ALMANAQUE SUD-AMERICANO
cierta historieta de los preciosos tiempos de la inquisición
que, pues viene a pelo, relataré al galope.
Fue ello, que un pobre diablo se encaprichó en negar el
misterio de la Trinidad, dando motivo para que el Santo
Oficio se encaprichara también en achicharrarlo. Los teólogos
consultores más reputados gastaron saliva y tiempo por
convencerlo; pero él siempre erre que erre en que no le
entraba en la mollera eso de que tres fueran tino, y uno,
tres. Al fin, un mozo carcunda, profano en sumas teológicas,
si bien catedrático en parrandas, se abocó con el contumaz
hereje, y después de discurrir a su manera sobre el peliagudo
tema, terminó preguntándole:
—Dígame, hermano, ;le paga usted acaso la comida a
alguna de las tres personas de la Santísima Trinidad? ;Le
cuesta a usted siquiera un macuquino la ropa limpia y los
zapatos que gastan?
"No por cierto, contestó el preso.
— Pues entonces, hombre de Dios, ; qué 1c va a usted ni
qué le viene con que sean tres o sean treinta? : A usted qué
le importa que engullan como tres y calcen como uno:
;Quién lo mete a sudar fiebre ajena? Allá esos cuidados
para quien las mantiene y saca provecho de mantenerlas.
-—Hombre, no había caído en la cuenta: tiene usted razón,
mucha razón.
Y el reo llamó a los inquisidores, se confesó creyente, y
libró del tostón.
Ahora bien, el generalísimo don José de San Martín, prez
y gloria del gremio de maridos, era imperturbable en el pro
pósito de esquivar la guerra civil en el hogar, soportando cor
patriarcal cachaza las impertinencias de un cuñado. Era el
tal un comandante Escalada, que ele cuenta de hermano de
doña Remedios la costilla, había dado en la flor de aspiré
a ejercer dominio sobre el pariente político.
Tratábase de un acto diplomático, de una disposición
gubernativa o de operaciones militares? Pues era seguro q ue
el comandantito, sin que nadie le pidiera voto. le diría d
cufiado:-—Hombre, José., Me parece que a ese
debes darle de patadas, — Déjate de contemplaciones, y pé-
«ale cuatro tiros al godo fulano.-—Mañana mismo preséntales
batalla a los maturrangos chapetones, y cáscales las liendres,
San Martin se mordía la punta de la lengua y dejaba
charlar al entrometido; pero un día eolmósele la medida, é