Sugar

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Había una especie de rutina que Daichi comenzó a desarrollar desde el día que comenzó a vivir junto a Suga

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Había una especie de rutina que Daichi comenzó a desarrollar desde el día que comenzó a vivir junto a Suga. Era un cronograma diario silencioso, que nunca había comentado con nadie; y que Suga había descubierto poco a poco, con averiguaciones sutiles; experimentos tiernos; y madrugando periódicamente.

Vivían en un departamento de apenas un par de metros cuadrados. Estaban apretujados entre la cama, la cocina y el baño; pero no se podía explicar quién de los dos era más feliz con la compañía del otro.

Solían hacer todo juntos, desde lavar los trastes, hasta cocinar cada una de las comidas. Había una sincronización inigualable al momento de trabajar juntos. Tres años en la cancha habían contribuido perfectamente a la convivencia que mantenían hoy en día, facilitando la vida del otro; haciendo que las tareas más tediosas se tornaran un panorama maravilloso gracias al amor inmenso que se tenían.

Sin embargo, no todo en la vida es color rosa pastel, y había días grises en que los dos chocaban por todos los rincones de la casa. Ambos ya eran personas adultas, debían trabajar arduamente para poder inventarse un futuro mejor; y el estrés laboral provocaba que toda la perfecta concordancia que tenían para vivir juntos se fuera al tarro de la basura, para que luego terminaran enredados entre corbatas apretadas y manotazos inconscientes que resultaban muy dolorosos.

Se lanzaban miradas feas, y falsas sonrisas fingiendo estar bien. Era una completa lástima que sus problemas se debieran a factores externos; les dolía que pelearan por insignificancias que ellos ni siquiera eran capaces de provocar. Se alejaban en silencio el uno del otro, hasta que llegara la hora de despedirse para partir.

Pero al final, Daichi cedía a los cinco minutos. Siempre se acercaba silencioso a Suga, por la espalda. Enredaba los brazos alrededor de su cintura y escondía el rostro en la curva nívea del hombro ajeno. Soltaba un suspiro interminable, y susurraba mil veces perdón. Suga giraba el rostro para besarlo, y sonreía; disculpándose con ojos cálidos; con aquellos ojos que eran capaces de derretir la montaña de preocupaciones que afectaban al excapitán del Karasuno.

Suga pensaba en esto a menudo. Daichi siempre le decía que él era el afortunado por haberlo conocido, pero Suga pensaba que era al revés. Daichi era el dulce; Daichi siempre se sacrificaba por su felicidad; Daichi se había enfrentado a sus padres por él hace unos años atrás; Daichi era el que más amaba, y él nunca había sabido darle una recompensa. Era tierno con él, le hacía comidas deliciosas; y lo mimaba un montón. Pero no se comparaba con el amor inigualable que el moreno le entregaba día a día; no era comparable con la mirada tierna y cálida que le daba cada mañana al despertar.

Porque así le gustaba despertar a Daichi, con Suga enredado entre sus brazos.

Porque así le gustaba despertar a Daichi, con Suga enredado entre sus brazos

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