IV. Amor infantil

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El contacto y la convivencia habían hecho que el grupo de amigos forjara un lazo estrecho con Killian, sellando su amistad incluso con él. Pero al mismo tiempo habían provocado que algunos sentimientos comenzaran a revolotear en Killian, al grado que una mañana mientras esperaban a que llegara Ashanty, el chico confesó a las criaturas místicas que la pequeña sílfide comenzaba a gustarle.

Un día como de costumbre, Ashanty llegó al campamento y Hernán le pidió hablar con ella

—¿Te puedo pedir un favor Ashanty?

—Claro, ¿qué sucede?

—Hoy vamos a tener una batalla pesada y dura, y desde que llegó Killian no habíamos salido al campamento, asi que esta sería la primera batalla que presenciará. Pero siento que Killian no está listo para presenciar esto, ¿podrías quedarte con él?

— Por supuesto, nos quedaremos en el claro

—Si no regresamos antes de la puesta del sol no te preocupes, márchate a casa en cuanto lo veas conveniente

—No hay de qué preocuparse, estaremos bien

—Gracias Ashanty

Y entonces los caballeros comenzaron a alejarse, iban en silencio pero con coraje y valentía para dar lo mejor de sí mismos en la batalla.

Y entonces comenzó la diversión para los niños.

Primero corrieron a un manzano que estaba en la frontera del claro, un manzano que Ashanty no conocía, pero que daba deliciosas manzanas.

Luego Killian la llevó a la caballería, tomaron dos caballos y los montaron durante un rato. Se divirtieron muchísimo.

Y luego comieron un poco de pan con otras manzanas que había ahí en el campamento.

Cuando comenzaba a caer la tarde, el resto de los amigos partió a sus casas mientras que ambos se tumbaron sobre la hierba a observar las nubes. En eso Killian tomó la mano de Ashanty con delicadeza y le dijo:

—Ashanty, te quiero mucho, eres muy bonita y me gustas mucho.

Era muy tierno ver que de una simple amistad comenzaba a surgir un amor de niños marcado por la inocencia y la ingenuidad

—Eres muy lindo, debo ser sincera porque tú también me gustas.

La noche llegó y los caballeros no volvían aún. Ashanty seguía con Killian pero ya era tarde y ella no quería dejarlo solo, así que se levantó del pasto y comenzó a caminar.

—No te vayas Ashanty

Pero Ashanty no le hizo caso, siguió caminando hasta llegar al centro del claro, y con ayuda de su magia le pidió al viento que le avisara a sus padres que estaba bien y que pasaría la noche en el campamento.

Después volvió a donde estaba Killian y le dijo:

—No me iré.

Y entonces se tumbaron nuevamente en el pasto, y con el calor de una fogata y una frazada se quedaron dormidos observando las estrellas.

—Ashanty ¿me cantas para dormir?

Ashanty se rió, asintió y le cantó su melodía hasta que se quedaron dormidos.

Al amanecer volvían los soldados, cansados, agobiados, algunos heridos y algunos que habían caído durante la batalla no volvieron.

Cuando llegó Hernán con el resto del grupo Ashanty se levantó y le rindió cuentas a Hernán, y se dispuso a marcharse cuando Killian se levantó y le dijo que la acercaría a la frontera del claro.

Mientras caminaban iban en silencio como si no se conocieran y como si lo que habían vivido el dia anterior se hubiera esfumado.

Casi al llegar a la frontera Killian se detuvo.

—¿Qué te pasa Killian?

—Te dije que me gustas mucho, ¿te gustaría ser mi novia?

Ashanty se quedó pensando, y estaba a punto de responderle, pero titubeó y le dijo:

—Lo pensaré, te diré mañana.

E inmediatamente después de darle un beso en la mejilla Ashanty salió corriendo.

El Caballero y la Silfide #LDAW2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora