Parte 2

153 17 48
                                    

Tras la conmoción que acababa de sufrir, Katie aprovechó el momento de tranquilidad para recobrar la serenidad de su mente, sentada sobre la espesa capa de mullido césped. Las lágrimas y la brisa se habían llevado su angustia, y ahora la reemplazaba la curiosidad. La semidiosa se levantó, y echó un vistazo a su alrededor.

Había un bosque de árboles altos y frondosos. Había una fuente de agua cristalina. Y, entre los árboles, en el centro del bosque, junto a la corriente del agua, había una mansión. Katie se quedó con la boca abierta. Ella pensaba que su casa era grande, pero ésta lo era diez veces más. Era la construcción más hermosa que había visto en su vida. Enseguida pensó que no había forma que un humano la haya construido; allí se notaba el arte de la divinidad. Incluso se notaba en el aire, en el bosque; había algo en el ambiente que parecía decir que ese lugar era exclusivo de los dioses. La mansión era de estilo clásico, con columnas de mármol en la entrada. Las paredes estaban totalmente cubiertas de bajorrelieves de oro, representando escenas míticas, que la mestiza pudo apreciar una vez que se acercó. Estaban tan bien esculpidas que parecían tener vida propia: Katie casi podía jurar que aquel Príamo internándose en el campamento de los aqueos se estaba moviendo. Y, en el centro mismo de la mansión, sobre las columnas principales, había tallado un caduceo, que parecía dar la bienvenida.

Cuando Katie se cansó de mirar hacia arriba, se dio cuenta de que, en el suelo, el lujo no era menor. En todo el pavimento de mármol había incrustadas diminutas piedras preciosas que ofrecían variadas imágenes. Colmada de expectación, la semidiosa entró a la mansión, sin pensarlo un instante. Y su boca se volvió a abrir. Artesonados esculpidos en marfil adornaban el techo. Las paredes estaban revestidas de arriba a abajo con oro macizo, y brillaban por sí mismas. La casa emanaba luz propia. Las columnas eran de plata, y pequeñas perlas las decoraban, formando motivos a su alrededor. El mobiliario no se quedaba atrás, y correspondía la belleza de la construcción. Katie, rodeada de aquella majestuosidad, se sintió pequeña, y casi una pordiosera, a pesar de llevar puesto un gran, precioso vestido.

Pero fue cobrando confianza, y cada vez se adentró más. Estaba maravillada y llena de curiosidad por aquel lugar. ¿Quién lo había hecho? ¿Por qué estaba sin protección? ¿Por qué no había nadie? ¿Por qué ella había llegado hasta allí, y cómo? Pensaba, pero estaba tan concentrada examinando cada detalle que las preguntas no lograban ocupar su mente por mucho tiempo, y enseguida se distraía. Katie recorrió la inmensa sala, y pasó a la cocina. No podía pensar en nada que faltase en ese lugar. Tenía todo, todos los utensilios que alguien podría necesitar para cocinar. Fue abriendo las puertas, y encontró todos los tipos de comidas y bebidas que se le ocurriesen. Pasó a otra habitación, amoblada entera con sillones que parecían ser lo más cómodo en la Tierra. Había pantallas gigantes, y parlantes escondidos en cada rincón. Un estante lleno de cajas con películas ocupaba toda una pared. Era increíble. ¿Qué otras cosas habría? Katie no pudo evitar seguir recorriendo todo. Llegó a una biblioteca, tan alta que apenas podía divisar el techo. Había una escalera mecánica que llevaba a cada piso. La chica pensó que una biblioteca así tendría todos los libros del mundo. Estaba por ir a tomar uno, cuando escuchó una voz, y se quedó helada.

 —Señora, somos tus doncellas. Henos aquí prontas a servirte con esmero. Entra a tu habitación, descansa en tu cama, ordena que preparemos tu baño. En cuanto estés arreglada, no se hará esperar el regio banquete.

Katie se sorprendió. No había ningún cuerpo para esa voz, pero aun así allí estaba. La semidiosa volvió a reconocer un efecto de la divinidad, y decidió seguir aquellos consejos. Las voces, que hablaban como si fueran una, la llevaron a su habitación, y fue al ver la cama cuando se dio cuenta de lo cansada que estaba. Ese día había sido una montaña rusa de emociones, y su cuerpo le pasaba factura. Ya estaba allí, ya no podía cambiar las cosas. Había decidido jugar el juego y eso iba a hacer. La semidiosa se quitó el vestido, los zapatos y las joyas, dejándose sólo el collar que su madre le había dado, y se acostó en un lecho de algodones.

Travis y Katie [Incompleta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora