Lunes, 9 de mayo de 2011

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Tengo tres coches. Van muy rápido por el suelo. Muy, muy rápido. Uno es rojo. Otro es verde. Otro es amarillo. Me gusta el verde. Es el mejor. A mami también le gustan. A mí me gusta cuando mami juega con los coches y conmigo. El rojo es su referido. Hoy está sentada en el sofá mirando a la pared. El coche verde se estrella en la alfombra. El coche rojo lo sigue. Luego el amarillo. ¡Pum! Pero mami no lo ve. Apunto a sus pies con el coche verde, pero el coche verde se mete debajo del sofá. No puedo alcanzarlo; mi mano es demasiado grande para el hueco. Mami no ve nada. Quiero mi coche verde, pero mami sigue sentada en el sofá mirando a la pared. « ¡Mami! Mi coche.» no me oye. « ¡Mami!» le tomo la mano y se echa hacia atrás y cierra los ojos. « Ahora no, renacuajo. Ahora no», dice. Mi coche verde se queda debajo del sofá. Todavía esta debajo el sofá. Lo veo, pero no logro alcanzarlo. El coche verde está lleno de polvo. Cubierto de pelo gris y de suciedad. Quiero recuperarlo, pero no lo consigo. Nunca lo consigo. He perdido mi coche verde. Perdido para siempre. Y ya no podré volver a jugar con él.

Abro los ojos y mi sueño se desvanece en la luz de primera hora de la mañana. ¿De qué diablos iba todo eso? Intento atrapar algunos fragmentos antes de que desaparezcan, pero todo se me escapa.
Me olvido del sueño, como hago casi todas las mañanas, salgo de la cama y busco unos pants recién lavados en el vestidor. Fuera, un cielo plomizo augura lluvia, y hoy no estoy de humor para mojarme. Decido ir al gimnasio de la planta de arriba, enciendo el televisor para ver las noticias de economía de la edición matinal y me subo a la caminadora.
Centro mis pensamientos en el día que me espera. Solo tengo reuniones, aunque he quedado con el entrenador personal poco más tarde para una sesión en la oficina: Bastille siempre supone un reto estimulante.
¿Y si llamo a Elena?
Si, tal vez. Podríamos cenar un día de esta semana.
Paro la caminadora, sin resuello, y bajo para darme un baño. Luego me dispongo a enfrentarme a un nuevo día monótono.

—Hasta mañana — murmuro para despedir a Claude Bastille, que está de pie en el lumbar de mi oficina.
—Esta semana tenemos golf, Grey —Bastille sonríe con arrogancia porque sabe que tiene asegurada la victoria en el campo de golf.

Se gira y se va y yo lo veo alejarse con el ceño fruncido. Esa frase antes de irse echa sal en mis heridas, porque a pesar de mis heroicos intentos en el gimnasio esta mañana mi entrenador personal me ha dado una buena paliza. Bastille es el único que puede vencerme y ahora pretende apuntarse otra victoria en el campo de golf. Odio el golf, pero se hacen muchos negocios en las calles de los campos de ese deporte, así que tengo que soportar que me dé lecciones ahí también... y aunque no me guste admitirlo, Bastille ha conseguido que mejore mi juego.
Mientras miro la vista panorámica de Seattle, el hastío ya familiar se cuela en mi mente. Mi humor esta tan gris y aburrido como el cielo. Los días se mezclan unos con otros y soy incapaz de diferenciarlos. Necesito algún tipo de distracción. He trabajado todo el fin de semana y ahora, en los confines siempre constantes de mi despacho, me siento inquieto. No debería estar así después de varios asaltos con Bastille. Pero así me siento.

Frunzo el ceño. Lo cierto es que lo único que ha captado mi interés recientemente ha sido la decisión de enviar dos cargueros a sudan. Eso me recuerda que se supone que Ros tenía que haberme pasado ya los números y la logística. ¿Por qué demonios se estará retrasando? Miro mi agenda y me acerco para tomar el teléfono con intención de descubrir que está pasando

Maldita sea. Tengo que soportar una entrevista con la persistente señorita Kavanagh para la revista de la facultad. ¿Porque demonios accedería? Odio las entrevistas: preguntas insulsas que salen de la boca de imbéciles mal informados e insustanciales que les pretenden hurgar en mi vida personal. Y, encima es una estudiante. Suena el teléfono.

GREYWhere stories live. Discover now