IV

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                                                                         Narra Meghan

La feria estaba llena de gente. O más bien, el Festival de Mariscos de la Playa de Wrightsville estaba repleto. Mientras pagaba por un refresco en uno de los puestos de concesión, podía ver a los coches aparcados en caravana a lo largo de los dos caminos que conducen hasta el muelle, e incluso a unos pocos adolescentes emprendedores conseguir dinero alquilando las entradas de sus casas, aquellas más cercanas a la acción.

Hasta ahora, sin embargo, la ‚acción era aburrida. Suponía que había estado esperando que la rueda de la fortuna fuera un elemento permanente y que el muelle ofreciera tiendas y grandes almacenes, como en el paseo marítimo de Atlantic City. En otras palabras, esperaba que fuera el tipo de lugar en el que pudiera verse pasando durante el verano. No tuve esa suerte. El festival estaba ubicado temporalmente en el estacionamiento al extremo del muelle, y en su mayoría se parecía a la feria de un pequeño condado. Los paseos desvencijados formaban parte de una feria ambulante, y el estacionamiento estaba forrado con cabinas de juego demasiado caros y concesiones de alimentos grasientos. Todo el lugar era algo… asqueroso.

Aunque nadie más parecía compartir mi opinión. El lugar estaba lleno. Viejos y jóvenes, familias, grupos de estudiantes de escuela intermedia viéndose unos a otros. No importaba en qué camino fuera, siempre parecía estar luchando contra la marea de cuerpos. Cuerpos sudorosos. Grandes cuerpos sudorosos, dos de los cuales estaban aplastándome entre ellos cuando la multitud llegó a una parada inexplicable. No cabía duda de que ambos habían optado tanto por la salchicha frita como por la barra de tocino frito que había visto al pasar en un stand. Arruge la nariz. Asqueroso.

Detectando una abertura, me escape de los paseos y las cabinas de juego del carnaval y me dirigi  hacia el muelle. Afortunadamente, la multitud siguió adelante mientras se movía por el muelle, pasando cabinas que ofrecían manualidades hechas en casa para la venta. No podía imaginarme a mi misma comprando alguna de ellas... ¿quien en la tierra querría un gnomo construido enteramente de conchas de mar? Pero, evidentemente, alguien estaba comprándolas, o las cabinas no existirían.

Distraída, tropeze con una mesa ocupada por una anciana sentada en una silla plegable. Vestida con una camisa estampada con el logo del SPCA*, tenía el pelo blanco y una cara alegre. El tipo de abuela que probablemente pasaba todo el día horneando galletas antes de la Nochebuena, pensó Ronnie. En la mesa delante de ella había folletos y un frasco de donaciones, junto con una caja de cartón grande. En su interior había cuatro cachorros grises, uno de los cuales saltó sobre sus patas traseras para mirar por encima del lado de la caja.

— Hola, pequeñín — dije.

La anciana sonrió. — ¿Quieres sostenerlo? Él es el divertido. Yo lo llamo Seinfeld. — El cachorro dio un ladrido agudo.

— No, está bien. — Él era lindo, sin embargo. Muy lindo, aunque  no creía que el nombre le fuera bien. Y sí quería alzarlo, pero sabía que no iba a querer devolverlo si lo hacía. Tenía una debilidad por los animales en general, especialmente los abandonados. Al igual que estos pequeños. — Ellos van a estar bien, ¿verdad? No vas a tener que ponerlos a dormir, ¿no?

— Van a estar bien — respondió la mujer —. Por eso hemos puesto esta mesa. Así la gente puede adoptarlos. El año pasado encontramos hogares para más de treinta animales, y estos cuatro ya han sido adoptados. Estoy a la espera de los nuevos propietarios para que los recojan cuando se vayan. Pero hay más en el refugio si te interesa.

— Sólo estoy de visita — respondi, mientras un rugido les llegó desde la playa. Estire el cuello, tratando de ver. — ¿Qué está pasando? ¿Un concierto?

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⏰ Última actualización: Jun 08, 2014 ⏰

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The things change. |hs| JulioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora