III

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Cualquier palabra que tuviera un semejante a desastre, cualquier sinónimo o parecido, era simplemente un eufemismo. No existía otra palabra que Hermione pudiera usar para describir el escenario que había ante sus ojos, palabra que era solamente desastre.

Desastre.

Gran, gran desastre.

Y es que ella había bajado al gran comedor, preparada mentalmente para soportar cualquier corazón, querubín cantante, o cualquier otra cosa relacionada a San Valentín, y así poder disfrutar de un buen desayuno decente. Pero ningún pensamiento racional o palabras de ánimos, la había preparado para ver lo que se presentaba ante sus ojos en el gran comedor.

Lo primero que vio fueron flechas que volaban de un lado a otro, seguido, burbujas de tamaños descomunales, en serio, eran burbujas más grandes de lo que comúnmente deberían ser. Después, los gritos. Gritos histéricos de chicas histéricas que se agarraban de los pelos. Otras se pechaban, empujones y tironeos, o simplemente lloraban. Todo aquello, que supuso, que era producto del brebaje besador u otras pociones de enamoramiento donde chicas que coincidieron por el mismo chico no habían considerado en los sentimientos de las demás. No había que olvidar, también, que había chicos que lloraban y que en sus rasgos denotaban los asustados que se encontraban por llorar en contra de sus deseos.

Hermione asustada por el desastre que había, rápidamente buscó con la mirada la presencia de algún profesor en la mesa de los profesores, porque no podía desatarse el infierno estando ellos ahí. Pero gimió internamente al ver que no había rastro del director Dumbledore o la profesora McGonagall o de Snape.

— ¿Dónde están los profesores?— preguntó angustiada por la ausencia del profesorado, mientras que se dirigía a pasos lentos hacia la mesa de los leones. Debía encontrar a Harry, o a Ginny y a Ron, por lo que evitando una flecha y una disputa entre dos chicas de Slytherin y tres de Ravenclaw, decidida empezó su marcha. Cuando más se acercaba mas cosas ocurrían ante sus ojos. Vio a Harry y a Ginny, ésta sentada en el regazo de su mejor amigo, besándose como si no hubiera un mañana. Y casi choca con una airada Lavender Brown, que mantenía una acalorada discusión con ¡¿Pansy Parkinson?!

—Chicas, chicas, hay suficiente Ron para las dos— oyó Hermione decir al pelirrojo, quien con una sonrisa tonta en el rostro, producto de alguna poción supuso, era ajeno a lo que realmente estaba pasando.

— ¡Se supone que debes estar de mi lado, eres mi novio Won-won!— chilló Lavender con las mejillas encendidas de la rabia. Hermione entornó los ojos antes de seguir adelante. Prefería mantenerse alejada de cualquier problema que acarrearan esos tres.

— ¡Hermione, cuidado!— gritó Justin Finch-Fletchley, quien lloraba a mares. Hermione giró la cabeza hacia donde provino la advertencia del hufflepuff y casi choca de frente contra otra flecha ¿Qué demonios? ¿No se suponía que era para los chicos? Giró indignada en busca del responsable de la flecha loca. Y para su horror, Cormac McLaggen era el portador de más flechas que iban a su dirección. Soltó un grito y corrió a escabullirse hacia unas mesas que estaban volcadas.

— ¡Por Circe, este lugar es un desastre!—declaró jadeando por la huida.

— ¿Eso crees, Granger?— inquirió una voz que arrastraba las palabras. Hermione volteó a su derecha para encontrarse a nada más y a nada menos que Draco Malfoy. Observó con sorpresa que el rubio en vez de estar con su habitual pulcritud, su camisa estaba desarreglada, con arrugas y algo sucia. Su pelo platinado, del que habitualmente ningún pelo estaba fuera de su lugar, podía hasta superar a Harry en tener el cabello más desordenado de todo Hogwarts — ¿Ya terminaste?— preguntó con una sonrisa arrogante. Hermione se ruborizo al haberse sido pillada en su no discreto escrutinio, podía sentir a sus mejillas arder, por lo que carraspeo y miró hacia otro lado.

Un San Valentín de locosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora