04: El mensajero felino.

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El alarido de dolor no llegó tarde, naturalmente fue tan bullicioso y cavernoso como largo y se sintió tan perforador como una ventisca atravesando la diminuta casa en un segundo, la potencia de su voz pudo romperla en mil pedazos con un soplo, pero al final sólo dejó zumbando a todos los cuerpos aglomerados en el aquel tugurio, enjaulados y jadeantes, cada uno más muerto de calor que el anterior.

Yo seguía observando, no es que pudiera hacer otra cosa, quedé exhausta después de extinguir la llama de la chimenea, casi podía escuchar mi respiración entrecortada trastabillando por mis adentros. Me quedé en el rincón, entre la suciedad y la madera podrida del piso y de las paredes, me quedé ahí porque me gustaba revolcarme en la inmundicia, en la exquisita penumbra; ahí yací durante un rato recargada, pensando en que no volvería a perder de vista mi platillo principal.

Tobías se quedó petrificado, sin saber a quién mirar, pues la escena de Pol retorciéndose en el suelo no era la mejor vista de todo el lugar, era alucinante y repugnante, una escena despreciable que seguramente le perseguiría por el resto de su vida; las manos ampolladas del hombre que convulsionaban al rededor de la flecha tratando de arrancársela del pecho, los ojos que se ahogaban entre un par de parpados arrugados y pestañas espesas, la boca que se retorcía instintivamente en una danza feroz e indómita, los pies que pataleaban la madera vencida hasta hacerla crujir, la sangre refulgente que se deslizaba por su pecho hasta gotear el suelo sonoramente, y no era solamente el hecho de ver sangre lo que le producía náuseas, sino que se sintió desfallecer cuando se percató de que la sangre era verde y con aspecto putrefacto, no roja y refulgente. Como pudo, entre todo el alboroto que nació después del atentado, reaccionó y tomó con ímpetu sus calzoncillos en el suelo, se los puso y cuando trató de tomar el resto de su ropa, advirtió que ahora a él le apuntaban con una flecha a un metro de distancia.

—¿Quién eres? ¿Qué es lo que pretendes? —exigió saber la muchacha de cabello naranja rojizo peinado en dos moños altos a cada costado de su cabeza, su apariencia desentonaba con todo; con la corona acerba y desapacible que tenía el bosque; con la casucha vestida dignamente de pintura caduca; con el arma entre sus aparentemente inocentes y lechosos dedos; con los animales humanos y quejumbrosos, quejumbrosos y humanos porque usualmente estas dos palabras iban siempre de la mano. Y no era sólo su catadura infestada de pecas y fuego sosegado en su cabeza, era su envoltura, el vestido flojo y cuadrado que llevaba era tan psicodélico y penetrante como un mar infestado de sentimientos que lo manchaban todo en un instante, y sus calcetas altas y blancas que le llagaban a las huesudas rodillas, nacientes de un par de zapatos negros de plataforma baja. 

Tobías se abrazó así mismo soltando en alcaldada sus ropas, no hacía frío, pero el hecho de que una chica que no fuese su madre lo viera en calzoncillos de pronto había parecido sumamente vergonzoso, tanto que por un instante olvidó en qué situación se encontraba parado.

—¿Q-qué? —preguntó con voz trémula. No podía mirarla a los ojos, no en aquel estado de desnudez que de pronto le hizo sentir escalofríos.

—No me obligues a repetir las preguntas.

—Yo...¿quiero vestirme?

—¿Eres humano? —prorrumpió de golpe.

—¿Qué clase de pregunta es esa?

—De la clase que quieras catalogarla, sólo contesta si no quieres que pierda la paciencia y te perfore el pecho con una flecha.

—¡Pues por supuesto que lo soy! ¿Que acaso mi apariencia no me delató?

—Nadie puede asegurar que no seas un cambia forma como Pol... —contraatacó como si sus palabras redundaran de lógica, por lo menos para Tobías seguían siendo términos extraños los que utilizaba aquélla chica —. A menos que...¡Claro! dame tú mano.

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⏰ Última actualización: Mar 29, 2018 ⏰

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La oscuridad muerta de hambreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora