1877 enero

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 CRÓNICA GENERAL. 

La provisión de una cartera vacante es uno de los asuntos más arduos que se pueden ofrecer en España a toda clase de Gobiernos. No porque sea difícil hallar hombres dispuestos a desempeñar el cargo elevado de ministro, ni escaseen capacidades, sino todo lo contrario; cuéntase de un presidente del Consejo, a quien habiéndole fracasado a última hora una combinación ministerial, y necesitando en término muy breve un ministro de Hacienda, eligió para aquel puesto a un caballero que estaba descifrando en su despacho un jeroglífico, haciéndose esta cuenta:—Si ese hombre entiende el ramo, indudablemente debe ser un buen ministro; si, por el contrario, la Hacienda es para él un verdadero Geroglífico, precisamente le doy el cargo propio de su aptitud y sus aficiones naturales—El ministro improvisado era español, y aceptó inmediatamente, resultando tan bueno como los anteriores y sin que le hayan mejorado aún los sucesivos: es decir, tenía esa medida exacta que permite a los hombres públicos entrar y salir en un Ministerio, produciendo el mismo efecto con su entrada y su salida. 

Este ejemplo parece a primera vista demostrar que no es difícil la provisión de una cartera en un país, donde hay las mismas probabilidades de acertar eligiendo un ministro con escrúpulo y cuidado que tirando a ciegas de la solapa al primer individuo que se encuentra: pero teniendo presente que en España se considera el ministerio como un principio de carrera, y que todos, empleados o cesantes, nos juzgamos postergados y desatendidos fuera de aquel puesto, la solución de una crisis parcial es muy penosa. Ignoramos si para proveer la vacante del Sr. Lopez de Ayala, ministro dimisionario de Ultramar, el señor Cánovas del Castillo ha necesitado sortear dificultades: los periódicos echaron a volar candidaturas de hombres públicos, todos beneméritos y aceptables, que, según nuestras noticias, podían tener motivos para esperar el nombramiento, pero se han abstenido de gestionar para obtenerlo. Como el nuevo ministro resulta ser D. Manuel Silvela, persona respetable y de posición independiente, el cual con toda seguridad no ha procurado tampoco su elección, nos inclinamos a creer que la presente crísis, aunque aplazada algunos días, se ha resuelto sin los obstáculos de siempre, y por más que haya sido juzgada laboriosa, el Sr. Cánovas ha realizado sin dificultad su pensamiento. 

Un amigo nuestro, no sabemos si por afición a las antítesis o por observación exacta y atinada, nos decía anoche lo siguiente: —El nombramiento del Sr. Silvela tiene significación reaccionaria. —¿Cómo dice Ud. eso? respondimos sorprendidos; don Manuel Silvela pertenece al elemento más liberal de la mayoría. —Por eso mismo, repuso nuestro amigo. El Sr. Cánovas busca hombres retrógrados para plantear soluciones liberales: y hombres de estas ideas cuando proyecta un retroceso. ". 

Unas palabras que se atribuyen a Midhat-Pachá y que dan cierta idea de la utilidad de las conferencias diplomáticas de Constantinopla. -—Los representantes de las potencias que garantizan el último Tratado, están haciendo sus preparativos de marcha; dijeron al Visir. —Por fin descansaremos; respondió gravemente el alto funcionario, lanzando una bocanada de humo: estoy aburrido de discutir en francés los asuntos interiores de Turquía. Los piratas que capturaron el pacífico vapor mercante Moctezuma en las aguas de Santo Domingo, han lanzado en su huida una ridícula proclama, jactándose de que han de arrojar la bandera española de los mares. Aquel documento tiene el objeto de convertir en acto político un delito común, cometido con verdadera alevosía. 

Si el hecho traidor consumado por Prado y sus cómplices constituyese regla de conducta y mereciese aplauso, desaparecería la comunión neutral que permite a los buques de todos los países admitir pasaje sin distinguir nacionalidades, quitando a la navegación, por consiguiente, su carácter generoso y cosmopolita. Nada más fácil, nada más inicuo que acometer veintitrés hombres a la oficialidad de un buque mercante que no ve en ellos enemigos, sino pasajeros, a quienes tiene el deber de cuidar y de servir: no es posible, por lo tanto, que América patrocine, sin rebajarse, tan vergonzosa acción, ni que la cubierta del Moctezuma, en que fueron asesinados por sorpresa honrados oficiales de marina, sea para las gentes pundonorosas del nuevo continente, sino el lugar siniestro en que se ha consumado un crimen, penado con la horca en todos los códigos del mundo. La sangre derramada, la torpe acción cometida con una inocente niña por los bandidos fugitivos, no es fácil quede impune. Si los asesinos lograsen escapar a fuerza de máquina de los buques que los persiguen, seguros estamos de que los americanos honrados y las gentes de bien de todos los países habrán de significarles su reprobación, ejecutando en ellos moralmente la sentencia de muerte que tienen merecida. Pocos meses antes, el padre del criminal que tan confiadamente fue recibido por el capitán del Moctezuma había sido objeto de atenciones y cariñosa hospitalidad por el Gobernador general de Cuba. Este era el resentimiento que ha vengado el apresador del Moctezuma, matando por la espalda a pacíficos y honrados oficiales de marina. ¡Ay de los bandidos si los buques de guerra españoles les alcanzan! Escrito lo anterior, un despacho telegráfico anuncia que ya no existe el Moctezuma. El vapor Jorge Juan le daba caza, y los piratas, que pensaban arrojar la bandera española de los mares, juzgaron oportuno embarrancar en la costa para salvarse al divisar el pabellón rojo y amarillo. Al abandonar el buque le prendieron fuego para seguir la senda del crimen en toda su amplitud: la violencia, el asesinato y el incendio. Sin duda les molestaba la vista de aquellas vergas de que estuvieron a punto de ser colgados, y quemaron el Moctezuma, en el cual ya no veían un buque de combate, sino una especie de patíbulo. ". El Emperador del Birman o de la Birmania (no sabemos si es país masculino ó femenino), desde las regiones indo-chinas en que habita, se ha acordado de España, sin duda cuando los cañonazos de Joló, resonando de isla en isla por el gran Océano y el mar de la China, llevaron hasta el golfo de Bengala el nombre de España, con la imponente solemnidad con que hablan siempre los cañones, bocas las más elocuentes que se conocen, y de tal sonoridad que, los cañones mismos, cuando tienen que decir algo, se tapan antes los oídos. 

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