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[...]
La gente estaba muriendo. Sé que lograrás comprender mi postura de en ese entonces, pues el corazón de un buen monarca se encuentra con su pueblo, pero Amada Mía, he cometido un terrible error. La madre de mi hija pagó mi insensatez con su vida, igual que hace Blancanieves en estos momentos. Ruego que me perdones por dejarte cargando con él ahora que ya no estoy. Fui deshonesto y carente de fe, pero en ese momento sentí que no tenía opción.

Sé que tendrás toda la sabiduría que yo no tuve y encontrarás una manera para salir de todo esto de una vez por todas. Regresar el Espejo no cambiará nada, los monstruos querrán venganza. Confío plenamente en ti. Cuida a Blancanieves, sólo es una niña a la que la vida le dio malas cartas para jugar por culpa mía.
[...]

Después de aquella fatídica derrota por parte del Cazador, la Reina aprendió una valiosa lección: no podía confiar en nadie. Si quería que las cosas fueran bien hechas tenía que hacerlas suceder ella misma, así que después de pasar horas sentada en la sala del trono en medio de una audiencia para decidir quién iría en busca de su hijastra, bajó a las mazmorras con un plan en mente, sin importarle ya que alguien pudiera descubrirla.

─Espejo mágico en la pared, muéstrame en dónde se encuentra Blancanieves.

La imagen de su reflejo se emborronó  y mostró una pequeña cabaña con techo de paja en medio de un claro a las afueras de un bosque. Tenía que ser el suyo, la muchacha no podría haber ido demasiado lejos en tan poco tiempo a pie.

─¿Cómo puedo ir hasta ella?

La cabaña se alejó hasta quedar mostrándose desde arriba, dejando a la vista un sendero muy estrecho que conducía a ella desde uno de los camino principales que se usaban para llegar al reino. No estaba tan lejos. Quizás a poco menos de un día a cabalgata. ¿Debería partir de inmediato? Tardaría toda la noche en llegar. ¿Sería demasiado peligroso?

Cerró los ojos y trató de serenarse. La corona de oro le pesaba demasiado sobre la cabeza, así que se la quitó y la dejó sobre el camastro de madera que tenía detrás. Una suave brisa alcanzó a colarse por la rejilla que daba al exterior y le erizó lo vellos de los brazos y las piernas, provocándole un escalofrío. La imagen del espejo se disolvió y su superficie volvió a ser la de un espejo común y corriente.

    Era muy notorio que la Reina había estado perdiendo peso, comenzando por las mejillas hundidas y los hombros del vestido que le quedaban holgados.

─Nunca he pedido nada porque lo considero un acto desesperado, pero ahora estoy desesperada... Espejo mágico, deseo que me vuelvas irreconocible.

•  •  •

El cielo estaba nublado y era media mañana cuando la mujer pudo ver por primera vez la cabaña detrás de los árboles que tenía a su derecha, en la última curva que daba el estrecho sendero. Era más amplia de lo que le había parecido en un principio. Los cristales de las ventanas se veían muy sucios, aunque tal vez eso se debía a la distancia.

    El camino de tierra seca que llevaba hasta la entrada estaba muy descuidado, con hojas secas sobre él y la hierba de los costados demasiado alta

Desde luego no era el lugar donde uno esperaría encontrar a una princesa. O a una reina.

Junto al sendero que había estado siguiendo las últimas horas había un pequeño pozo de piedra con un balde de madera sobre el borde. El agua que la Reina llevaba se había terminado antes de lo previsto porque poco después de adentrarse en el bosque tomó el camino equivocado y hubo que deshacerlo, así que bajó del cansado caballo y lo condujo hasta él. Dejó caer con cuidado la cubeta hasta el fondo y después tiró de la gruesa cuerda que tenía atada en la agarradera para subirla. Al inclinarse para llenar su cantimplora, la Reina dio un respingo al no reconocer su propio reflejo, y con razón.

El corazón de BlancanievesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora