Todo sucedió tan rápido, y al mismo tiempo yo trataba de presenciar todo aquéllo paulatinamente para no perderme ni un sólo segundo de su llegada, quería saborear aquel instante tanto como me fuera posible, exprimirlo en mi lengua hasta dejarlo sin sazón y vaya que lo disfruté en su momento. Tuve muy poco tiempo para asimilar los sucesos cuando Tobías ya caía a cielo abierto, dejando a su paso un grito que perturbaba las nubes grumosas e inmaculadas que no hacían más que aborregarse en el azul cegador.
El golpe inexorable llegó, por supuesto, cuando el cuerpo boca abajo de Tobías se estampó contra la tierra arisca, su vista quedó constelada una vez que pudo abrir los ojos y tardó en recobrar el sentido un rato, su interior sólo vomitaba quejidos agudos y obsoletos que no se alcanzaban a escuchar tan ruidosos porque las exhalaciones del bosque solían ser aún más escandalosas. Sus codos quedaron magullados y rojizos después de la caída, al igual que seguramente habrían quedado sus rodillas por debajo del pantalón. Se sentía roto en todos los sentidos posibles, pero estaba bien, yo tenía la completa certeza de que tan sólo había sido una sacudida repentina para su organismo.
Me mantuve completamente inmóvil entre las ramas, pretendiendo no ser una espectadora de aquella peculiar realidad que vivía. Habría jurado que estaba sonrojada de felicidad, claro, si es que aquello fuera posible, ¿y cómo se sentía sonrojarse de alegría? ¿acaso se sentían los adentros vaporizados? ¿o las mejillas tórridas? porque seguramente lo habría estado en aquel momento. Esta era mi navidad en julio.
Abrió un ojo, pues el segundo seguía siendo oprimido por el suelo, esa única gota de miel se paseó por entre los arboles y cuando frenó su andada, el cuerpo de Tobías dio un salto impetuoso que parecía pretender romper el aire. Abrió sus dos ojos como dos huevos recién cocidos y soltó un alarido que ahuyentó a muchas criaturas transitando, seguramente, por un camino cercano. Miró, olfateó y tocó todo lo que pudo, e incluso se abofeteó un par de veces hasta dejar sus mejillas color bermellón, pero ni de esa forma pudo convencerse de que aquello no era real; al instante pensó que había comenzado a delirar por el calor del verano, o que tal vez se había quedado dormido sin darse cuenta, antes de que su abuelo pudiera contarle aquel exquisito secreto que tanto se le antojaba saber. Pero se le acababan las explicaciones y le costaba respirar regularmente cuando se escuchaban gritos, tintineos, silbidos, risotadas, pasos, gañidos, murmullos, cánticos, peleas, azotes, golpes, explosiones y un sinnúmero de otros sonidos no identificados totalmente que se complementaban para crear una amalgama de bullicio, misma que hacía difícil explicar de dónde provenía cada voz. Un ataque casi instantáneo de ansiedad lo atacó como un enjambre de abejas colmando sus pulmones, Tobías sacó el inhalador de su bolsillo y aspiró hondo hasta que le dolieron las costillas.
Cuando se repuso, se irguió con desdén y con un paso indeciso penetró cada vez más y más entre los arboles toscos y robustos que se mantenían firmes como soldados, y yo le seguí abrazada en las espaldas de los pinos y los arboles, olfateando su sangre y escuchando el tararear de sus pensamientos. Sólo hay que esperar a que anochezca, me decía, y seguramente a los primeros 3 segundos Tobías va a estar en lo más recóndito de mis entrañas.
El bosque tenía el mismo sabor y la misma textura, tal vez esto era debido a que sus extremidades no podían cambiar, puesto que aún se olía en el aire el sudor que el césped transpiraba, la tierra suelta que se arrastraba aferrada al suelo, los arboles y los pinos que se mantenían cuchicheando en lo alto, el sol que escupía su aliento cálido desde el horizonte y el viento que seguía siendo un ladrón de hojas desahuciadas en un canto eterno sibilante, cargando con el mismo olor a rocío húmedo; sus palpitaciones no habían cambiado de ritmo, y no lo harían jamás. El bosque siempre iba a estar al borde del infarto.
Tobías caminó durante un rato sin ver nada lo suficientemente insólito o tenebroso como para echarse a correr, pero había seleccionado una rama con un poco de grosor por si se encontraba en la situación de tener que defenderse de alguien o algo, pues sabía que todo aquel ruido que provenía de entre los arboles no podría pertenecer a un ser completamente muerto.
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La oscuridad muerta de hambre
FantasyTobías Cos posee una lengua incontrolable y una vida tan soporífera como hundida en la monotonía; tiene un sólo amigo y ni si quiera le agrada lo suficiente, una madre hipocondriaca a la cuál debe cuidar tras el abandono de su padre, y un pariente a...