Capítulo IX

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Aprendes a valorar lo que tienes cuando todo se esfuma. No valoraba tanto las tardes meciéndome en un columpio en el jardín, no hasta que él ya no estuvo más. Lo más triste de todo es que parece que ha muerto, su partida es algo parecido a eso pues desde hace unos meses no tengo noticias de él.

Le prohibí a mamá que viniera a visitarme. Es lo más sano, sé que miente, algo esconde y no hablará porque aceptó mi decisión, prefirió no decirme nada y alejarse.

Doy unos golpecitos a mi pierna izquierda y Odín sube enseguida para acurrucarse mientras yo hundo mis dedos en su blanco, fino y suave pelaje. Nos hemos acostumbrado a tenernos, el pequeño es muy fiel y entiende cuando algo malo me sucede, lo sé porque restriega su hocico en mi brazo o en el pie.

Miro al frente, el cielo nunca se había visto tan azul como hoy. Las nubes blancas parecen bolas de algodón que pudieran atraparse en la mano con solo estirar el brazo. La brisa mueve los árboles frondosos y los pájaros agitan sus alas atravesando los rayos del sol desde lo más alto del cielo.

—Marie, ¿quieres que añada más queso a la pasta? Sé que te gusta el parmesano.

Asentí con una sonrisa.

—Solo lo justo, Ben.

—Solo lo justo, nena —responde en broma desapareciendo de nuevo por la puerta corrediza; él sabe que odio las palabras cursis.

Alto, cabello hasta por los hombros, lacio, suave, castaño, con una sonrisa preciosa, músculo de vez en cuando, Ben es esa felicidad que llegó a mi vida en el peor momento. Sus locuras me hacían reír todo el tiempo, es fascinante.


Normalmente el almuerzo dura una hora, este ya llevaba media hora más. Él platica lo que hace en el trabajo, yo río una y otra vez. Resulta que Ben tiene el poder de que todo turista cuente intimidades, chistes o problemas de su vida, pareciera que le ven cara de confesatorio, yo soy la que más lo disfruta.

—Mar, tengo unos boletos para el teatro, será un honor tener tu compañía —mueve la copa en círculos meciendo ligeramente el vino.

—¿Quién dijo que iré? —Ese chico es demasiado seguro, pero por más que quisiera tirar su ego a la basura, esos ojos claros me lo impiden cada vez que me mira.

—Si te niegas, olvídate de que yo conteste cada vez que tu madre llama, tú sabrás —se encoge de hombros y esconde una sonrisa.

—Te odio, Ben. Recuérdalo toda tu vida —digo poniéndome de pie, coloco un plato sobre otro pero él niega y los toma por mí. Ya sé lo que hará.

—Yo lo hago. Tenemos un trato.

Sonrío. Necesito una ducha.

Ben y yo tenemos un trato, efectivamente. Lo sacaron de su hogar por querer estudiar pintura y negarse a trabajar en lo que se había graduado. Un día, mientras caminaba por las frías calles del lugar, vi que dibujaba a las personas, así que hice fila y cuando fue mi turno le pedí que hiciera un retrato de Odín. Luego charlamos por varios minutos y descubrí que estudió con Henry. Así que al ser el único vínculo, le ofrecí vivir en la casa, él aceptó con la condición de que ayudaría en los quehaceres al no poder aportar suficiente dinero. A veces olvido aquello, supongo que es por el cariño y la alegría que transmite.

Ben es parte del pasado de mi Henry. Quizás si comienzo a buscar desde otro punto pueda descubrir la razón por la cual se fue. Quien sabe, la vida da muchas vueltas.

Por si regresas a míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora