Prefacio

6.7K 207 14
                                    

No había sido mentira cuando le dije a Robert que necesitaba tiempo para pensar, necesitaba alejarme de todo lo que pudiera representar una distracción. Evitar tomar malas decisiones si no deseaba perder lo poco que había logrado construir. No estaba en la mejor forma como para permitirme recaer en el vicio sin fin que representaba cubrir mis problemas con el desahogo sexual. 

No solo me haría daño, también lastimaría nuevamente a las personas que más se preocupaban por mi... No estaba dispuesta a seguir siendo egoísta, por eso necesitaba serenarme. Justo en ese momento una mano se aferró a mi brazo, detuve mi caminata para mirar al hombre que parecía verme con añoranza, pero decisión. 

–Te encontré.

Sonreí sabiendo de quien se trataba, el hermano pequeño del mejor amigo de Trevor, aquel hombre con quien cometí el error de cruzarme. 

– ¡Qué bien! Solo hay un problema cariño... Yo no quiero verte.

Mi sonrisa cínica acompañada de mi actitud orgullosa siempre me había servido para alejar a los hombres insistentes en el pasado. No era que no deseara tenerlo cerca, pero el hombre frente a mí era un peligro para mi.

Me liberé de su agarre, dispuesta a irme a cualquier lugar fuera del alcance de aquel hombre a quien solo quería ver como un extraño, cuando sentí su mano tomar mi muñeca y juntarme a su cuerpo con firmeza, estaba con mi espalda en su pecho y su miembro se frotaba contra la tela de mi falda, haciendo que una sonrisa se instalara en mi rostro por su atrevimiento.

– ¿Ya me olvidaste dulzura?

No pude evitar reír.

EL definitivamente sabia como jugar, entendía perfectamente como actuar para atraer la atención de la mujer desenfrenada y loca que solo quería olvidar sus penas entre los brazos del primer desconocido que pudiera atraer su atención. Le seguí el juego, porque parte de mi deseaba ver hasta donde podía llegar. 

–Si ya me acosté contigo una vez, entonces no eres alguien que merezca la pena conocer o recordar.

Me solté de su agarre aprovechando su shock y lo enfrenté, su rostro estaba absolutamente serio después de haberme escuchado, recordar las horas que habíamos pasado juntos no resulto nada complicado. El hombre frente a mí se destacaba por sobre los otros no solo en atractivo, también por su forma de ser. 

Mi madrina siempre había dicho que los hombres sureños eran los mejores, aquellos que sabían enamorar y cuidar a una mujer. Y no hay que olvidar lo pasionales que podían llegar a ser en algunas ocasiones, solo recordar las veces que había logrado hacerme perder el control de mi cuerpo solo con su acento... El mismo que me había hecho gritar toda la noche hasta caer desmayada por el placer que recorrió mi cuerpo en aquel último orgasmo.

Recordaba perfectamente porque no se me había ocurrido meterme de nuevo en sus pantalones; cabello rubio hasta los hombros, dando una invitación silenciosa a mis manos para ser acariciado por mis manos, ojos azul-grisáceos que me hipnotizaron toda la noche, obligándome a caer en el hechizo de su mirada. Esa deliciosa voz con ese acento gruñendo mi nombre y preguntándome lo que deseaba, esos labios que me habían hecho perder la cordura de varias sucias y deliciosas maneras.

Había pasado un rato agradable como nunca antes en mi vida con él en mi cama, pero no podía permitirme caer ante sus encantos otra vez.

Él era lo que yo tanto había anhelado en el pasado, el chico que soñaba cuando era pequeña y el que nunca vino a mí cuando más lo desee. Él no llego a tiempo para disfrutar lo mejor de mí y yo no dejaría que él llegara a mí para lastimarme cuando yo había dejado de ser esa niña tonta e ilusionada.

No dejaría que viera que tan dañada me encontraba.

-Entonces... ¿Solo fui uno de tantos que pasaron por tu cama?

-Uno de los privilegiados, me temo que nadie me olvida una vez que me conoce. Fue divertido, no lo niego, pero por favor sigamos adelante.

Le di la espalda comenzando a caminar sintiendo mi corazón latir desbocado por todo lo que estaba pasando en estos momentos ¡Maldito el momento que escuché su voz! ¡Estúpido el momento que probé sus labios! Lo escuché apenas unos pasos lejos de mí.

–No te creo dulzura, no puedes mentirme sin mentirte a ti misma y yo no soy un hombre que se rinda fácilmente. Eres mía desde el primer hola que me regalaste.

Ni siquiera me molesté en mirarlo al responder.

–Yo no soy de nadie vaquero.

Tomo mi muñeca con fuerza y me hizo volear para verlo directamente a esos ojos decididos y feroces.

–Te equivocas preciosa. Eres de quien te haga rozar la locura solo con un roce de sus manos sobre tu piel, perteneces al hombre que desnude tu alma con un solo beso, a ese que te haga sonreír después de haberte dado el orgasmo más intenso de tu vida ¿Pero sabes cómo sé que eres mía?

No podía moverme, cada una de sus palabras entraba en mi cuerpo como una verdad absoluta, como una caricia sutil que se apoderaba de mi alma con cada segundo que pasaba y lo que me asustaba era el saber que lo que decía era cierto, quería quedarme y alejarme, huir y no huir, morir y al mismo tiempo vivir con él... Cuando sentí sus labios rozar el lóbulo de mi oreja, tuve que reprimir un gemido de anticipación como aquella noche... ¡Mierda! Solamente de recordarlo comenzaba a sentir la humedad en mi centro y el calor recorrer mi cuerpo.

No sé cómo lo hice, pero encontré la voz para responderle sin dejar en evidencia mi estado tan... Ardiente.

–Ilumíname vaquero.

Lo escuché reír sin gracia antes de besar mi cuello con delicadeza.

Tan sutil...


–Sé que eres mía por la forma en que huiste de la intensidad de lo que te hago sentir.

Sedúceme si puedes.|EDITANDO-HISTORIA EN PROCESO DE CORRECCIÓN|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora