente a sí.
Buscaba su mirada moviendo la cabeza en direcciones alternativas. Era alto y fuerte; y lucía serio. Con el ceño fruncido y los labios entreabiertos, a Suga le pareció irreal. La piel morena brillaba en contraste con el sweater beige de cuello alto. Cuando Suga chocó con su mirada, sonrió. Los ojos oscuros chinitos detrás de los anteojos de marco negro y grueso.