se desata el infierno.

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Era obvio. El virus ya había llegado.

En las calles la gente se atacaba entre sí, Mateo manejaba frenéticamente mientras me pedía perdón por no haberme ayudado al momento de ser atacada pero eso no importaba ahora.

Importaban los arañazos en mis brazos ¿Cómo se contagiaba el virus? ¿Estaría yo infectada ya? ¿Es que acaso estaba en el aire y solo afectaba a ciertas personas?

—Bajate.

El aire se fue de mis pulmones cuando Mati frenó y dio la orden.

—¿Acaso te has vuelto loco crío? ¡No puedes abandonar a mi hija!—protesto mi progenitora indignada.

Los mareos estaban ganandome al igual que los temblores, busque desesperada la mirada de mi mejor amigo que estaba perdida en algún punto fijo del que se había vuelto un campo sangriento de batalla.

¿Hablaba en serio? ¿Iba a tirarme a la calle? ¿Era bipolar acaso? Instantes anteriores estaba pidiéndome desesperado perdón y ahora ¡ahora quería que me bajase de su coche!

—Mati, deja tus jugarretas y acelera que ahí vienen—adverti temerosa mientras veía como esas criaturas le comenzaban a prestar atención al auto.

El motor ronroneaba captando miradas blanquecinas que pronto dejaban al aire gruñidos guturales y dentelladas.

—¡Arranca ya, mierda!—ordenó la adulta en ese pequeño espacio cerrado.

Comencé a hiperventilar observando como se acercaban rápidamente a nuestra posición.

—¡Por el amor de dios Mateo! ¡Arranca!—grité fuera de mi mientras me lanzaba a zarandearlo para que reaccionase.

Cuando estaban golpeando salvajemente las puertas el motor rugió alejándose de la plaza de Cibeles

—¡No sabemos si estas infectada y no te llevare a que pongas en riesgo a mi familia!—intento defenderse de forma pobre.

Eso era lo que tanto caracterizaba a Mateo Dante, el amor que tenía por su familia.

—¡A ver niñato! ¡A mi niña no le hablas así! ¡Son solo pequeños rasguños! No hay sangre, ni de ella ni ajena ¡asi que controlate o te bajaré los humos de una bofetada!

Mi madre Margaret era como la segunda mamá de el chico que estaba manejando, y se suponía que yo era como su hermana.

Se suponía. Pero él estaba dispuesto a echarme para un lado si ponía en peligro a su verdadera familia.

Sentí algo romperse dentro de mi ¿Dónde estaba mi Mateo? ¿Dónde esta el chico risueño que me cuidaba? El que velaba por mi seguridad ¿se lo llevo el virus como el viento se lleva los dientes de león?

Las lágrimas escurrían sin poder evitarlo y me estrujaba la cara intentando controlarme.

No era momento de ser una llorona molesta, necesitaba mantenerme fuerte.

Mi madre me abrazaba, dándome el consuelo que se le da a una chiquilla a la cual le han dicho que su mejor amiga ya no la quería.

¿Por qué la vida estaba siendo así de cruel?

Primero de un día para otro hay un virus expandiéndose, del cual todavía se desconoce su nombre aunque sé que los científicos que lo habían soltado estarían segurisimos de como se llamaba. Luego la gente se ataca entre sí, como caníbales hambrientos con un apetito que nunca se saciaba y como se cereza del pastel el mundo se estaba yendo al infierno.

Pero se oía gracioso lo último, porque básicamente nosotros ya estábamos en ese infierno.

—Habrá cura, estoy segura, enviaran apoyo militar ¿verdad? No nos van a dejar aquí tirados a que nos matemos entre nosotros ¿cierto mamá?

Murmuraba, exhausta, queriendo solo palabras que me endulzaran el oído y me mantenieran con una falsa y ciega esperanza.

Que tonta.

—Si mi amor, ya veras que si—respondía la que me dio la vida, acariciando mi cabeza como si fuera un cachorro.

Eran tan dulces sus caricias que ante mi inestabilidad emocional me fue imposible no quedar dormida.

Minutos después llegamos a la casa de Mateo y desperté apenas, pero al parecer era tarde.

Todo estaba cubierto de sangre, la enorme reja que protegía su casa, las paredes del primer piso y las ventanas estaban rotas.

Sabia que en ese momento ya nada sería como antes, con algo en el fondo gritandome que desde ese preciso instante tendría que luchar para sobrevivir.

Y no estuve equivocada.

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⏰ Última actualización: Feb 19, 2018 ⏰

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