Cuando sus hermanos se fueron a cazar a la madrastra de Blancanieves, el Jinete solitario bajó de su caballo y entró en la cabaña. Era pequeña y oscura para alejar a todos los intrusos demasiado valientes o estúpidos para internarse tan profundo en el bosque. Todo aquél tan desesperado para entrar en ella nunca más volvería a ver la luz del día.
La princesa se encontraba tendida en el suelo de la cocina, con las mejillas hundidas y los labios resecos. Líneas negras le recorrían la piel como sucedía cuando se pasaba en ayunas un tiempo.
El Jinete hincó una rodilla junto a la muchacha para examinarla, preguntándose qué le habían hecho, duda que quedó resuelta cuando junto a su mano vio una mitad de manzana mordida con la cáscara cubierta de harina. Podía oler el ácido en el que había sido sumergida esa fruta. La joven no habría podido hacerlo con sus sentidos recién comenzados a desarrollarse.
El Jinete extendió sus manos enguantadas en cuero y separó con delicadeza los labios de la princesa, y después introdujo los dedos para sacar el trozo que aún tenía en la boca. Lo acercó a su rostro para olerlo y saber cuánta de la sustancia se había desprendido. Al terminar lo arrojó con fuerza por la ventana abierta.
A continuación, se inclinó sobre Blancanieves y dejó que su aliento acariciara su rostro, transmitiéndole parte de su esencia.
La princesa no tardó en abrir los ojos.
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El corazón de Blancanieves
Fantasía"Érase una vez, una joven princesa tan hermosa como la luz del día. Se decía que aún más que la propia reina...". Las tensiones dentro de la corte se incrementan terriblemente después de la muerte del Rey. El culpable y sus motivos son algo obvios p...