Alas en los pies

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La casa donde vivo, es una construcción de dos pisos, con un magnifico balcón, desde donde me siento a observar. Por un tiempo estudie  a las personas por su manera de caminar. Los ancianos por ejemplo; hacen un ruido espantoso al arrastrar los pasos, parecen que cargan el peso del tiempo en los zapatos. Los niños somos todo lo contrario, apenas y tocamos el suelo. Mi abuela dice que tenemos alas en los pies. Pudiéramos pasar por desapercibidos pero el desorden que dejamos en el camino, nos delata. Y por último están los adultos, se mueven de prisa y en todas direcciones, parecen que no saben a dónde van. Mientras los miro, me hago un montón de preguntas sobre ellos ¿Que estarán pensando? ¿Qué tal su día? ¿Qué irán a cenar?

El segundo piso es nuestro hogar. Parece una casa de muñecas, por el poco espacio, pero  a pesar de que los muebles estén  apretujados, el ambiente es acogedor. Todo dentro de ella esta pasado de moda, aunque limpio y reluciente; Un comedor de cuatro sillas, el sofá de dos puesto donde la abuela se sienta a ver la televisión, la poltrona del abuelo que ya nadie usa, una biblioteca aérea repleta de libros, fotografías antiguas, un mueble de madera para el televisor y el equipo de sonido.

En la planta baja funciona un abasto. En otra época, fue uno de los más concurrido y próspero del barrio. Se llamaba "La preferida" y digo se llamaba porque en el cartel a duras penas se leen las tres últimas letras "Ida" y en la bodega solo quedan esqueletos de estantes vacíos. La abuela cuenta repetidamente lo orgulloso que estaba el abuelo de su tienda, con los anaqueles repletos de artículos hasta el techo. En la entrada, se exhibían dos carretas de madera; una con frutas nacionales e importadas y verduras frescas traídas de la colonia Tovar  y la otra con flores cultivadas en Galipán. Siempre que podía, el abuelo conversaba con los clientes de sus futuros planes. <<Pronto tendremos aquí un supermercado, con un botica y licorería incluida>> decía entusiasmado. El abuelo se murió, los armarios se vaciaron, y de esos tiempos quedaron los recuerdos.

Ahora se vende lo que se puede.

<< ¡No se preocupe comadre, que todo el país está en ruina!>> le dice un viejo llamado Pascual al que la abuela le tiene cierta desconfianza.

Mi abuela es una mujer talla xxx; grandes cachetes, grandes senos, grandes nachas y gran corazón. Se llama Rosa, cariñosamente le decimos Mamaró Su habilidad para cocinar es algo impresionante. De existir olimpiadas areperas, Mamaró sería la campeona mundial. Y es que de un aplauso, delgados discos de harina brotan de sus manos, y van a dar al budare caliente. Igual que el sombrero de un mago y como por arte de magia, ricas arepas aparecen en la mesa; abombadas, crujientes, bañadas en mantequilla, repletas de queso telita, rellenas de perico, reina pepeada, peluda, migadas en caraotas o suero de leche. La cocina es su laboratorio, donde ollas con guisos secretos impregnan la casa de olores deliciosos. Más que una cocinera, la abuela es una hechicera que prepara pociones mágicas.

Julie se queja porque Mamaró es quisquillosa a la hora de cocinar y para hacer sus famosas hallacas no acepta otra harina de maíz que no fuera, harina Pan. En una oportunidad, se necesitó un ejército de personas para conseguir la harina. Algunos voluntarios, visitaron los mercados populares; Quinta Crespo, Catia, Coche, Guaicaipuro. Los cibernéticos, recurrieron a los mensajes de textos y las redes sociales. Otros se pusieron en contactos con familiares y amigos y los más cómodos se la compraron a los bachaqueros. Cualquier sacrificio con tal de poderse llevar a la boca un pedacito del corazón de la abuela, envuelto en hojas de plátanos y pabilo.

¿Te vas a comer una hallaca? Es su frase preferida para navidad.

La abuela con su poderosa fortaleza de ánimo y su ingenio, sostiene la casa sobre sus hombros. Cuando no vende una cosa, vende otra, cuando algo le sale mal, ella siempre tiene una manera de darle vuelta al asunto, pero bajo ninguna circunstancia se deja achicar por las circunstancias.

Una tarde mientras jurungaba en el cuarto de los peroles, se le ocurrió sacar a la venta, artículos que ya no necesitaba; Una cafetera eléctrica sin vaso, la vieja máquina de coser Singer que el abuelo dejo sin reparar, dos cámaras fotográficas, un taladro, un cuchillo eléctrico, un ayudante de cocina moulinex, la colección de muñecas Barbes de mi mama, una aspiradora. La mayoría de los objetos estaban en buen estado, uno que otro necesitaba alguna reparación. Le llamo la esquina del cambalache y coloco un papelógrafo que decía:

LO QUE NO USE, TRAIGALO

SI NO LO VENDE, LO CAMBIA

En una semana, la tienda se atiborro de objetos usados. Se realizaron más de ciento cincuenta operaciones, entre ventas y trueques. A todos les fue bien; Mamaró obtuvo su ganancia, mi mama aprovecho la ocasión para vender empanadas y pastelitos. El señor Ramón aumento su cartera de clientes, ahora tiene una montaña de objetos que reparar, mientras que Carlos  Andrés se esta ocupado buscando y vendiendo repuestos.   

Tres cuentos y una maletaWhere stories live. Discover now