Capítulo 31: "Vampiro"

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Maratón: 3/3



SCARLETH


Un día después.

Esa mañana desperté con unas fuertes punzadas en mi cabeza. Mi cuerpo también estaba adolorido y apenas era capaz de incorporarme y poder levantarme. No tenía conciencia de que día era o qué hora era exactamente, pero lo que si sabía, es que mi cuerpo estaba sufriendo.

Con cierta dificultad, llevé mis manos hacía mi frente y a penas con el roce de mis dedos, el punzante dolor se volvía casi insoportable. Fue una completa lucha internar abrir mis ojos, puesto que mi cuerpo estaba demasiado débil como para hacerlo.

—¿Scarleth? —Una voz cálida acarició mis oídos. Me sentí tentada a abrir los ojos, pero aun así, sabía perfectamente quién era.

—¿M-mamá? —Sentí su helada mano en mi frente, algo muy poco común, puesto que siempre ha tenido las manos calientes—. ¿Qué sucedió? —Pregunté.

—Tuviste un accidente—Dijo. Abrí mis ojos casi con fuerzas, y la fuerte luminosidad me encandiló completamente.

—¿Dónde estoy? —Volví a preguntar, tratando de acostumbrar mis ojos a la luz.

—Estás en un lugar seguro—Dijo con su voz cálida, pero aun así había frialdad en la manera en como hablaba.

Su cabello estaba recogido en su típico peinado, con sus mechones que parecían unas pelusas de color rojo sangre caían en su rostro, casi tan pálido como el mío. Debajo de sus ojos, se le veían unas oscuras e inmensas bolsas que opacaban sus ojos. Era el rostro de mamá, pero era diferente.

Mamá revoloteó de aquí para allá en una habitación completamente desconocida para mí. Quizás una habitación de hospital, pero todos sus muebles eran tan blancos como la pared o el piso. Incluso la luz era blanca, y eso hacía que mis ojos se cansaran por el color repetitivo y frío a la vez.

Me acomodé en la camilla en donde me encontraba, pero el colchón era duro y las almohadas no eran suaves como se veían. Las mantas eran ásperas y pesadas, casi parecían lijas que raspaban mi piel. Mi madre se acercó a mí con un plato metálico entre sus manos, y dentro de este, unos instrumentos también de color metálico, brillaban casi como estrellas.

—¿Hubo alguien implicado en el accidente? —Miré fijamente cada movimiento que hacía. Casi parecía un robot. Moviéndose automáticamente.

—No.

—¿Qué sucedió realmente? —Me sentía incomoda ante su presencia y parecía que mi madre no lo notaba o quizás, lo ignoraba.

Dejó el plato metálico en el mueble blanco que estaba al lado de la dura camilla, y de este, sacó los instrumentos que eran igual de metálicos. Acercó la aguja hacía mi brazo, queriendo más bien inyectarme o sacarme sangre.

—¿Qué haces? —Intentaba alejarme de la aguja, pero mi madre me agarró de los hombros y me acercó más a ella, acercándome cada vez a ese horrible instrumento.

Mi cabeza dolía casi fieramente al igual que todo mi cuerpo, y ya no quería que me siguieran lastimando. Me revolví en su agarre, mientras veía como acercaba la aguja hacía la vena de mi brazo, y finalmente, el agudo dolor de la aguja, recorrió por todo mi cuerpo, haciendo que éste se tensara al sentir como el calor de mi sangre se iba, siguiendo un conducto casi trasparente hacía una bolsa vacía.

—Tú sangre es muy importante—Mamá ronroneó, pero para mí se escuchó más bien como un siseo que alertaba peligro.

Mi madre llenó dos bolsas de medio litro con mi sangre y yo estaba demasiado débil como para impedir que lo hiciera. Sentía unas lágrimas nublar mis ojos, los cuales estaban muy debilitados por la fuerte luz blanca. La sed quemó mi garganta y el calor se estaba yendo de mi cuerpo con cada sustracción de sangre que estaba haciendo.

El lobo de los ojos amarillos | [Libro 1] (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora