Las lágrimas surcan mi cara como si de una cascada se tratara, no soy capaz de detenerlas. Siento esa ya tan conocida presión en el pecho y salgo corriendo sin molestarme en mirar atrás antes de que sigan burlándose. Pero no es así, sus risas se escuchan de fondo, y sé que no puedo hacer nada para cambiarlo.
Siempre la misma historia, siempre el mismo sufrimiento, siempre la misma soledad. Las personas a las que antes solía llamar amigos me hacen sentir miserable cada día, no dejan pasar ni una ocasión para reírse de mí. Duele. Duele porque sé que en el fondo tienen razón, que nunca nadie me va a querer, que soy horrible, que por eso todos huyen de mí como si fuera la peste.Tal vez lo sea. Cada día mi agobio aumento, siento que me derrumbo, y ni siquiera la constante rutina en la que siempre ocurre lo mismo logra acostumbrarme a esta sensación.
A penas noto que llevo media hora corriendo, mis pensamientos hacen demasiado ruido como para enfrascarse en otra cosa. Diviso mi cada a lo lejos, no puedo evitar llegar sudando y con el pelo revuelto. Me coloco bien la ropa, alisándola y acomodo mi cabello pasando un mechón detrás de mi oreja tras echarme agua en la cara para que no se noten mis ojos hinchados, de todas maneras no es como si me prestaran mucha atención. Respiro hondo un par de veces intentando calmarme y levanto mi muro de indiferencia buscando aparentar que todo está bien, que no estoy sufriendo.
Busco las llaves en mi bolsillo trasero y maldigo en voz baja cuando recuerdo que se las presté a Leyre esta mañana para que pudiese coger su estúpido maquillaje y no me las ha devuelto. Leyre es mi hermana menor, y a pesar de eso parece sacarme unos cuantos años por todas las pinturas que lleva en la cara y los altos tacones de vértigo que lleva siempre. No nos tenemos demasiado aprecio la una a la otra, en realidad ningún miembro de mi familia me lo tiene. Raro es el día en el que no me sienta inferior a ellos por sus hirientes burlas y los múltiples golpes que a veces soy incapaz de evitar. Aunque para se sinceros no puedo culparlos, al fin y al cabo se trata solo de mí. No valgo tanto.
Mi labio inferior tiembla levemente a la vez que llamo al timbre. No voy a negarlo, estoy bastante asustada porque no creo que pueda aguantar las ganas de llorar mucho tiempo más. Me repito hasta la saciedad que tengo que aguantar, que no es para tanto y yo soy una exagerada, que estoy bien. Cruzo los dedos detrás de mi espalda deseando que no abra la puerta mi madre, cualquiera menos ella. Los aprieto con fuerza y siento que me voy a derrumbar cuando veo que no es otra que mi progenitora quien la ha abierto. Siempre con mi buena suerte por delante pienso con sarcasmo. Me preparo mentalmente para lo que va a venir cuando observo su mal humor.
—Anda, pero si eres tú, ¿por qué no usaste las llaves niñata?, estaba haciendo cosas más importantes que tener que verte la cara.
—Lo siento, se las presté a Leyre esta mañana, no volverá a pasar— murmuro, mientras ignoro el dolor punzante de mi pecho al ver su cara de asco hacia mí, no sé porque sigo teniendo la esperanza de que un día esa mueca deje de dibujarse en su rostro.
A pasos lentos y atreverme a elevar demasiado la mirada, camino hacia mi cuarto. Cuando quiero darme cuenta de mi error ya es muy tarde, un fuerte dolor punzante que nace en la base del cabello me confirma que mi madre me está agarrando de él mientras tira con fuerza para evitar mi avance, haciendo que suelte un jadeo de dolor y sorpresa. Un golpe seco por las paredes de la casa y no me hace falta verme en un espejo para saber que mi mejilla está roja.
—¿Quién te has creído que eres para entrar como si esta fuera tu casa? Aquí no entras si no es con llave, niñata.
Es lo único que escucho antes de que la puerta se cierre en mi cara con un portazo. Siempre buscan una excusa para dejarme fuera y no tener que verme. Enjuago mis lágrimas y empiezo a caminar sabiendo que si mi padre me ve la puerta, será mucho peor. En momentos como este odio mi vida, ni siquiera puedo desconectar en el instituto porque mis compañeros de clase creen que soy una especie de saco de boxeo para descargar sus frustraciones. Mi corazón cada vez está más marchito. O al menos eso era antes, ya no estoy segura de tener uno. Ni siquiera tengo a alguien que me pueda apoyar, una persona tan patetica no puede tener amigos y es algo que tengo asumido.
Me dirijo a casa de mis abuelos para pasar la noche. Ellos no viven aquí, solo tienen una vivienda, cosa que me tranquiliza porque tampoco les caigo precisamente bien. Trepo por el árbol con cuidado hasta llegar a la ventana y la deslizo para poder abrirla, sacando el papel que siempre dejo ahí para que no se cierre. Me tumbo con cuidado sobre la cama para dormir, aunque sé que no podré descansar más que un par de horas, que lo único que haré será soltar lágrimas.
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Me despierto por una alarma sonando, alargo la mano para alcanzar mi móvil y me desperezo. Salto de la cama y la hago rápido mientras me peino y me cambio de ropa, ayer sin darme cuenta me quede dormida con la ropa de calle.
Una vez arreglada salgo por la ventana, poniendo el papel para que no se cierre. Voy algo tarde, por lo que no me percato de la ráfaga de aire que viene justo cuando la cierro, arrojando la pequeña tarjeta al otro lado de la habitación. Intento abrirla, pero es en vano. Genial, ya no tengo a donde si mis padres me vuelven a echar. Ahora si que estoy jodida, hasta que no vengan dentro de un par de semanas no podré dormir aquí. Como me echen tendré que quedarme en la calle.
Salgo hacia el instituto, decepcionada por empezar tan mal el día. Y para colmo me deje la mochila en la puerta de casa, no puedo pasar a por ella porque tendría problemas. Ya tengo bastantes, por lo que cogeré la libreta y el bolígrafo que tengo guardado en el casillero para estos casos.
Mi cuerpo se tensa automáticamente al ver a la gente en la puerta del instituto. Avanzo a paso rápido hacia mi clase para no cruzarme con nadie, pero cuando voy a llegar una voz me detiene.
—Andrea—me llama Leyre arrojando las llaves al suelo, me congelo al verla rodeada de sus amigos—, espero que tengas un horrible día.— una sonrisa maligna aparece en su rostro.
—¡Mira, como ella!— le sigue el juego un chico de pelo castaño. Las risas en señal de aprobación no tardan en hacerse presentes.
Aprieto los dientes y me agacho para recoger las llaves, cuando alguien me empuja por detrás haciéndome caer. Todos se ríen hasta desaparecer y mi nariz empieza a gotear sangre. Me llevo una mano hacía ella de forma inconsciente y veo que no sale mucha. Aunque no me duele, lo que sí lo hace es que mi hermana participe en todo esto, que ni siquiera ella me entienda. Voy a retirarme a los baños cuando una mano agarra mi muñeca.
—Eres patética, no sabes hacer otra cosa que no sea llorar y lamentarte. Normal que nadie te quiera, es decir, mírate— sus ojos brillan con lo que parece diversión y siento mi corazón romperse un poco más al escuchar su cruel risa—Despreciable. Ojalá que no hubieses nacido, ojalá que no hubieses sido mi hermana.—escupe con asco.
Y esas palabras acaban de derrumbarme, ocasionando que las lágrimas vuelvan a salir. Sé que tiene razón, pero eso no significa que duela menos. No puedo creer que todos me traten así, sé que soy una mierda de persona, pero creo que no merezco esto. El timbre suena y salgo corriendo hacía el parque que está al lado de mi casa para llorar tranquila. Posiblemente tenga problemas por saltarme las clases pero nada me importa en este momento.
Las calles nunca se me han hecho tan largas a pesar de que corro con todas mis fuerzas, supongo que es porque el dolor punzante que hay en mi pecho me impide respirar con normalidad por lo que el esfuerzo de avanzar cada vez más rápido me cuesta el doble.
Cuando por fin llego me siento en el primer banco que encuentro ignorando a cada persona que se pasea por ahí mirándome raro y subo mis rodillas para ocultar mi rostro. No puedo parar de llorar por mucho que lo intente empezando a sumergirme en mi propio mundo de miseria.
Después de unas cuantas lágrimas y sollozos más en los que los pensamientos negativos no me han dejado tranquila, no soy capaz de saber si llevo aquí minutos u horas. No entiendo que he hecho yo para merecer esto, siempre intento hacerlo todo bien y acabo arruinándolo.
Me está empezando a costar respirar cuando siento una mano en mi hombro, causando que mi cuerpo entero se tense. No, no pueden haberme seguido hasta aquí, no por favor, no creo poder soportarlo. Me encojo en mi sitio y me sacudo violentamente por los sollozos, deseando con todas mis fuerzas que me dejen en paz, deseando ser invisible, deseando ser normal. ¿Es tanto pedir?
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Ahora sí, sonríe
RomanceAndrea es una chica con una vida difícil. Las múltiples burlas de sus compañeros de clase y los hirientes maltratos de sus padres la impiden poder tener sueños y algo por lo que luchar. Hasta que un día se cruza con él. Un misterioso chico que siemp...