(3) Tocan a la puerta

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Malditos todos, los odio, los odio, ¡LOS ODIO CON UN FERVOR QUE ENVIDIA HASTA SATÁN!, Éste no es un orfanato, para mí es un manicomio en el que estoy atrapado, en el que me siento hostigado por los latigazos que conforman los recuerdos de mi infancia más remota.

Me acuerdo de la noche en que mi madre tuvo que salir de emergencia a una urgente junta de trabajo. Me quedé yo solo, con la radio, con el objeto que me entretuvo un par de horas hasta que el reloj de la pared indicó las 10:00 pm y debía de ir a dormir. Apesar de mi corta edad no necesitaba niñera, era muy responsable, independiente y capaz de razonar con una astucia grande.

Las noticias volaban principalmente por este medio de comunicación previamente mencionado, al menos en la época de mi niñez, por ende, le escuché con atención cuando se interrumpió la señal de la estación  para advertir de un peligroso maniático recién escapado del manicomio de mi ciudad. Se le pidió a la gente que pasara lo que pasara, por ningún maldito motivo se les ocurriera abrir la puerta cuando alguien osase tocar, en especial si el individuo detrás lo hacía con desesperación frenética.

Mi madre tenía las llaves y no tocaría con el fin de que le abriera, tal ventaja me daba la plenitud de no arriesgarme, saber que no tendría inconveniente de confundirme en quien abrir y a quien no, mejor aún tal vez, por fortuna no tardaría más que un par de minutos en llegar o eso al menos pensé casi de manera instantánea.

—¡TOC TOC TOC TOC TOC!— ruido infernal seguido de un escalofriante y maligno grito que se mezclaba con balbuceos sin sentido aparente. Los nervios se apoderaron de mí, era él, era el loco...

Tomé un cuchillo de la cocina mientras me sentía cada segundo transcurrido en un peligro mayor, en eso se traducía, prácticamente, eran sinónimos de distintos dialécticos del horror.

—¡TOC TOC TOC TOC TOC TOC!— Escuchabase al ritmo de mi corazón latiendo con más y más fuerza, ambos golpes, ambas sensaciones escabrosas me sacudían en presión, adrenalina maldita. Me acerqué a la puerta, puse el oído en la madera y...

—AHHWWRRRRRR— El sonido mas macabro que alguna vez haya tenido oportunidad de escuchar, sacado de las cavernas de Lucifer donde flotan con descontrol entre hordas este tipo de manifestaciones.

Corrí presuroso a mi habitación y cerré la puerta perteneciente a esta con el pánico propio de un infante, aunque en este caso, con razones de sobra. No tuve valor para defenderme con el arma blanca, no obstante, contaba con inteligencia para safarme de la muerte, ese factor no me traicionaría. Llamé a la policía, conocía bien el número de emergencia, 911, varios oficiales fueron quienes llegaron cinco minutos más tarde en los que no se dejaron de escuchar golpes y gritos horrendos hasta un minuto anterior a su aparición.

Anhelaba la presencia de mi madre como si de algo pudiese servir, quería que llegara,
—¡Por favor, que llegue!— le dije con desesperación a los ángeles en los que alguna vez confié. Los oficiales encontraron no al loco sino uno de sus actos más crueles, el cadáver de una mujer tan despedazada en vida, tan deformada y descuartizada que ya no tenía piernas, le fueron amputadas durante la tortura. No tenía lengua, el loco la cortó para agrandar el martirio, no tenía varios dedos, también sufrieron la ira, la rabia, ¡LA MALDAD!

Que desafortunada fué aquella tragedia, la muerte de mi madre, aún la extraño pero durante las noches esos mismos golpes en la superficie de la puerta me despiertan seguidos de los gritos, los balbuceos de una boca sin lengua que abundan en el aire, no sé si son pesadillas o algo más, pero si de algo estoy convencido es de que se trata de una prisión en mis oídos y conciencia que no será clausurada jamás.

 HISTORIAS DE TERROR de EDUARDO09, 2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora