Capítulo 8

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Sofía

                Sigo sin poder dormir. Me siento como una estúpida y no entiendo el porqué. Frustrada, me levanto de la cama, voy al baño, me lavo la cara y regreso a la habitación. Siendo honesta, esto no era lo que yo esperaba…pero creo que es lo mejor.

                Aunque tampoco puedo negar la rabia que sigo sintiendo. Pero lo que más me intriga es saber por qué me siento de esta manera. Se supone que no debería importarme, que debería entender que Francesco es un hombre con necesidades que tienen que ser…digamos “suministradas”. Pero…. ¡Demonios! ¡Teníamos un maldito acuerdo y él lo rompió! ¡Él y no yo!

                Cuando nos sentamos a discutir los “términos” de nuestro compromiso, estuvimos de acuerdo en aparentar y hacer todo lo posible para que esto saliera a la perfección. Cuando abordamos el tema del sexo, ambos estuvimos de acuerdo en que hasta que este estúpido acuerdo terminará seriamos discretos con quien lo hiciéramos, y si así fuese, seríamos totalmente honestos y hablaríamos de ellos. Claro que aquí, yo soy la única que parece respetar nuestras condiciones.

                Tampoco es como si de verdad me importará… ¡Oh demonios! ¿A quién quiero engañar? ¡Sí! ¡Me importa! Pero no por motivos sentimentales. No. Gracias a los deseos del idiota de Francesco perdí a mi pequeño angelito. Pero soy una mujer de palabra, así que me trague el dolor, el odio, la frustración. Y aquí estoy.

Días después del veredicto del juez, los buitres aparecieron con una revista en la mano. De alguna forma, el idiota se dejó tomar una foto con la rubia operada donde se veían muy acaramelados. ¿El resultado? La trabajadora social dijo que un ambiente de infidelidad y problemas en los primeros meses de un matrimonio no era el lugar adecuado para el desarrollo de un niño.  La verdad no me sorprendió. Lo que si me dejo con la boca abierta, fue que los buitres hayan conseguido una revista de chismes italiana. ¿Cómo jodidos encontraron esa maldita revista?

Me quería morir. Ahora, no solo no podía ver a Santiago, sino que también cuando lo hiciera tendría que estar presente una trabajadora social. Pero Andrea está convencida que el juez fallará a mi favor en cuanto se diera cuenta del tipo de personas que son esas…gentes.

Andrea también me recordó que tenía un acuerdo con Francesco. Así que debía tragarme mi orgullo, viajar a Italia y aparentar ser la esposa feliz. Así que aquí estoy. Lo que no imagine fue encontrar a una zorra operada gritándome y reclamándome cosas que no entendía. ¡No lo entiendo! ¿Cómo jodidos Francesco prefiere a ese tipo de mujeres? Operadas. Con silicón por todas partes. Botox en lugares donde no sabía que se podía poner. Y esas raíces más negras que la conciencia del idiota italiano de mi “esposo”.

¡Y yo cuidando al imbécil ese!

Pero tengo que admitirlo. Cuando duerme…se ve…lindo. No lo sé. Solo sé que me agrada mucho más cuando no abre la boca…o las piernas de alguien más. ¡Odio haber heredado la maldita bondad de mi madre! Mi madre, como toda enfermera tiene una debilidad por la gente indefensa…o enferma en su caso. Así que cuando vi a Francesco ardiendo en fiebre, no lo dude. Hice memoria de todas las palabras de mi madre, y las aplique. ¡Cómo me arrepiento! Ahora que lo pienso…si no lo hubiera hecho, tal vez sería viuda en este momento.

¡Aaaahhhh! ¡No lo soportó!

Respira. Inhala. Exhala. Inhala. Exhala. Cuenta hasta diez. Uno. Dos. Tres. Cuatro. ¡Maldita perra operada! Cinco. Seis. Siete. ¡Estúpido Francesco! Ocho. Nueve. Diez. Ok. No funcionó.

Pero tenía que hacerle caso a Alba. Teníamos que ir a su departamento. Ella insistió en venir conmigo puesto que yo no conocía el lugar. Puras excusas. Como sea.

Al llegar al departamento de mi “esposo”, Will nos recibió, nos dijo que Francesco estaba enfermo, llamamos al doctor. A los pocos minutos llegó, le aplicó una inyección y nos dio algunos medicamentos. Pero la fiebre no baja tan fácilmente. Así que durante horas lo cuide. Durmió y cuando por fin su temperatura se normalizó, escuche gritos. Al salir de la habitación me encontré con la operada. Me vio. Grito. Reclamó. Y al final, empezó a insultarme. Como siempre lo hago con la gente ignorate, trate de ignorar sus comentarios sin sentido, pero en cuanto comenzó a decir que era una trepadora, caza fortunas y cosas de mayor nivel. Mi paciencia llegó a su límite. Le cerré la boca, pero no creas que no hice con una bofetada. No. El puño cerrado, el correcto ángulo y la correcta fuerza. Le agradecí tanto a mis padres por haberme enviado a clases de defensa personal.

Bleeding now de Imagine Dragons empieza a sonar. Tomó mi teléfono y veo el nombre del italiano. La verdad no quiero contestar, hago el esfuerzo y le contestó al idiota.

—¿Diga?

¿Por qué no contestabas el maldito teléfono? ¿Dónde demonios estas?

—En primer lugar, no me grites. Y en segundo lugar, estoy en un hotel. ¿Dónde más podría estar?  Y en tercer lugar, estaba durmiendo.

Son las once de la mañana.

—No en mi país. ¿Qué quieres Francesco?

Tenemos que hablar antes de que esto se salga de nuestro control.

—Pero claro que tenemos que hablar. Solo que no por ahora, necesito dormir. Buenas noches.

Le colgué. Sabía que se iba a enojar. Peor no me importa. Que se joda. El celular siguió sonando por varios minutos, lo silencie pero el estúpido vibrador no me dejo en paz. Después de varios intentos, simplemente se detuvo. Lo que no entiendo, es por qué no imagine que el idiota se aparecería en mi habitación del hotel.

Toc. Toc. Toc.

¡Largo! ¡Quiero dormir!

Toc. Toc. Toc.

Con todo el odio del mundo me levanté. Y sí. El imbécil estaba en mi puerta con dos vasos en la mano. Ni siquiera lo salude. Deje la puerta abierta, me lance a la cama y me cubrí. Aún seguí usando esa estúpida pijama que me regaló Alba. Pantalones cortos negros con pequeños corazones rojos…demasiado cortos para mi gusto y una patética playera con una vaca sosteniendo una flor.

—Necesitas acostúmbrate al horario.

—¡Largo!

—Claro que no. Levántate. Date una ducha y arréglate. Tenemos una entrevista en tres horas.

—¡Lárgate Francesco! —Y con lo obediente que es, me quito las sabanas de la cara. Las jaló y me destapó por completo. Lo miré con ganas de querer asesinarlo. No se inmutó en lo más mínimo. —¿Qué demonios te pasa?

—Me pasa que tenemos que arreglar este lío.

—Disculpa, ¿Pero quién lo inició? ¿Acaso no podías mantener tu cosa entre tus piernas por unos meses?

—No pienso discutir eso.

—¡Pues deberíamos! No me importa con quien te acuestes, pero no quiero ser la cornuda del año. ¡Al menos se discreto!

—No empieces Sofía.

—¿Yo? —Me levanté furiosa, lo afronté. Pero ni de puntitas le llegué a los ojos. —¿Sabías que por tu culpa perdí a mi Santiago?

Francesco se quedó inmóvil. No dijo nada. Su mirada lo decía todo.

—Gracias a tus estúpidos deseos, alguien te captó con la operada, se veían muy cariñosos. Los viejos llevaron la revista al juez y me quitaron a Santiago. Pero soy una mujer de palabra. Así que aquí estoy. Tres meses aparentando ser tu “feliz esposa” y luego trataré de recuperar a mi angelito.

—Yo no sabía…

—No tenías por qué saberlo. ¿Podrías salir de la habitación? Me arregló en media hora y nos vamos a donde sea que quieras ir.

Sin decir nada más, Francesco salió. Me derrumbe. Aún dolía no poder ver a Santiago. Me dolía en el alma. ¿Así era como se sentía una madre? No lo sé. Pero si estos sentimientos de pérdida, dolor y angustia eran el parte aguas de la maternidad…definitivamente jamás tendría hijos. 

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