“¡No servís para nada! ¡Ándate! ¡Busca que hacer mona mugrosa!” Dijo Helen, tomándome del brazo bruscamente y sacándome – casi lanzándome – de la casa. Estaba fumando, y el intenso olor del cigarrillo salía de su boca cuando ella exhalaba.
“Cuando Juan venga, le dices que estoy adentro esperándolo, ¿entendiste?” Me dice, sin emoción, los ojos negros con odio, frunciendo el ceño esperando por mi respuesta.
Rápidamente, sequé las lágrimas que había dejado salir. “S-sí, Helen.”
“Más te vale, estúpida.”
Y cerró la puerta de un portazo.
Otra lágrima salió de mi ojito. Estaba cansada de que ella me dijera así. No me gustaba. Helen siempre me trataba mal.
Lloriqueando, me senté en el pequeño pórtico, sabiendo lo que iba a pasar. Un hombre extraño y desconocido entraría en la casa y pasaría toda la noche con ella. Y yo, por otra parte, pasaría toda la noche afuera. No era la primera vez de todos modos. Tosí un poco. El humo que salía de la boca de Helen se metió en mi nariz, y siempre costaba sacarme ese olor amargo y sin sabor.
Miré el cielo, y me di cuenta que ya estaba oscureciendo. Suspiré. Parecía que eran las siete de la noche. Y cómo lo esperaba, un hombre alto, como de cuarenta años, bien vestido y de cabello negro empezó a caminar en dirección a la casa.
Se detuvo cuando estaba enfrente de mí.
“¿Es ésta la casa de Francesca?” Me preguntó amargamente, con un tono serio y fuerte.
Asentí con la cabeza. Francesca era el nombre que Helen le decía a todos los que entraban en la casa. “D-dijo q-que lo estaba esperando a-adentro.”
“¿Y qué esperas, pues? Abre la puerta,” me ordenó.
Contesté al inclinar mi cabeza. Me levanté y extendí mi mano para abrir la puerta. Giré la manecilla con cuidado y lentamente, abrí la puerta. Y sin agradecer, Juan, entró en la casa, cerrándola de un portazo en mi cara.
Suspiré de nuevo. Me incliné para buscar debajo de aquella vieja la alfombra vieja frente a la puerta una pequeña sábana que escondí para estos días.
Sabía claramente que Helen no me iba a dejar entrar en toda la noche, y aún a mi edad, era lo suficientemente inteligente para saber que tenía que buscar dónde dormir.
Me envolví en la sábana, dándome cuenta que no iba a ser suficiente para darme calor. Hoy era una noche fría, el aire parecía estar congelado. El viento soplaba tan fuerte, que las ramas de los árboles se inclinaban de su fuerza.
Así que me paré, y comencé a caminar por la desgastada acera. Aburrida, pateé una piedra en el camino y salió volando muy lejos. Sonreí, pero luego esa sonrisa desapareció cuando el viento sopló fuerte. Me hizo soltar un escalofrío. Iba a ser una noche larga.
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Tráeme la Primavera
Teen FictionElena es una niña de ocho años, que vive bajo los mandatos y caprichos de su supuesta madre, Helen Rivas, una mujer drogadicta y alcohólica. El problema no es como o donde vive, oh no, el problema es Helen. La mujer que la maltrata físicamente y la...