Estoy bailando rodeada de gente que aborrezco. Ricos, banqueros, explotadores. Y aún asi, me empiezo a sentir cómoda.
Suena música clásica, que toca una orquesta de cámara, y que permite que los invitados bailen con sus parejas. Todo muy conservador, por supuesto. Hasta los anfitriones, Mola y su mujer, dan vueltas por el centro del enorme salón.
Gabriel és un gran bailarín. Y yo, que echo tanto de menos hacerlo...Cuando eramos pequeñas, vivía en el piso de al lado una señora que tenía un estudio de danza montado en casa. Si mi madre doblaba turno, Julia y yo nos quedábamos con ella. Y, bueno, acabamos por aprender algo.
La mano de mi acompañante apretando de manera casi imperceptible el agarre en mi cintura me saca del pasado. El vals casi termina, y hemos cruzado la estancia bailando. Mis dedos enguantados apoyados suavemente en el hombro de Briel mientras él me sujeta. Sé que si me dejara caer ahora mismo no tocaría el suelo. Lo miro a los ojos mientras los suyos formulan una pregunta "¿Estás bien?". Le sonrío, sintiendome por un momento extrañamente cómoda, mientras asiento.
Las últimas notas se van mientras alargo mis dedos enguantados y toco su cara. Él besa la palma, con sus dos manos colocadas en mi cintura, siempre de manera casta para no alertar al resto de invitados. Cuando levanta el rostro, sus ojos azules chispean.
- Buenas noches - la voz de la anfitriona suena a través de la sala - a continuación, pueden tomar asientos. La subasta va a empezar.
Rápidamente, los asistentes se reparten en las diferentes filas, ocupando sus respectivas sillas. A cada caballero se le da un cartel con un número para pujar. Y, por supuesto, la odiosa mujer presenta los objetos. La gente ofrece sumas increíbles de dinero por los objetos mas absurdos. Para los niños pobres del otro lado del mundo. Si, claro. Como si aquí no tuviéramos gente que se muere de hambre.
He vuelto a apretar demasiado las manos. Tanto, que noto los dedos doloridos. Y me estoy mareando. Aprovechando que nadie me presta atención, y que hemos acabado sentados en última fila, me levanto discretamente. Necesito que me de el aire. Volver a ser yo, por un instante ni que sea. Apreto el muslo de Briel suavemente para indicarle que me marcho y aprovecho para, metiendo discretamente la mano en uno de los bolsillos de su chaqueta, agarrar su pitillera antes de ponerme de pie.
- Te acompaño, mi amor - la voz de mi acompañante susurra y se levanta para apoyar su mano en la parte baja de mi espalda. Juntos, nos escabullimos al jardín.Cuando consigo entrar aire en mis pulmones, aire fresco de la calle, me siento algo mejor. Y cuando este se intoxica con todos los venenos del tabaco, me vuelvo a sentir un poco en control de mí misma. Nos situamos en una esquina del jardín, lejos de oídos indiscretos, y Briel se sienta pegado a mi en un pequeño banco de piedra. Su mano derecha rodea mis hombros para llegar a colar sus dedos entre los míos y robarme el cigarro. Luego, se lo lleva a los labios con parsimonia. Y suelta un humo denso que se escurre por ellos hasta perderse en la noche.
- Esto es una locura - su voz suena algo distorsionada todavía por el humo, mientras da otra calada - me siento acartonado, como si me hubieran puesto cadenas.
Lo dice tranquilo, mirando a la nada. Pero, pronto, sus ojos se posan en los míos. Y tengo que responderle.
- Lo sé. - me derramo casi sobre él para robarle de nuevo el tabaco, ya casi a medias - Necesito quitarme la ropa. Calzarme botas. Soltarme el pelo. - la mano de Briel se desliza por un mechón que se ha escapado del hermoso recogido, y por un instante parece embelesado.
- Me gustas más con el uniforme de trabajo, camarada - sonríe, fanfarrón, mientras se acerca mi pelo a la nariz (o la nariz a mí) y me huele - Dios - su voz es ahora algo más ronca - hueles tan bien.- Tu a mi también - la respuesta me sale sola - así vestido, pareces un burgués. - me río y me acerco más a él. Tanto, que casi estoy montada en su pierna. Tiro el cigarro, ya terminado, mientras alargo mis manos al cabello rubio - Y este pelo - mis dedos se enredan en los mechones sujetos por gomina hasta casi despeinarlos.
- Eh, detente - Briel agarra mis muñecas antes de que destroce su fachada de niño de papá. Y estamos increíblemente cerca. He vuelto a ser yo, pero no del todo. Si lo hubiera sido, lo hubiera devorado. Pero no. Suelta mis manos enseguida y me aparto. - Deberíamos volver, May. Antes de que nos echen de menos.
Asiento con la cabeza, mientras me tomo un instante para recomponerme. Mis pies me ayudan a levantarme y, cuando estoy frente a él, le tiendo la mano. Pero, de pronto, me siento realmente mal. Mi brazo deja de estar suspendido en el vacío y cae inerte al lado de mi cuerpo.
Es un sentimiento raro, el de estar descolocada. Fuera de tu sitio, de tu gente. La soledad mezclada con algo indescriptiblemente amargo.
- ¿Puedes ir entrando tu, por favor? - mi voz suena algo extraña. Gabriel va a hablar, y en sus ojos aparece una sombra de inquietud que sustituye con rapidez cualquier otra cosa que hubiera habido en ellos con anterioridad. Le corto antes de que pueda decir una sola palabra - Por favor. Estoy bien, enseguida te sigo.
Asiente, dudoso, y finalmente desaparece por el camino de baldosas, hacia el interior de la mansión.
Me dejo caer en el mismo banco donde estábamos sentados antes, y por unos instantes, me encuentro sola en el silencio de aquél jardín. Lejos de la guerra, de la pobreza. Podría haber nacido aquí, y ahora me pasearia por el salón, pavoneandome del brazo de algún rico heredero. Pero no. Soy de barrio, y empuño un fusil en vez de un bolso de cuentas.
La percepción de una sombra apareciendo entre los setos me alerta. El sonido de unos zapatos de mujer sobre el camino que atraviesa las plantas, parece calmarme un poco, pero aún asi, me mantengo en guardia.
La propietaria de aquellos pies que caminan aparece pronto en mi campo de visión. Es joven, probablemente de mi edad, y solo por su atuendo, deduzco que es una de las niñas ricas. Lleva un recogido complicado, del cual sobresalen dos mechones de un negro oscuro, y rebusca casi con desesperación algo en el bolso.
Se va acercando cada vez más, hasta que percibe mi presencia. Entonces levanta la cabeza y sonríe.
ESTÁS LEYENDO
Amaya
RomanceMe llamo Amaya. Nací en Barcelona, a principios de 1919. He visto la guerra y he visto el amor. Como se mezclan en una cursa desenfrenada a contrarreloj. ''Le conocí en Agosto de 1936, cuándo la guerra todavía estaba a nuestro favor. No sabíamos cu...