Capítulo 3

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Si las reglas se siguiesen al pie de la letra, Grigori no hubiese rescatado jamás a Nikolai. El muchachito manejaba una señora motocicleta a sus doce años, en otra época pudo ser un caballo gigante. En definitiva, le quedaba demasiado grande. Grigori parecía un popotito envuelto en capas y capas de ropa, y de milagro alcanzaba los pedales y el volante al mismo tiempo.

No es que Nikolai fuese un exagerado, o un payaso que hacía de las situaciones el más grande circo, pero... en más de una ocasión pensó que terminarían tirados en la carretera.

—Bendito sea el Señor —susurró cuando Grigori se detuvo frente a un hostal, presumiblemente el único en todo Novka.

Contrario a lo que imaginó por el prejuicio respecto a Novka y su calidad de "perdida en el espacio", el niño tenía una buena cantidad de cartas por entregar. Sin embargo, se bajó de la moto y entró directo al hostal con Nikolai pisándole los talones.

—Hola, ma —saludó Grigori a la señora detrás del escritorio de la recepción. Eran tan distintos, ella tenía una complexión más robusta, la cara cachetona y redondita, por el rostro le caían caireles cobrizos con unas cuantas canas revelando su edad.

—Buenas... tardes —dijo Nikolai inseguro en la hora del día, llevaba rato sin checar su celular.

—¡Oh! Buenas tardes, ¿lo puedo ayudar? —su sonrisa contagió a Nikolai, pronto se encontró tan sonriente como ella.

La señora midió a Nikolai con la mirada y tardó poco en descifrar su situación.

—¿De paso?

Nikolai se quitó el sombrero, siempre cauteloso con sus movimientos, manteniéndose recto y elegante. La madre de Grigori no tardaría en darse cuenta de la educación del joven que tenía enfrente, pero de su nombre sabría menos que del paradero de su segunda hija, la mediana.

—Sí, unos cuantos días y después viajaré a Usovo. ¿Tiene habitaciones disponibles?

La señora quiso evitar reír mas le fue imposible. ¿Acaso parecía que había actividad en el hostal? Frente a la chimenea no había nadie, la cocinera estaba adornando un pastel en la sala mientras veía el televisor y, en el escritorio de la recepción, la señora tenía una máquina para costurar en la que arreglaba una prenda muy fina.

—Hijo, ¿qué vista te gustaría? 

***

Capa tras capa, Kitty se había envuelto en telas hasta obtener una falda que volaría mostrando capas con detalles verdes, amarillas y azules. La capa superior del atuendo era de una tonalidad azul oscuro que se ceñía a la cintura por una banda roja ornamentada con piedras preciosas e hilos muy finos formando bellas flores, muy similares a las que adornaban el cuello del vestido. Debajo de éste, una blusa de mangas abombadas ponía el toque invernal al atuendo.

Kitty se contempló en el espejo de cuerpo completo, terminó de acomodarse los puños de la manga y procedió a agregar las muñequeras rojas con decorados de oro.

—¿Nos verá el forastero? —Preguntó Vera al acabar de acomodar su maquillaje en el interior de su bolcita.

—Forastero suena horrible —comentó Kitty—. ¿Qué tal foráneo?

—Suena a que es de fuera —Anya puso los ojos en blanco ante el comentario de Vera. Para tener unos meses de diferencia y haber crecido juntas, eran bien distintas—. ¡Anya! No me mires así. Me refiero a que es de fuera y nunca llegará a ser parte.

—Bueno... —Anya tomó un labial del maquillaje de Vera—. Depende de qué quieres que sea parte.

Vera y Anya hicieron contacto visual mediante el reflejo del espejo. La segunda guiñó un ojo y las mejillas de Vera se tiñeron de un intenso rojo a juego con su vestimenta.

Por una corona | PARADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora