1- Un nuevo miembro en la familia

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     Estar enamorado siempre ha sido difícil para cualquiera. En mi caso, ha sido realmente un desafío de vida. Tengo veintisiete años y aunque parezca extraño estoy enamorado desde los ocho años, claro que a esa edad no sabía que tenía semejante calificación. Ocurrió de forma inesperada. Para entonces vivía solo con mi padre en Seúl, pues mi madre había fallecido de cáncer hacía un par de años atrás, y de pronto, un día de otoño y sin previo aviso, él apareció en casa con su "nueva esposa" cargando maletas y todo tipo de cajas de mudanza. ¿Cómo sucedió?, ¿en qué momento se enamoró o casó? No lo sé, y no hubo tiempo de explicaciones. Era demasiado pequeño para comprenderlo, creo, y ella no venía sola; había traído consigo a su hija de cinco años llamada Hana. Ambas eran japonesas, y como era de esperarse, Hana no sabía ni decir hola en mi idioma. Aunque ciertamente fue muy confuso e inquietante la aparición de una nueva madre, como mi autoritario padre me ordenó la llamara desde el primer segundo que puso un pie en casa, sólo pude detenerme a observar cómo irrumpían y transformaban nuestras vidas. Y fue que hacía justamente eso cuando pude darme cuenta de algo: Hana, mi nueva hermanastra, estaba asustada como un cachorro abandonado y empapado bajo la lluvia. Abrazaba con fuerzas un pequeño conejo de peluche y con su cabeza agacha miraba todo el panorama mientras columpiaba sus pequeños pies en el sofá. Su mirada me fue inquietante y sentí lastima de verla así, tan pequeña, tan frágil y confundida... tan sola, por lo que tomé valor y fui a su encuentro. Me senté a su lado y me presenté.

― Hola, soy Choi Seon Min ―dije y me miró confundida― ¿Cómo te llamas?...Yo soy Seon Min.

Insistí y era obvio que no me entendía, así que decidí cambiar de estrategia.

Repetí mi nombre tantas veces fueron necesarias mientras me tocaba el pecho señalándome y hacía lo mismo nombrando y apuntando a su peluche, el sofá y otras cosas, hasta que entendió que debía asociar mis palabras con lo que tocaba. Volví a mencionar mi nombre y ella mencionó el suyo.

― Hana ―relajó su cuerpo aflojando sus brazos y soltando sutilmente su peluche sonrió, dejándome completamente fascinado.

Para entonces no sabía de qué trataba. Éramos sólo dos niños, pero su sonrisa cambió por siempre mi vida. Fue en ese entonces que supe que sería alguien importante para mí.

En medio del ajetreo de la mudanza nosotros huimos de la realidad y nos sumergimos en la aventura de recorrer la casa y darle nombre a todo lo que se cruzaba en nuestro camino, no sólo en mi idioma, sino que en el de ella también. Me parecía tan inteligente y hermosa, y su risa era como una lluvia de estrellas fugaces iluminando la noche, que no podía parar de buscar hasta la más estúpida cosa para enseñársela y escuchar su intento de pronunciación. Simplemente mi nueva hermanita había llegado a darle un sentido a mi vida, y me fue incluso imposible el molestarme cuando me enteré que debería compartir habitación con ella.

Los días pasaban con prisa y nuestra relación se hacía más estrecha a medida me convertía en su profesor particular de hangul. Aunque ella era lista y aprendía muy rápido, Hana no dejaba de llamarme onii-chan, que significa hermano en japonés. Además de ello, también me convertí en su cuidador, sobre todo para cuando regresaba de la escuela y nuestros padres se encerraban en la habitación a hacer cosas de adultos, llegando a ser bastante escandalosos e irritantes en ello, por cierto. Pero no fue hasta la primavera que realmente nos volvimos inseparables. Como ya mencioné brevemente, mi padre era muy autoritario. Lo era conmigo antes de la llegada de mi nueva madre y no cambió tras ello. Solía beber, además, y era muy violento. Para él todo tenía un orden, horario, clave, método... una regla, y era un tipo muy difícil de tratar, por lo que, aunque mantenía la pasión con su nueva pareja, le faltaba mucho amor, y eso se veía reflejado en las constantes discusiones que comenzaron a tener, llegando inclusive a los golpes. Comenzó con ella. La golpeaba por situaciones muy machistas como no tenerle la ropa planchada, no tener la comida a tiempo, etcétera, y aunque como niño callaba y trataba de no mirar siquiera lo que ocurría, un instinto de protección creció en mí con respecto a Hana, y cada que las peleas comenzaban o se avecinaban la tomaba de la mano y la llevaba a mis escondites para que estuviera a salvo. Pero llegó un día en que, cuando llegaba de la escuela, los gritos de ella provenientes del interior de la casa me advirtieron que algo grave sucedía. Me quité el bolso y entré a la casa sin quitarme los zapatos y vi a mi padre tirando de sus finos cabellos mientras le gritaba y ella lloraba.

Hermana, te amoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora