CAPITULO 8: "La última vez que te vi"

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La última vez que vi personalmente a Benjamín fue hace más de 63 años. Hoy, me preparo para volver a encontrarlo y temo por ello. No sé si me amará como antes, no sé si el verdadero amor de su vida fue Äme o fui yo. Si sé que no lo fue Alma, formé una gran amistad con ella desde que llegué aquí y tuvimos largas charlas en las cuales me explicó que uno de los principales motivos de su suicidio fue el sentirse insuficiente ante los ojos del resto. Me contó que lo que más le dolía era sentirse más una amiga de un tipo enamorado de otra que su pareja. Se mentían a ambos y ella lo supo desde siempre.

Benja fue profesor de literatura, escribió poesía y tuvo tres hermosos hijos junto a Äme. Los mismos que para las 00:07 AM se estarían enterando de la muerte de su padre. Los que para las 02:08 AM llamarían a su madre y le contarían lo sucedido. Y los que para las 13:05 PM estarían llorando abrazados al cajón.

La vida de Benjamín fue plena, aunque a veces lo escuchaba invocando mi nombre y confesándome sus penurias. Las mismas que moría por contestar, esas que dentro de mi alcance intenté solucionar. Al final sentía algo similar a lo de Alma, pero desde otra perspectiva. Me había convertido en la persona a la que él acudía cuando había problemas. No sé si a esos se le puede llamar amor.

Benjamín Tovaglieri, vivió durante diez años en las afueras de Madrid, durante otros catorce viajó alrededor de Europa, trabajó de profesor universitario en La Sorbona durante veinte temporadas. Luego, descansó en sus trece primaveras post-retiro en Londres y sus últimos dieciséis abriles en su lugar de origen: Monsagasto. Él amaba peregrinar pero siempre se había propuesto volver a su hogar. Fue así que el día en que confundió a su joven hija Rocío conmigo y empezó a entender que algo en su cabeza no funcionaba como antes, decidió empacar todo y volver a la Argentina. Llorando desoladamente en la soledad de su habitación inglesa me rogó que lo ayude. Interferí por él, pero los planes del destino son insolubles. Me hice presente en sus sueños y pedí perdón, le rogué que no me olvide y lo dejé besarme para luego desaparecer en el aire.

Rocío tiene dos hermanos, ambos varones: León y Esteban. Todos compartieron la pasión de su padre por el fútbol, el buen whisky, el tabaco y el café. León, el hijo mayor tiene dos hijas: Belén y Magdalena a quien Benja bautizó con el apodo de Maga, "haces magia con tu sonrisa y me sacas de los momentos más difíciles con tus trucos", solía repetirle su abuelo. Esteban, el hijo del medio, jugador de fútbol y soltero empedernido. Rocío, la menor y la consentida del padre, estudia literatura como él y se enamora fácil de algún idiota que termina por romperle el corazón.

Emilia Delacchiesa Alconada Alcorta finalmente se casó con Don Santiago y murió con él en un trágico accidente de tránsito. Al llegar aquí, donde esperan las almas enamoradas, se reencontró con Stefano quien la abrazó, la besó y se unió nuevamente con ella por toda la eternidad. Don Santiago hizo lo propio con su ex mujer, también difunta.

Aquella tarde, todos estábamos esperando la llegada de Benja y habíamos decidido que Stefano fuera quien lo reciba. Emilia, lloraba un tanto de emoción y otro tanto de angustia por su querido hijo que dejaba la vida mundana por un largo tiempo. Stefa reía de felicidad, Alma y yo en cambio no sabíamos que hacer, los nervios nos carcomían y nos hacíamos las distraídas, como si no hubiésemos estado esperando este momento por los últimos sesenta años.    

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El último recuerdo vívido que tengo en estos momentos es el de Sol. Sol y Monsagasto, Sol y La Española, Sol y yo. Sol resplandeciente de felicidad despidiéndome con un beso en el lejano trópico. Me río y los pulmones vuelven a fallarme, toso como un animal. La tos seca es el reflejo del cuerpo que más odie toda mi vida, y estar muriéndome ahogado en ella parecía una dulce ironía. A mi lado están mis hijos, Rocío, León y Esteban, la más chica me agarra de la mano y me sonríe, yo hago un esfuerzo inconmensurable y le devuelvo la sonrisa. Miro el reloj pulsera Tommy Hilfiger que compré a los quince años y me acompañó durante toda mi vida, son las 23:07 P.M y el final parece estar a la vuelta de la esquina.

León y Esteban van hasta la cafetería del hospital a comprar un café y fumar un pucho. Al salir cruzan dos palabras con su madre que no logro escuchar. Tengo momentos de lucidez, creo que mi enfermedad me está dejando despedirme de la gente que amo. Así como la vida no me lo permitió hacer con Sol. Esta era una pequeña revancha, mi revancha. El destino podría ponerle un fin a mi existencia, pero yo y solo yo iba a decidir de quien quería despedirme.

Äme entró a la pieza y me saludó con un tibio beso en la frente. La miré fijamente y con el hilo de voz que me quedaba le dije que la amaba. Que la había amado desde el primer día que la vi en el viejo continente, que su sonrisa había sido mi luz en los peores momentos de mi vida. Que a su lado fui feliz y que sea fuerte, que de una u otra manera estábamos destinados a reencontrarnos. Ella lloró, me abrazó para luego besarme en la boca y decirme al oído que me amaba como nunca había amado. León y Esteban volvieron y junto a Rocío le pidieron por favor que se vaya a dormir a casa, que había estado todo el día y que le iba a hacer mal. Desde la cama me sumé al pedido de mis hijos y le dije: "todo lo que nos dijimos en una vida es suficiente para mí, no hay nada que decir que no hayamos demostrado con hechos, eso es lo importante". Ella se volvió a besarme y se retiró, en silencio y derramando lágrimas. Eran las 23:38 P.M. Mi cuerpo ya no resistía más, tenía puntadas por toda la espalda y para las 23:43 PM solo deseaba morirme y terminar con el dolor.

Las últimas palabras que logré esbozar en mi vida se dirigieron a Rocío, le conté toda mi historia con Sol por primera vez. Ella me miraba atenta y, mientras explicaba las fatídicas acciones de aquel viaje de vuelta con el Dr. Artazigar, lloré por primera vez en muchos años. Lloraba por ella y por el tiempo que se me estaba terminando. Cuando uno mira cara a cara a la muerte, sin saber qué será lo que se avecina, siente un gran valor que conlleva una enorme tristeza. Es el valor de estar peleando la batalla final, y la tristeza de asumir que vas a perder. Es enfrentarse a todos los miedos que uno fue evitando durante toda su existencia.

Para las 12:06 AM ya había hablado de como Sol falleció en manos de un ladrón al día siguiente que yo deje La Española. Ya había explicado cómo me enteré de su fatídica muerte luego de llenarla de mensajes y llamadas perdidas sin responder. Como su madre me ubicó y me contó todos los detalles. Como me desarmé en lágrimas, asumiendo que la muerte me perseguía a mí y a mis seres amados, como maldije al mundo, a los escritores, a los poetas y a las películas de Hollywood que nos hicieron creer que todo era perfecto. El amor no lo era, yo amé a tres mujeres y dos murieron sin que pueda hacer nada por evitarlo. El amor es el sufrimiento eterno más bello que se haya inventado. El amor no está en esas acciones enormes y dantescas que nos muestran en los cines. El amor está en los ojos, en esos que te miran después de hacer el amor y también lo hacen en los momentos más difíciles. En esos que jamás te bajan la mirada, ni sienten vergüenza de mirarte. El amor en mi vida, y el amor de mi vida, flotaba en el aire en ese pequeño espacio entre mis ojos y los ojos de Sol. A las 12:07 AM de un jueves lluvioso, perdido en un hospital argentino, cerré los ojos para siempre, no sin antes escuchar la promesa de Rocío de escribir mi historia con Sol, nuestra historia. La historia del amor más puro, la historia que fue mía y de todos porque ni ella, ni yo, fuimos los únicos amantes de este planeta. Alguien amó ayer, alguien amará mañana, pero nadie, jamás, amará como ella y yo nos amamos.


FIN 

Te encontré en otras almasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora