¡PAPA!

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La palabra ¡Papá! llego como un huésped sin avisar.

Se quedó oculta en algún rincón de la habitación, aguardando como una sombra al asecho.  ¿cómo no me di cuenta antes? ¿Porque no extrañe su presencia? Ahora me voy a la cama confundido y desorientado. Julie trata de calmarme con uno de sus cuentos, pero yo solo tengo una cosa en la mente: Papá

La primera vez que mi papá me visito en sueños tenía el rostro de Giuseppe, el panadero. Llego jadiando a mi habitación con su humanidad de ballena escondida bajo el uniforme y las manos cargando con todo tipo de dulces; tortas, palmeritas, milhojas, golfeados.

Cuando recupero el aliento grito:

-¡Bambino! ¡Tú eres mi filio!

Por una semana acompañe a la abuela a comprar el pan. Buscaba cualquier excusa para escaparme a la panadería y poder espiar al italiano. Lo miraba por horas detenidamente sin pestañar. Cada facción, cada palabra, cada mueca, su manera de caminar, de estornudar, de sonreír. Por más que busque alguna similitud entre el panadero y yo, no encontré ningún indicio.

En menos de un mes, mi papá se metamorfeo ciento de veces, transformándose en todos los hombres que conocía. Primero Giuseppe el italiano, luego Benito el heladero, después Fernando el boticario, Joao el carnicero, Luis el del abasto, Manuel el pescadero, Eduardo el charcutero, Gustavo el policía, Cheo el amolador, Alberto el dentista.

En la calle jugaba a escogerlo con el dedo. ¡Es ese! No, no.... No mejor aquel. ¿Quién pudiera ser? ¡A ver a ver! ¡Usted señor, el de la corbata! ¡....Humm! ¿El del traje? ¡Sí! Oh.... ¡Mejor el policía! o ¡El bombero! .... ¡El de la camioneta último modelo! 

Para entonces, mi imaginación había comenzado hacer de las suyas.

En la cama, despierto lo imaginaba de mil maneras; Superman, Batman, el chavo del ocho, Homero, pirata, Woody, señor cara de papa, Buzz Lightyear, mago, obrero, mecánico, banquero, oficinista. Siempre sin cabeza. No era un niño asustadizo, pero las cosas decapitadas resultan terroríficas, al punto de producir pesadillas y de hacer mojar la cama. Debía encontrar un punto de equilibrio, fue cuando se me ocurrió la brillante idea de colocar una bolsa de papel marrón en lugar de la cabeza.

Si alguna vez has tenido un amigo imaginario, entonces sabes de ante mano que no se puede describir con exactitud. Que puede ser cualquier persona o cosa, tener cualquier profesión, vestirse como quiera; chaparrito, alto, negro o blanco. Un compañero de escuela, hizo de su sombra su amigo imaginario, lo llamaba Pepe, bastaba con colocarse frente a la pared para que Pepe apareciera y le contara historias.

Y esa fue la época que hice de mi papá, mi amigo imaginario.

Cultive el hábito de hablarle en privado. Le contaba con pelo y señales, lo sucedido durante el día; los progresos en la escuela, las travesuras con mis amigos, los achaques de la abuela, las diferencias con las niñas, la indiferencia de mamá y lo bien que jugaba la vinotinto. Hablaba con el todo el tiempo a pesar que no podía verlo. En el fondo de mi corazón guardaba la esperanza, de que me escuchaba desde donde estuviese, como hace dios con las oraciones de sus hijos.


Una noche mientras Julie acomodaba mi cama, me llene de valor y volví a preguntar.

- ¿Quién es mi papa? ¿Dónde está?

- ¿Cuál, papa? – enseguida se puso nerviosa y comenzó a jurungarse los oídos ¿ehh? ...

- ¿Quién es mi papa? - Volví a preguntar

- ¿Estás hablando conmigo? ¡No te escucho! - Comenzó a gritar- ¡no oigo nada!

Un terrible dolor de oído, la dejo sorda por un tiempo.

Esa fue la última vez que le hable del tema. Esa noche entendí, que no obtendría de ella ninguna respuesta, que si quería conocer la verdad, tendría que descubrirlo por mí mismo. Cueste lo que me cueste, tenía que hallar un medio para encontrarlo. 

Tres cuentos y una maletaWhere stories live. Discover now