Capítulo 7

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~ Hoy es 13 de septiembre en el año 1936. Las tropas golpistas del general Franco se detienen en el sur de la península, combatidas con valentía y fuerza por el ejército de nuestra República. Se recuerda a la población la prohibición de dar cualquier tipo de ayuda a los traidores al gobierno legítimo, siendo penada esta traición con (...) ~
Alguien ha detenido la radio en el momento adecuado, y ahora el sonido de frito propio de las ondas no sintonizadas llena el piso. Nadie habla.
Estamos todos en el salón. Lydia, tumbada en el colchón de Enrique, con él al lado, sin tocarse. Francisco ocupando el sitio de la derecha del sofá, visiblemente incómodo por estar estrecho. Victoria a mi lado, encajada entre el otro ocupante del sofá y yo, con la cabeza apoyada en mi hombro, profundamente dormida. Y finalmente mi persona. Yo, Amaya. Cansada, sudada y inquieta. Como últimamente siempre.
No volví a ver a Gabriel, es cierto, pero tampoco he tenido ninguna noticia de la chica de la calle de les Tàpies.
- May - Francisco, con su llamada, me hace volver a la realidad - ¿no deberías salir ya?
Tengo ronda de noche. En las últimas semanas he llegado a odiarla profundamente. Me dan tiempo para pensar, sin ruido, sin entretenimientos. Las detesto.
Bufo, en claro desacuerdo, pero aparto la cabeza de Vic de mi hombro para poder levantarme.
Sacudo mis pantalones, que se me han agarrado a los muslos, así como la camisa, que se pega a mis pechos. Camino el pasillo. Pero antes de irme, con el fusil en la mano, miro hacia el comedor. Francisco mirando discretamente a Quique. Vic, en un sueño profundo. Y Lydia, también adormecida. Los quiero tanto...ahora son mi familia. Y nadie va a hacerles daño.
O eso quiero pensar.
La puerta se cierra detrás de mi con un golpe sordo y la calma de la escalera me rodea, casi inquietante. Bajo los peldaños rápido, y mis pies casi no hacen ruido al deslizarse por la baldosa desgastada.
El aire de la calle, ya algo más frío que en pleno verano, me golpea, y parece encogerme el pecho de una manera extraña. Las ramblas, tan familiares como siempre, parecen raras. Como desubicadas. Hay demasiado silencio, incluso para ser de noche. La guerra nos está pasando factura a todos.

Vuelvo a la calle de les Tàpies. Hace casi un mes que hablé con aquella chica y todavía nada. Mi madre, a pesar de todos los esfuerzos que he hecho buscándola, parece haberse volatilizado. La veo al fondo de la estrecha travesía, de espaldas a mi, agachando su cabeza para acercarla al alféizar de una ventana. Esta vez, a juego con la misma camiseta rosa, bastante más canosa que la vez anterior, lleva una falda dos tallas más pequeña. Al oírme andar, se gira, alarmada, pero enseguida se relaja.
- Ah, eres tú. Tardabas mucho en venir - tiene la voz rara, y sorbe por la nariz repetidamente mientras guarda una bolsita entre sus pechos. No me hace falta mirar más para saber qué es. - No me mires así. Aquí es lo único que te salva. ¿Has hablado con Martí? - Mi cara le debe poner en sobreaviso. No sé quien es - Le dije que te avisara. Tu hombre apareció aquí.
-¿Cuando? - La mujer se encoge de hombros - ¿Sabrías decirme algo de él? Cualquier cosa, como se llama o donde puedo encontrarlo.
- Su nombre es Juan Mola, primo del general Mola - hace una mueca - es uno de los enemigos de la republica, pero se mueve entre las élites más altas, por eso no paga por ninguno de sus crímenes. Si necesitas hablar con él, intenta colarte en una de sus magníficas fiestas. Su esposa organiza una cada mes, para recoger fondos para los niños desfavorecidos, o eso es lo que promocionan. Es obvio que lo recogido no acaba allí - suelta una carcajada - dicen que ella tiene más poder que él pero es obvio que a su esposa no le haría gracia saber lo que hace aquí. - Hace una pausa y empieza a sacar repiquetear con su tacón en el sucio suelo - ¿Cuánto decías que me ibas a pagar, niña?
Le alargo algo de dinero y ella me sonríe, permitiéndome ver otra vez esos dientes amarillos. Pero pronto, esa sonrisa se desvanece - Ten cuidado. Vas a meterte en la guarida del lobo.

Le asiento mientras me despido de ella para seguir con mi guardia de noche, mientras proceso toda la información recibida. Sé que debo colarme en alguna de esas estúpidas fiestas, pero ni siquiera sé cómo hacerlo. Pienso en contactos, en alternativas, mientras mi mente no se despega del objetivo: encontrar a mi madre.
Finalmente, solo me queda el nombre de dos personas que podrían ayudarme. Una es Gabriel. El otro dia Victoria me confirmó que era alguien profundamente metido en política y de ello interpreto que tiene contactos importantes. La otra es Isaac. Aunque no tenga ninguna gana de verlo. Solo de pensar en volver a estar cerca de sus ojos negros, que siempre lo juzgaban todo, me produce escalofríos. Sin embargo, se que haría cualquier cosa por mí.

El destino me respondería la duda esa misma noche.

Voy a girar a la izquierda hacia la mitad de las ramblas, con la intención de volver a mi cama y dar por terminada la noche, cuando unos gritos que suenan dos callejones más allá me detienen. Me detengo, dudosa. No necesito más problemas. Pero un pensamiento asalta mi mente. ¿Y si a alguien le estaba pasando lo que le pasó a Julia? Me muerdo el labio y, en un instante de decisión, me descuelgo el fusil de la espalda. Empuñandolo, ando hasta la entrada del callejón de dónde proceden los ruidos.

Tres hombres encapuchados están dándole patadas a una figura que sangra hecha una bola en el suelo. Cargo el fusil y el ruido que hace éste alerta a los atacantes. Llevan pasamontañas pero en la solapa de sus chaquetas negras llevan un símbolo que conocería en todas partes. El de la falange.
- Fuera - mi grito reverbera por el estrecho callejón, sobresaltandolos. Me miran, sopesando sus posibilidades, y cuándo la víctima, en el suelo, gime levemente, disparo.
Tengo buena puntería, pero mi intención en ningún momento ha sido matar a nadie. Le he dado en el brazo al más corpulento de todos, que ahora se lleva la mano a la herida mientras me grita.
- Serás zorra!
Sonrío con calma, a pesar de la tensión de la situación, y algo parece alertarlos en mi rostro. Se miran los unos a los otros mientras yo vuelvo a cargar el arma, y como en un tácito acuerdo, salen corriendo, perdiéndose en la noche.
Me acerco lentamente a lo que ahora reconozco como un chico. Se encuentra en posición fetal en un charco de sangre. Dejo el fusil a mi lado cuando me agacho para darle la vuelta y verle la cara. Cuando lo hago, no puedo evitar un jadeo de sorpresa.

Me ha costado mucho reconocer al chico que hay detrás de la sangre, los cortes y los moratones, pero el pelo rubio es inconfundible, así como los rasgos. Es Gabriel.
- Briel - murmuro, comprobando que respira a pesar de sus heridas. Él gime - Vas a ponerte bien. Te lo prometo.


Amaya Donde viven las historias. Descúbrelo ahora