Prólogo.

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Llevaba los pantalones sucios y rotos, la camiseta manchada de suciedad y oliendo a sudor, no había dormido en horas, se le notaba en los ojos y en las grandes ojeras que traía debajo de ellos, caminaba por aquel puente con vista al mar, era de noche y las luces de la ciudad se reflejaban en el agua, como un espejo lleno de misterios, el aire le revolvía el cabello, la gente que pasaba a su lado lo veía con asco, pero, ¿qué importaba? Sería la última vez que lo verían, la última vez que verían a aquel chico de ojos azules y cabello castaño que fue consumido por el dolor de un corazón roto. Aquel joven se llamaba Leonel, y a sus cortos 18 años, había experimentado el mayor de los dolores, una decepción amorosa. Llegó a la mitad del puente, se detuvo por un momento a contemplar las olas que se veían a lo lejos en el mar, sacó un cigarro, lo encendió y fumó, empezó a llorar, se acabó el cigarro, encendió otro, y luego otro, y otro, fumó 4, 5, 6, 7 cigarros, sacó un octavo y tiró la caja vacia, esta vez fumó despacio y con mucha calma, pensando en que quizá debía largarse de ese lugar y empezar una nueva vida, pero no, no se imaginaba otra vida sin ella, entonces lo hizo,se subió a la baranda del puente, desde ahí se veía a los autos que corrían debajo de él, parecían pequeñas hormigas de metal que emanaban luces de fuego, dejó caer unas lágrimas, dió una última calada a su cigarro y lo tiró, este cayó lentamente, meciéndose por la brisa de aire hasta que desapareció, era su turno, inclinó más el cuerpo hacia adelante, una señora que pasaba por ahí le preguntó qué demonios estaba haciendo. Él no contestó y se soltó, se oyó un grito del puente mientras el caía hasta que chocó contra el suelo, un charco de sangre se esparcía alrededor de su cuerpo, quedó hecho trizas, había dejado de existir.

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