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  El poder llamar a Miguel más que su novio no fue una idea que llegara de imprevisto.

  Fue una idea que se fue anidando de a poco, empezó con el deseo de poder poner ambos de sus nombres en las escrituras del departamento y evolucionó hasta el deseo vehemente de poder presentarse como Hiro Hamada-Rivera en todas sus reuniones de trabajo.

  Así que compró el anillo — nada ostentoso, porque a Miguel no le gustaban las cosas que llamaban demasiado la atención. Pero encontró una linda banda de plata en forma de la clave de sol con algunos pequeños diamantes azules. Nada muy vistoso, pero algo tierno, y reflejaba una de las tantas pasiones de Miguel así que Hiro realmente se merecía puntos extra por creatividad.

  Lo difícil fue pensar en una propuesta adecuada. 

  La cosa con Miguel es que como no le gustaba acaparar la atención tampoco le gustaba causar un escándalo, así que las propuestas fuera de casa quedaban descartadas. Y una propuesta mal cocida no le apetecía mucho a Hiro, así que ahí estaba, sentado con las rodillas al pecho y recargado contra el sillón.

  Habían pedido comida China y pizza, además de que por alguna razón Miguel había decidido que tenían que sacar todos y cada uno de los dulces que había en la alacena y devorarlos. Así que tal vez jamás se había imaginado que su propuesta de matrimonio sería un típico Netflix and Chill, pero así eran las cosas.

  El anillo le pesaba en la bolsa de la sudadera, un constante recordatorio de lo que estaba a punto de hacer. El corazón le latía como burro sin mecate y sentía las manos sudorosas.

—Somos unos pinches gordos—había dicho Miguel, observando su festín de palomitas y porquerías en la mesa del centro de la sala.

—No fui yo quien propuso sacar la artillería pesada—contestó Hiro, intentando esconder su nerviosismo detrás de un bowl de Ruffles. 

—Tampoco protestaste—el mexicano se acomodó en el sillón, control remoto en una mano y vaso de Coca en la otra—. ¿Cómo qué quieres ver?

—Esa película del artista que te gusta—se le hacía difícil recordar las cosas cuando estaba estresado—, con la chava rubia que es una perra, donde al final no es la vieja de los gatos la que lo ayuda sino el convicto.

—Ah, Grandes Esperanzas—el mexicano rodó los ojos, buscando el título en su biblioteca digital—. Sí, me acuerdo que lloraste. Y gritaste, también, acabaste con la cabeza entre una almohada.

—No me esperaba que fuera tan sexosa—el pelinegro se cubre la cara con la capucha de la sudadera, intentando ocultar su sonrojo—. Se supone que tienes que avisarme de esas cosas, en especial si la estamos viendo con mi familia.

—A tu tía ni le molestó, fuiste tú el que se puso a dar manotazos al aire como pájaro aprendiendo a volar—Miguel se atraganta con su risa—. Me diste más pena tú que Pip, para ser honestos. 

—Ve y chinga tu madre—Hiro no puede ocultar su sonrisa ni aunque lo intente—. Mejor ya pon esa cosa y deja de hablar, hay mucha comida en la mesa y no te veo masticando nada.


  Decide hacerlo cuando Estella va a buscar a Pip para pedirle que no se case.

  Es algo estúpido, considerando que él quiere pedirle a Miguel que se case, pero de alguna manera queda.

  Si Hiro sabe algo de Miguel es que esta es una de sus escenas favoritas, sin importar cuánto lo niegue. Sus ojos se iluminan y se reclina hacia la televisión como esperando que pase algo distinto, sin importar cuántas veces haya visto la película. Es tierno, de cierto modo, así que Hiro deja pasar la escena para hacer la pregunta.

—¿Qué harías tú si yo te pidiera matrimonio?—dice, metiéndose otro puñado de palomitas a la boca.

—Depende, ¿cómo lo harías?—pregunta el mexicano, echándose para atrás y volviendo a acomodarse en el sillón.

—Así—dice Hiro, y saca la cajita de terciopelo de donde la tenía escondida en su bolsillo—. Miguel Rivera, ¿qué harías si te pidiera matrimonio?

  La sonrisa del mexicano es sorprendente. Incluso después de todos estos años Hiro aún se encuentra observándolo sonreír con admiración, la manera en la que su hoyuelo se hace notar y cómo se expanden sus pupilas es algo que lleva grabado en la mente.

—Aceptaría—dice el chico sin titubear—. Pero, ya sabes, en el hipotético caso de que me pidieras matrimonio.

  El pelinegro sonríe y abre la cajita, esperando que el anillo sea del agrado de su novio — prometido, prometido, Miguel es su prometido. Por alguna razón siente mariposas en el estómago al pensar en eso.

—Miguel, ¿te casarías conmigo?—pregunta Hiro. Directo, sencillo, muy al estilo del morocho.

—Pido ser el novio—es lo que dice, y de repente hay unos labios sobre los suyos y Hiro quiere reír pero quiere llorar al mismo tiempo y como no está muy seguro de qué quiere hacer termina abrazando a Miguel lo que resta de la película.

  Al día siguiente se despertará con un dolor en la espalda baja y mordidas en el cuello que tendrá que cubrir con suéteres de cuello largo, pero Miguel saldrá con chupetones en la clavícula y un anillo en la mano izquierda y todo habrá valido la pena.


como termina nuestra historia  -「higuel」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora