La primera carta es el mago.
El mago... que irónico, la carta número uno es la primera en aparecer, pero tiene sentido. Ya que le mago soy yo.
Todo empezó en una ciudad, una ciudad bañada por el humo que es característico de las metrópolis. Los autos pasaban a toda velocidad pero casi siempre se embotellaban y los cláxones era lo único que alguien podía escuchar. Hay una frase que dice que el que esté libre de pecado que arroje la primera piedra. Este soy yo, aquel hombre godín en un auto modelo 2009 color gris atorado en una fila interminable de vehículos en donde todos (incluyéndome a mí) íbamos tarde al trabajo.
En ese entonces era jefe de un departamento de call center. Para los que no sepan que es un call center, son los encargados de llamarte cuando debes una tarjeta de crédito o contestarte cuando tienes una duda.
Mi rutina era la misma de siempre, llegar, sentarme, pararme, prepararme un café, volver, sentarme, ponerme de pie una vez más, acercarme a un empleado que estuviera haciendo mal su trabajo, regresar a mi escritorio, sentarme... y repetir decenas de veces lo mismo cada día.
Al salir de la oficina una vez que el sol se pusiera sobre una de las montañas más altas y se perdieran en el horizonte prefería ir a un parque público a dar un paseo o de vez en cuando a correr en la pista. El paisaje de aquel lugar me encantaba, podía ver los enormes edificios y al mismo tiempo sentirme en contacto con la naturaleza. Veía otras personas alegres, algunas con sus mascotas y otras más con sus parejas compartiendo un momento de calidad. Siempre que veía esa escena sentía mucha envidia. No me mal entiendas, no es lo que estás pensando. Pero no puedo mentirte, me encontraba solo.
Correr en ese parque público me permitía pensar, alejarme un poco de la rutina, vivir como quería vivir amaba ese lugar, pero había un pequeño problema, que no me amaba a mí. En ese entonces un poder latente respiraba pacientemente.
Un día mientras iba trotando escuchando una de mis canciones favoritas frente a mi se apareció una visión. Me encontraba en un lugar oscuro, cerca de la orilla de un río a los pies de un árbol seco. Alrededor de ese árbol las ratas comenzaban a subir por su tronco. Eran cientos de ellas, pasaban debajo de mi como si fueran reales, sacudía mis pies pero me di cuenta que era solo una ilusión. Las ratas comenzaban a trepar por el tronco, algunas al caer lo volvían a intentar pero las más avivadas se apresuraban y llegaban a la única rama que sobresalía del tronco y de ella, justo al final estaba una soga que sujetaba el cuerpo suspendido de un hombre. De mí.
Al ver mi rostro sin vida, comencé a temblar, mis piernas flaquearon, cerré los ojos y corrí atravesando aquella ilusión.
Corrí tan rápido como pude y cuando por fin estuve lejos, sentí en mis pies la suavidad inconfundible del pasto. Esto hizo que parara pero sin antes caer rodando por una pendiente. Uno de mis tenis salió volando y grité una maldición, pero mientras me ponía el par que se desprendió de mi pie otra ilusión se formó frente a mi.
En ella había una casa, mejor dicho un hogar, así sentía, sentía el olor de una tarta recién horneada y escuché los ladridos de un perro, este corrió hacia a mi y al querer tocarlo me di cuenta que seguía siendo una ilusión, alcé de nuevo mi mirada y vi de nuevo al animal que era perseguido por una niña pequeña que corría detrás de él. Mientras ella corría la puerta de la casa estaba abierta y de ella salió una joven mujer, en sus brazos tiene un niño pequeño, un bebé mejor dicho. Pareció decirle algo a la niña y al perro, sus labios se movían pero no escuché nada, ambos entraron la casa y la puerta se cerró. La visión llegó a su fin.
Una vez más no sabía lo que pasó, estaba muy confundido pero por lo menos una sonrisa se dibujaba en mi rostro. Al final me puse de pie y caminé hasta mi coche. Lo encendí y fui a mi departamento, todo el camino traté de recordar el rostro de la chica pero no me recordaba a nadie quien hubiera conocido en el pasado y cada vez que lo hacia su recuerdo se difuminaba así que dejé de intentarlo ya que no quería olvidar esa hermosa experiencia.
Cuando por fin llegué a mi hogar, aparqué mi auto y subí las escaleras hasta el tercer piso del complejo departamental donde vivía. Abrí la puerta y...
-¿Donde estabas? ¿Trajiste el queso? - Dijo mi compañero Berto.
-No Berto, lo olvidé, aparte me pasó algo muy raro.
-mmm bueno, vamos a la tienda de enfrente a comprar, no hay nada que cenar, me platicas en el camino.
Berto y yo somos amigos desde la infancia, ambos tomamos caminos separados cuando comenzamos nuestra carrera universitaria, el optaría por convertirse en un artista y bueno, yo opté por algo más comercial como la mercadotecnía. Cuando fuimos mayores decidimos que era momento de independizarnos de nuestros padres y comenzar nuestra vida como los pioneros y audaces que somos, viviríamos grandes aventuras y eventualmente dominaríamos el mundo de las artes y las ventas. Eramos el mejor equipo.
-Oye, el viernes van a venir mis amigos a jugar calabozos y dragones ¿Quieres jugar?
-Claro que si Berto, sabes que no puedo perdérmelo.
ESTÁS LEYENDO
El tarot de la vida y el amor
RomanceEsta es la historia de un mago moderno. No de los que hacen trucos baratos en centros y espectáculos, sino el que percibe las energías y mueve la suerte a su placer. Sin embargo, todo buen mago sabe que necesita un catalizador y el elegido por este...