CAPITULO 1: Trabajo, amigos idiotas y cosas que se olvidan.
—Cinco con cuarenta y siete, por favor —le dijo Sofie a la Señora Delgado.
La anciana sonrió haciendo que unas graciosas arruguitas le salieran en el final de sus ojillos amables. Se dispuso a sacar el dinero del monedero azul que llevaba preparado en la mano.
—Aquí tienes, hija —extendió su rugosa mano para depositar el dinero en la joven de Sofie.
Ésta vio que había más dinero del que debía. Frunció el ceño.
—Señora Delgado, le sobra...
La mujer movió la mano restándole importancia al asunto.
—Ahí no sobra nada. ¿Esa calderilla? No la necesito, cariño. Puedes quedártela. Anda y cómprate algo bonito de mi parte.
Sofie relajó su expresión y sonrió a la mujer. Siempre intentando darle más dinero del que le correspondía.
—Gracias, señora Delgado, pero no hace falta, de verdad— le respondió Sofie devolviéndole el dinero restante.
Bueno, intentó más bien, ya que la mujer se dio la vuelta sin dejar que ésta le devolviera el dinero y salió por la puerta del supermercado, no sin antes darse la vuelta y decirle:
—Sofie, cariño. Si yo quiero darte algo, te callas y lo recibes sin rechistar, ¿vale?
Y aunque Sofie se quedó un poco sorprendida por la respuesta de la anciana mujer, sonrió y le dio las buenas noches mientras la señora salía por la puerta. La anciana mujer siempre había intentado colarle algo de dinerillo extra y ella siempre terminaba devolviéndoselo, así que la Señora Delgado tuvo que irse antes de que la joven pudiera si quiera pensar en devolvérselo. Sofie miró el dinero en su mano: eran cincuenta céntimos. Pero cincuenta céntimos que podía ahorrar y que en el futuro podría utilizar. Con cincuenta céntimos por aquí y cincuenta céntimos por allá, al final ahorraría una fortuna, pensaba Sofie.
En cuanto se vio sola, soltó el aire, dejó caer los hombros y relajó la espalda, que se obligaba a mantener recta y en tensión delante de los clientes, para aparentar que tenía una buena postura, aunque su madre le decía que iba como un mono. Aunque ella creía que iba bastante recta. Al menos sus amigas siempre decían que era divertido darle con un bolígrafo en plena espalda “porque como siempre estaba tan recta, la reacción era mejor”. Malas víboras.
Un carraspeo la sobresaltó por detrás. Al mirar vio que sólo se trataba de su compañero de caja y amigo Mario, y volvió a relajarse. Le sonrió y ella le devolvió el gesto.
—¿Ha ido bien el día, querida Sou? —la saludó.
Ella puso los ojos en blanco.
—Tan bien como ayer, querido Bross —le dedicó una sonrisa socarrona. Él rodó los ojos y ella soltó una carcajada. Sofie sabía que en realidad no le molestaba, esa broma era su saludo habitual desde hacía dos años—. ¿Y a ti? ¿Ha venido Débora-hombres hoy a tirarte los tejos de nuevo?
Débora era una chica a la que le gustaba mucho ir provocando y zorreando por ahí como la reina del barrio, aunque no tenía nada para enseñar como hacía, y hacía unos meses atrás que había tomado a Mario como un reto que añadir a su lista de tíos, en la que Sofie dudaba que estuvieran escritos muchos nombres. A excepción de los desesperados que buscaban chicas fáciles, claro.