Capítulo I.

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16 de marzo de 2018.

Actualidad. Valentina Brown, 20 años.


El escándalo que revolotea en los pasillos taladra la cordura casi inexistente que aun habita dentro de mi ser con la apariencia fingida de estar tranquila con la intención de no ocasionar una explosión que me haga parecer culpable de la situación. No despego la mirada manteniéndome firme, puedo jurar que tampoco he parpadeado con tal de no dejarme intimidar por la presencia del director. Una sexta visita en menos de tres días no es precisamente algo por buena conducta, ni una felicitación o un récord superado. Orgullosa es lo que menos estoy, pero tampoco es algo que pueda controlar, nada de lo que sucede es mi culpa.

Pudiera estar tranquila sino fuera por su estúpido silencio con la fascinación de querer mostrarse misterioso. El director ahora esta comenzando a verse de su edad, es un hombre correcto, agradable y honesto, y ha intentado siempre ayudarme en lo que necesito, es por eso que por mas enojada que me encuentre no puedo ser grosera o indiferente.

Pero si no dice algo ya, juro aventarle la mochila en la cara.

—¿Deseas platicarme de lo que sucedió?

Sentí el parpado temblarme del coraje que se intensifico en un segundo, ¿Qué si quiero platicarle? Es el director, por Dios él sabe perfectamente lo que sucede dentro de las instalaciones.

—Me defendí, yo no inicie.

Suspiró fastidiado de la situación. Si él lo está yo estoy que me dan ganas de gritar del desespero.

Lo sé, señorita, es lo que siempre escucho de usted.

—Pues es lo que siempre sucede— tajee. Sin poder controlarlo mi voz se tornó fría y podía sentir como lentamente la vista me cegaba.

Retiro sus lentes procediendo a pulsar una tecla en el teléfono fijo a comunicarse con la secretaria. Murmuro un "mándalos a llamar" y maldije entre dientes. Mi pie en automático subió y bajo con velocidad, el movimiento recurrente hizo sacudir ligeramente mi cuerpo.

—¿Puedo retirarme?

—¿No quieres confrontarlos?

—Lo hice hace una hora, no quiero verlos— el nudo en el estómago bajo mi presión y respire con fuerza al escuchar la voz de la secretaria decir que los están esperando—. Por favor.

Me dio un asentimiento de cabeza dándome el pase no si antes mencionarle a la señorita que los mantuviera sentados y con la vista en el suelo. Justo ahora no tengo control de mi cuerpo con la rabia acumulada me parecía imprudente quedarme a las siguientes clases. Sin querer abrí la puerta causando estrellarse con la pared lo que me hizo brincar del susto, la señorita se inmuto y solo me dedicó una sonrisa apenada.

Por el rabillo del ojo distinguí esos seis pares distintos de calzado. Ese calzado perteneciente a los seis hombres que más he llegado a detestar con justa razón. Iba a seguir mi camino sin decir nada, no quería más discusión, pero el pan de cada día de esos es colmar mi paciencia.

—Esto es injusto— escuche su voz rasposa murmurar. Mi cuerpo se detuvo en seco y conté hasta el diez para no hacerle caso—. Mira que dar en la dirección por culpa de la gente incoherente.

Bien, intenté ignorar.

Esos iris verdes se encontraron en mi presencia agitada, podía sentir como las entrañas me hervían y el vuelco en el estómago me producía ganas de ir al baño.

Si, soy una persona que cuando esta nerviosa le dan ganas de ir a cagar. Y mi mamá dijo que no hay nada de malo en eso.

—¿Incoherente? ¡¿Incoherente yo?! ¡Ja!— juraría perecer maniática, cosa que no me interesa—. Si quieres que hablemos de gente incoherente vamos empezando por ti. Engreído, problemático poco hombre.

Encariñados con una nerdDonde viven las historias. Descúbrelo ahora