01: La oscuridad contando una historia.

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Había sentido un hambre exuberante los último 5 años, mi ayuna era tal que las entrañas se me habían convertido en un océano vacío, tan tempestuoso y retorcido con la marea alta. Seguramente no es la misma clase de hambre que nace en tu estómago cuando despiertas de un largo sueño, pero ven aquí, deja que te cuente algo que seguramente no sabías.

Antes de decir una digresión más, siento que lo más prudente sería presentarme de manera formal, aunque seguramente ya nos hemos topado más de una vez en unos cuantos rincones y esquinas sombrías de tu existencia; soy la oscuridad. No me relaciones con la maldad, puedo tener una apariencia mortífera pero realmente soy demasiado floja para pretender ser algo que no soy, y la verdad es que puedo ser cruel en ocasiones, pero nunca letal, o por lo menos no voluntariamente.

Tal vez estoy mintiendo.

Tal vez estoy bromeando.

Sé que te podrías estar preguntando el por qué no me había alimentado en todo ese tiempo, así de sencillo como es, pero la respuesta es clara; verás, los humanos han dejado de temerme. Esto no sería un problema realmente de no ser porque involuntariamente me alimento de sus miedos, siempre me deslizo por debajo de sus camas con el propósito de ensuciar sus almas inmaculadas. Siempre los mastico cuando la luz no está cerca. 

Pero últimamente, cuando me inmiscuyo en las habitaciones ajenas, no consigo enfriar la sangre en sus venas, ni hacer tiritar sus dientes, ya no poseo el poder de empujarlos fuera de sus camas para encender las luces, he perdido mi vigor, me he quedado sin voz. 

Algunas veces me descubro a mí misma consolándome, deprimiéndome amablemente por haber perdido mi esencia, reprendiendo mis adentros por extraviar mi aliento. Desde entonces vago por los lugares en donde soy solicitada, siempre malhumorada y refunfuñando, cayéndome de a pedazos. Algunas veces agarrada de los tobillos en las siluetas, otras tantas escondida en las profundidades bajo una cama o un sofá, me encuentro en todas partes, o por lo menos mis extremidades se expanden siempre hasta los rincones más insignificantes del universo, pero mi alma y mi conciencia sólo pueden estar en un sólo sitio y normalmente me gusta estar en donde existen los silencios fúnebres, soy como Dios pero sin aureola. Cuando dudes de mí sólo mira tu sombra y allí estaré yo; entristecida y adusta, un tanto muerta y un tanto desgraciada, pero siempre extrañando con melancolía aquellos tiempos en los que la luz era mi eterna enemiga, y yo solía formar parte del paisaje en muchas pesadillas.

Mi existencia cambió considerablemente cuando, en 1890, fui pintada en el retrato de un bosque, acudí a ese llamado que nacía desde el viejo México, ensangrentado y empapado, yo era el negro que contorneaba los pinos y los arboles, yo era la sombra de las aves y las flores. Mi alma se quedó encerrada por voluntad en aquella pintura colgada de una pared, se quedó allí porque por alguna razón aquella pintura ya no era lo que demostraba en un principio.

Los bosques de aquella pintura me hacían sentir poderosa, resultaron ser más reconfortantes que estar encerrada en cuatro paredes; en ese bosque yo podía ser libre, podía estirarme hasta deshacerme, los pinos y los arboles estaban perfectamente pincelados en armonía, siempre me dejaban abrazarme de sus ramas, y aunque se notaban entristecidos, se mantenían asomando sus cabezas hacia el horizonte con valentía.

Poco tiempo después de mi constante estadía en él, me percaté de que no era una pintura común como todas las demás, lo que representaba se había convertido en un paisaje real, en una ventana hacia otra realidad, algo que ni el mismo pintor, Clemente Ibáñez, pudo explicar cuando se percató de que su obra maestra estaba viva; que respiraba como lo haría un bosque de verdad. Por lo que este hombre, que solía ser tan marginado, terminó internándose en ella y, como tal, se perdió entre sus propias creaciones, en donde no existía el tiempo y nada tenía explicación, ahí se quedó y ahí sigue.

El cuadro fue vendido cientos de veces al declararse que su autor había desaparecido y que seguramente se había suicidado en alguna callejuela destartalada de su ciudad natal, a nadie le importó mucho realmente. Pasó de familias a familias, paredes a paredes y de manos a manos, pero no muchos descubrían lo que realmente poseía aquella pieza, el secreto que todos dentro de ella escondíamos, puesto que se le había colocado un cristal como protección y nadie podía atravesar el marco dorado, aunque claro, sí existieron diversos casos de personas que dieron el paso en falso de internarse en la imagen que parecía muerta, yo no los culparía, pues yo también me había convertido en una esclava de aquel panorama suntuoso, su verdadero problema era realmente que muy pocos habían podido regresar a su dimensión, pues el bosque no solía ser amigable y a mí me gustaba ser inhóspita la mayor parte del tiempo.

Yo dentro de su espesura había adquirido un poder inimaginable; éste consistía en la capacidad de convertir a los visitantes intrusos en parte del penumbroso bosquejo, sólo si ellos se quedaban sin una chispa de luz a mitad del bosque al anochecer —porque dentro del bosque, aunque no se notara por fuera, también cambiaba de humor el día —, entonces yo podía devorarlos, saborear sus almas en la punta de mi lengua, créeme cuando te digo que las lágrimas agridulces siempre eran la mejor parte antes de sentir sus angustias en la boca de mi estómago. Al principio me sentía culpable, pero era una necesidad, lo comprendí con el tiempo, cuando las almas dejaron de acudir a los arboles y mis tripas comenzaron a retorcerse. 

Sí, se reportaban las desapariciones de los advenedizos que se perdían dentro del cuadro, pero nadie sospechaba de un lienzo, nadie nunca lo consideraba porque hacerlo sería como perder la cabeza y nadie quería ser visto como el demente al que se le había zafado un tornillo.

Había personas vivas entre el arbolado todavía, eso lo sabía porque yo las asechaba durante las noches, yo era sus sombras. Se había convertido en otra civilización de alguna forma, porque el bosque tenía tantas cortinas, cuando creías que lo habías visto todo, otra cortina se abría y un show diferente comenzaba, era imposible predecir los hechos continuos incluso para mí. El pintor responsable de todo seguía pintando dentro del bosque, seguía retocando el lienzo en el que vivía, y todo lo que él pintaba instantáneamente aparecía en la perspectiva, se convertía en parte de la amalgama agridulce en la que él nos había convertido.

La ausencia de carne fresca me hacía daño, mi interior rugía cual tigre cada noche, mientras me encontraba en la espera de una nueva presa, necesitaba un corazón despavorido para fortalecer mi alma ahuecada, necesitaba que alguien descubriera este secreto y se atreviera a formar parte de él, necesitaba que alguien se quedara sin luz.

Pero después de tantos años de esperar en la ociosidad, encontré a la persona por la que tanto me había sentado a aguardar durante miles de noches en vela. 

Cuando la vida comenzó a tener sentido, fue una tarde soleada y palpitante en la que le observé desde los arboles, yo era débil, pero seguía respirando entre las ramas y una sonrisa se me ensanchó al instante, por un momento eso fue lo único capaz de brillar en mí.


La oscuridad muerta de hambreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora