Ethan.
1.095. Mil noventa y cinco. Tres años. Esa era la cantidad de días que iba a tener que estar fuera de su casa. En sus dieciséis años de vida hubiese pensado que le iba a pasar algo como esto. Mil noventa y cinco días en un internado para delincuentes adolescentes. Por una estupidez que ni siquiera había sido culpa suya, al menos no del todo. Pero no hubo caso: entre sus padres y la justicia no lo dejaron ni opinar del asunto. Fueron en vano sus quejas, sus defensas, los intentos por parte de sus amigos. Él iba a recibir su "merecido" castigo por un error estúpido.
Esa mañana ni siquiera se despidió, bajó en silencio las escaleras de su irritante mente lujosa casa y con un humor de perros se metió en el auto, para que Lucio, su chofer, lo llevara a su nueva residencia. No mencionó una sola palabra en las tres horas de viaje, se dedicó a mirar por la ventana sin ni siquiera poder relajarse. Por un momento pensó en memorizar el trayecto para poder escapar en cuanto tuviera oportunidad, pero después de una hora y media de que todo el paisaje consistiera de pasto, campos y alguna vaca caída del cielo, abandonó su plan por completo.
El Reformatorio 666. Incluso el nombre daba mala espina. Uno de los internados para jóvenes más antiguos y de renombre del país, por así decirlo. Solo con ver imágenes notabas el mal estado en el que se encontraba. Ethan sabía que sus padres podrían haber pagado la redención, mil citas al psicólogo, o un retiro espiritual si hubiesen querido; pero los conocía. Al enviarlo allí, ellos no pensaban en el estado de su descendiente, sino en las tapas de revistas y noticieros con titulares como: "Miller envía a su hijo al exilio", "El hijo de los Miller es confiscado a uno de los más reconocidos e inhóspitos reformatorios", etcétera. Interesados del diablo.Al llegar, Ethan perdió el rastro de ilusión que ni siquiera sabía que tenía. Una fortaleza que parecía sacada de la edad media, sostenida quien sabe cómo, ya que estaba tan vieja que parecía a punto de desmoronarse. Rodeada de un campo con una laguna casi seca a un costado, repleta de palomas y otros bichos que parecían burlarse de su cara de desolación. Las rejas que cercaban todo el terreno no daban una mejor impresión. Todo en esa edificación parecía decirle "Sí, te jodiste al venir acá".
Damas y caballeros, ese día, esa mañana, comenzaba oficialmente el peor momento de su vida. Mil noventa y cinco. Todavía no concebía ese número en su cabeza.
No había nada que hacer. Ya estaba allí, solo quedaba esperar, y rezar para que los años pasasen rápido.
- Ethan. - giró la cabeza, interrumpiendo sus pensamientos. Lucio lo miraba tratando de reconfortarlo. - Suerte.Él asintió, intentando sonreír. Eso solo había logrado hacerlo sentir peor, era como si estuvieran enviándolo a la guerra. Probablemente así se sentiría.
La monja que lo recibió parecía más vieja que el mismo internado. Ah sí, el internado estaba regido por un convento. A medida que se iba adentrando en el lugar, Ethan sentía cada vez más urgencia por irse. Las inmensas paredes de ladrillos con manchas de humedad, las ventanas que hacían ruido con el viento, los pisos de mármol desgastado que hacían resonar cada paso que daban, las estatuillas de santos que parecían seguirlo con la mirada.
Hermoso.
La monja se mostraba indiferente, como si estuviera acostumbrada a que los nuevos integrantes estuviesen horrorizados del aspecto del lugar.
Está bien, podría agradecer que el lugar fuera uno de los pocos internados en los que no se cometían violaciones, abusos, o cosas así, pero, vamos, ¿no podía ser un poquito menos tétrico? ¿Y si la vieja dejaba de ser tan puritana y le daba una sonrisita?
Ah, pero esas monjas no tenían un pelo de puritanas. Solo que Ethan aún no lo sabía.
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Reformatorio 666
Teen Fiction"Escuchó los disparos y las voces al otro lado de la puerta. La miró, con el corazón en la garganta; buscando esos ojos que eran la fuente de su racionalismo, de su tranquilidad. Pero la desesperación y la angustia en la mirada de ella le dijeron...