Aquél día cenaron más pronto que de normal, era la última noche de Raoul en la academia y este se paseaba por ella con aire taciturno, intentando absorber la esencia de cada habitación y recorriendo sus pasillos para fijarse en si se había dejado algo tirado por ahí.
"Raoul, yo me voy a duchar ahora". Le comentó Agoney antes de entrar a las duchas compartidas, ahora vacías por las horas.
"Pues muy bien amiga, yo me he duchado antes." Contestó el más joven.Apareció Amaia, que había estado recogiendo sus cosas y después de un par de palabras con los chicos se fue hacia el dormitorio. Entonces, cuando el rubio se iba también, Agoney pidió "Raoul, me puedes traer... Em..." y como no le comprendía, le comentó que cerrase la puerta para decírselo, porque hacía frío.
El chico volvió a salir y, con el gel que finalmente había pedido el canario, rehízo el camino.
Abriendo la puerta se encontró a su amigo en bóxers, mirando hacia una de las duchas vacías, como si allí hubiese algo que lo molestase. Así que entró sin más y cerró la puerta tras de sí.
"¿Qué te pasa ahora? ¿Se te ha olvidado la toalla otra vez? Que manía tienes con lo de no salir en ropa interior a por tus cosas, de verdad... Ni que la gente nunca hubiese visto un chico desnudo. Y ni si quiera..." El chico del tupé grisáceo, ahora deshecho, continuaba sin mirarle, concentrado en lo que tenía delante.
"Venga... Ayúdame", dijo con la voz entrecortada. Así que fue a asomarse a la ducha imitando a su amigo, donde, por lo visto, no había nada. Todo pasó demasiado rápido.
En un momento miraba a las losas vacías y secas y al siguiente estaba allí dentro, de cara a la pared, donde su amigo le cogía el cuello por detrás. No, no el cuello, la sudadera. No, tampoco, el micro; estaba tapando el micro.
"Agoney, ¿qué haces?" se asustó un poco el catalán.
Pero su compañero siguió. Fue a buscar debajo de la ropa, donde se apretaba contra su abdomen la cinta que soportaba el micrófono y la petaca. Quitó esto con paciencia y en silencio, casi sin respirar, como si lo hubiese ensayado antes. Entonces se apartó un poco y dejó el micro debajo de unas toallas, y volvió a girarse hacia Raoul, el cual lo miraba con el ceño fruncido, sin saber cuál iba a ser el siguiente paso del canario.
Este lo observaba con los ojos más oscuros que hubiese visto nunca, casi negros. No sabía descifrar aquella expresión. Parecía absorto en sus pensamientos, pero mirándolo fijamente.
Dio un paso. Dos. Y ya estaba dentro del cubil de adoquines, frente a él.
Le miró la boca, los ojos, un par de veces. Se mordió el labio e hizo ademán de acercarse más todavía. "Agoney..." le reprochó el rubio, quien había mantenido la respiración hasta el momento.
El moreno seguía sin hablar. Se limitó a coger la nuca de su amigo con una mano mientras apoyaba la otra, temblorosa, en la pared que este tenía detrás.
Raoul apoyó su espalda en las baldosas y, mientras empezaba a poner una mano en el pecho de su amigo para frenarle un poco, iba diciendo "vas a pillar un resfriado, y después me echarás la culpa" con una pequeña sonrisa. Pero no, no podía coger ninguna enfermedad. Ya estaba ardiendo."Por favor Ago..." le volvió a rogar. No quería tener que apartarlo, pero su amigo ignoraba sus peticiones y se acercaba tan lentamente que no sabía cómo reaccionar.
Cuando rozó sus labios, la calidez de su respiración hizo que un escalofrío lo recorriera de pies a cabeza. El beso fue primero paciente, tibio. Pasó a ser más ardiente, pero igual de tranquilo, cuando el canario introdujo su lengua en la boca del más joven. Este le siguió, sin entender aún por qué hacía aquello tan de repente, después de una semana sin las prácticas ni los ensayos de la canción que habían interpretado y por cuya sincera actuación estaba nominado.
Allí estaba. Dejándose llevar, con su mayor pilar allí dentro, en la que posiblemente sería su última noche en la academia, con las palmas de las manos apoyadas en el pecho bronceado de su compañero.
Raoul se quitó la sudadera ayudado por su en ese momento más que amigo, quien introdujo sus manos por dentro de su camiseta interior blanca, recorriendo su espalda con la yema de los dedos. Apretando un poco, notando cada músculo contraído. Bajando poco a poco hacia la zona lumbar.
La fina camiseta empezaba a molestar y hasta la piel sobraba, así que terminó con el torso desnudo, el pelo ahora con sus rubios mechones sueltos cayendo en su frente y los ojos cerrados a todo lo que no fuese lo que estaba experimentando en ese mismo instante.
Separando sus bocas para pasar al cuello de barba negra que tenía delante, pudo fijarse en la emoción de Agoney, reflejada en el interior de su ropa interior. Él se sentía de igual manera, pero allí no podían hacer mucho más. Aun así, atrajo a su compañero por las caderas, pegándose tanto como podían. Cuando alguien llamó a la puerta, pareció que la realidad le daba una gran bofetada en la cara.
"¡Está ocupado!" rugió el canario con voz ronca. Nunca había escuchado ese tono. Aquello solo hizo que se excitara aún más si cabía.
Una chica contestó desde el exterior y la escucharon alejarse.
Cuando pensaba que ya había terminado todo, que iban a quedarse con las ganas otra vez, el chico de pelo negro volvió a mirar a los ojos marrones de su amigo. Este los cerró y suspiró hondo cuando, sin previo aviso, puso su mano en el sexo de este, por encima de los finos pantalones, haciendo que inclinase la cabeza un poco hacia detrás.
Se recorrieron a besos, aspiraron cada poro de la piel del otro y los dos siguieron desnudándose, tocándose hasta llegar al clímax, olvidando por completo dónde estaban o cómo habían llegado a aquél punto.
"Ahora sí vas a necesitar una ducha, amigo..." le dijo Agoney a la oreja a Raoul, el cual seguía con la frente apoyada en el hombro de su amigo.
"Agoney, eres idiota." respondió el aludido curvando un poco la comisura de los labios.
YOU ARE READING
La excepción
RomanceDe cuando los besos se quedaron cortos y los sentimientos eran confusos.