Prólogo

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- Le conocí en Agosto de 1936, cuándo la guerra todavía estaba a nuestro favor. No sabíamos cuanto daño iba a hacernos el hecho de amarnos. Ni cuantas vida íbamos a ver perderse en el laberinto del cuál no podíamos salir.

Helena me mira extrañada con sus grandes ojos grises. Tiene algo de mí, pero también partes de la mezcla mágica que hace la genética.
El sol me da en la cara y se refleja en mis gafas de cristales gruesos. Mi vista, sin duda, ya no es lo que era, y me empujo suavamente con los pies para mecerme en la silla, mientras observo el paisaje rural que se ve des del porche de la casa que habito desde que regresé a España.
- ¿Cómo se llamaba, abuela? - La voz de Helena me hace volver la cabeza hacia ella y, los recuerdos, detenerme unos segundos antes de contestar.

- Gabriel. Gabriel Dencás. Sus padres eran de clase media. Comerciantes, de hecho. Su padre llevaba un negocio textil pequeño, nada que ver con las grandes fortunas que se movían en Cataluña por aquél entonces. Mamá trabajaba en una fábrica de esas enormes, casi explotada. Mi generación estaba cansada de ese sistema que oprimía y teniamos claro que no ibamos a volver a él cuando se alzaron los nacionales. Pensábamos que ibamos a ganar la guerra, a comernos el mundo. - Helena apoya su mano sobre la mia, arrugada y manchada por los años de sol y pólvora. - Pero no fue así.

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