Capítulo 2

20 7 12
                                    

Despierto de mi profundo sueño tras sentir como el vehículo se detiene en seco. Abro los ojos de par en par y pestañeo un par de veces con el fin de acostumbrar mis ojos a la luz anaranjada del sol. A mi lado, Leslie me observa con sus enormes ojos verdes, radiantes de felicidad con motivo de la aventura en la que nos hemos embarcado con el fin de rescatar a su hermano.

Deposito mi atención en una casa de fachada color albero que se alza al otro lado de la acera, de tejado, puertas y ventanas marrones. Los alféizares están adornado con macetas que contienen flores de todos los colores, desprendiendo aromas agradables que se unen con la brisa fresca. La vampira se baja del vehículo y yo le imito.

―Es aquí― admite.

―¿Cómo estás tan segura?

―Puedo sentir el influjo de la magia desde aquí.

Camino hacia el frente, acompañada por Leslie, quien vigila los alrededores, con el fin de estar preparada ante una posible amenaza. Detenemos nuestra marcha junto a la entrada. Me tomo la libertad de llamar un par de veces con ayuda de una pequeña campanita dorada, y luego permanezco a la espera de ser recibida por la dueña de la casa.

Una mujer de cabello plateado recogido en un moño aparece poco después, con unos anteojos pendiendo del puente de su nariz, que le agradan los ojos, vestida con un jersey verde y unos pantalones negros. Nos observa detenidamente, en silencio, comprobando con ayuda de su intuición si somos un posible amenaza.

Se hace a un lado, invitándonos a pasar. Nos adentramos tímidamente en el hogar, el cual está perfectamente ordenado, con cada cosa en su sitio. Hay tanta perfección que da dolor de cabeza. Aunque, por suerte, es entretenido observar muebles de otra época, tales como un puesto de alquimia, un estante con pociones de todos los colores, meses con pilas y pilas de gruesos libros. Amèlie nos invita a tomar asiento alrededor de una mesa al mismo tiempo que se pone rumbo hacia la cocina, para volver poco después con una bandeja plateada en la que descansa una cafetera, dos tazas y un pequeño azucarero de cristal.

―¿A qué se debe vuestra visita?

Miro a Leslie antes de responder.

―Verás, estamos buscando a alguien que sospechamos está preso. Nos gustaría poder averiguar dónde se encuentra, si es posible y enviarle un mensaje.

―Puedo intentarlo. Pero necesitaré un objeto personal suyo.

La vampira extrae del bolsillo de su chaqueta roja una pulsera de cuero con un pequeño caballito dorado en una de las ranuras que tiene. La bruja coge el objeto con cuidado de no dañarlo y lo encierra en su mano. A continuación enciende una serie de velas con un simple movimiento de sus manos, cierra los ojos, une sus manos y comienza a murmurar cosas en otro idioma.

Las llamas de las velas aumentan de tamaño considerablemente antes de apagarse por completo, dejando tras sí un rastro de humo de olor agradable que se entretiene jugando con nuestros cabellos.

―¿Y bien?― inquiere saber la vampira.

―Está maldito. ¿Por qué no me habéis avisado de que es hijo del mismísimo demonio? Lo siento mucho pero no puedo ayudaros.

Coloco mi mano sobre la de la anciana y ella me mira, extrañada.

―Por favor se lo pido, tiene que ayudarnos. No podemos permitir que sufra las consecuencia de una mente enferma.

―Os estáis condenando las dos.

―¿Por qué?― pregunta Leslie.

―Porque ese vampiro tiene una deuda pendiente con el demonio y tarde o temprano el Diablo va a cobrársela. No vais a poder salvarle del terrible final que le espera.

Cazadores Nocturnos 4; InfernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora