Soy el único miembro de la familia que comparte su habitación con un gato naturista fanático de los guisantes, al que le gusta que lo llamen Señor Petit Poas, porque según él, ese nombre le da un toque aristocrático a sus refinados modales y su personalidad apologista. Es buena compañía hasta el momento que comienza a ronronear y suena como un radio mal sintonizado, el resto del tiempo conversamos de cualquier tema y me da concejos gatunos, los cuales yo debo agradecer con un tarro de leche y ensalada de atún.
El señor Petit Poas, es un gato listo, que sabe de todo un poco, como todas las criaturas que les gusta leer. Me enseño por ejemplo; que por culpa de una jugarreta de la rata, el gato quedo fuera del horóscopo chino, por esa razón los gatos y las ratas se odian. Que los ricachones y los poderosos, al momento de elegir una mascota, se inclinan por los perros porque son sumisos y lambiscones. Que la curiosidad mato al gato, pero por una buena y extraña razón, los gatos no dejan de ser curiosos.
Algo muy parecido ocurre con los niños y la palabra misterio. Descifrar un mensaje, revelar un secreto, desmarañar malos entendidos, puede conducirte a una catastrófica desventura. Aun así, los niños por una buena y extraña razón no pierden el interés por resolverlos. Si le preguntas a un adulto qué opina sobre los misterios, responderá que es una pérdida de tiempo.
Mi padre era un misterio que debía develar.
- Hay cosas que es mejor no saber- dijo el señor Petit Poas aseándose las patas y frunciendo el ceño.- La curiosidad es un veneno, que siempre termina por matarnos. Me encantaría ayudarte, muchacho. Pero no soy la criatura indicada- dijo finalmente, aunque sus ojos resplandecían, como si se le hubiese ocurrido una brillante idea...
Roberto Cabrales, era un hombre bajito y rechoncho, de nariz ancha y cabeza calva, amigo del señor Petit Poas. Vestía un traje colorido pasado de moda impregnado a naftalina, una corbata ancha y unos zapatos sebago con una medalla en el centro. No era detective, mucho menos investigador privado, a juzgar por el anillo que refulgía en su dedo anular, podía decirse que se trataba de un abogado. Especializado en localizar personas, gracias a su larga carrera en una recuperadora llamada "Doctor Diablo". y para pagar el alquiler de una diminuta oficina ubicada en las torres del silencio, el doctor Cabrales mataba tigritos haciendo cualquier trabajo que se le presentaba. Desde tramitar partidas de nacimiento, investigar casos de infidelidad, localizar personas morosas, padres irresponsables y mascotas extraviadas. Una vez aclarado su experiencia laboral, se sentó en el viejo sillón del abuelo, encendió un cigarrillo y dijo:
- Soy todo oído.
Le conté con lujos de detalles, lo que me acontecía. A medida que avanzaba en mi relato, los rasgos de su cara le fueron cambiando. Cuando termine, vi en su rostro esa expresión reflexiva de los que escuchan con atención. Junto la punta de los dedos, inclino la cabeza hacia atrás, miro al techo y luego procedió a preguntar.
- ¿Tenemos alguna pista? ¿llegaron a contraer matrimonio?
- Creo que no, mi madre aparece soltera en sus documentos- conteste
- ¿Un nombre, tal vez?
- Ningún que yo sepa
- ¿Una fecha?
- Ninguna en especial, utiliza la de mi nacimiento para todo.
- ¿Alguna carta? ¿Postal?
- No, no. nada
- ¿Partida de nacimiento? ¿Fotos?
- ¡Nada!-
YOU ARE READING
Tres cuentos y una maleta
AdventureTres cuentos y una maleta, es una historia de todos los días. Una madre soltera, un hombre no preparado para la paternidad y un niño (Sebastian) que a los cuatro año de edad descubre que le falta algo... Al no conocer la verdad sobre su padre, el...