Capítulo 9

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Si el miedo tuviera un momento, sería ese. El brazo de Gabriel me rodea por los hombros, en un gesto protector, mientras nos acercamos a la torre iluminada.
El ruido que hacen mis tacones se mezcla con el de los tubos de escape provinente de los coches caros de importación que se reunen alrededor de la casa.
Me doy la vuelta para mirar a mi acompañante, almenos por esa noche.

Gabriel no parece él. Su pelo rubio está cuidadosamente peinado al modo tradicional, haciendo que sus ojos destaquen todavía más. Bien vestido, y con aquél pañuelo sobresaliendo del bolsillo superior de la americana, parece uno de los niños de papá que se reunirán aquí esta noche.

- No pareces tú - las palabras emergen de mi boca de manera casi automática.

Sonríe fanfarrón, con un aire de malo que pone los pelos de gallina. En el instituto debió ser, sin duda, el chico del que se enamoraban todas las niñas. Me río con ese pensamiento, mientras le agarro la mano que mantiene en el inicio de mi brazo, de modo que nuestros dedos quedan entrelazados sobre mi abrigo de piel de zorro, robado unas semanas atrás.

Nos hemos acercado a la puerta, por la cual un río de invitados se precipita hacia el interior. Me tenso, mientras suspiro. Llevamos casi un mes preparando esta noche y sin embargo no puedo evitar estar aterrorizada.

- Amelia - Gabriel susurra a mi lado el nombre ficticio que me pertenece - vamos a estar bien. Entraremos en esa fiesta, beberemos poco y cuando el resto se haya pasado con el alcohol conseguiremos algo de información. ¿Si?

Asiento temblorosamente y consigo esbozar una sonrisa teñida de rojo carmín, que tinta también la mejilla de Briel cuando le doy un beso. Intento esbozar la marca con los guantes que llevo puestos, cosa que los mancha.

- Ai, querida. Dejame ayudarte - la voz de una mujer suena tan cerca mío que me asusta, provocando que pegue un bote. La dama propietaria de ella tiene cerca de unos cincuenta años y va ricamente vestida. Me alarga un pañuelo de lino mientras sonríe con cierta falsedad - mi nombre es María. María Mola.

- Oh - me doy la vuelta para encararla, con la misma sonrisa fingida pegada en el rostro - ¿Esta magnífica fiesta es cosa suya? - ella agranda su cara de felicidad, con humildad claramente fingida - Es tan generoso de su parte y de parte de su marido...mi prometido y yo queremos expresarles nuestras felicitaciones.

La mujer parece hincharse ante los cumplidos y yo apreto tan fuerte el pañuelo entre mis dedos que siento que voy a hacerme sangre. Gabriel alarga su mano para agarrarme de la muñeca y deslizar sus dedos entre yo y la tela para que no me lastime. Además, en un intento de salvar la situación, se adelanta, iluminando a la señora Mola con una de sus sonrisas de galán.

- Está todo maravilloso, lady. - La risa tonta de la interpelada hace que mis dientes chirrien - me temo que no nos han presentado como es debido. Mi nombre es Joan Núñez y esta es mi hermosa prometida. - Besa mi mano, manteniendo en todo momento la fachada de seductor - Amelia Daurella.

- Es un placer tener a familias tan antiguas como las vuestras aquí, en mi humilde casa - la avaricia y la búsqueda de poder brilla en sus ojos diminutos. Su cara, menuda como el resto de ella, y los rasgos en general, enmarcados por el cabello grisáceo, le da un aire de ratón. Me imagino a Vic diciendo "de rata, más bien" - pero no os quedéis aquí fuera, pasad, adelante. El portero os solicitará la invitación y dentro tenéis bebida y comida. La subasta comenzará a la medianoche. Puedes quedarte el pañuelo

Desaparece con pasitos cortos y rápidos, como los de cualquier animalillo de cloaca. Me río ante mi propio pensamiento y Gabriel me mira, interrogante. Me acerco a su oreja para susurrarle.

- Gran actuación con la mujer rata, mi amor - lo último se lo digo rozando los labios con su oreja, secretamente complacida al ver como se estremece.

- ¿A que juegas, Mel? - cambia mi abreviatura adaptándola a mi alias actual, y mientras me encojo de hombros lo arrastro entre la gente, acercándonos a los dos hombres de seguridad, armados hasta los dientes.

Las invitaciones, falsificadas por un amigo de Gabriel, parecen dar el pego, ya que antes de que nos detengamos a pensar la locura que estamos haciendo nos encontramos en el hall de la mansión.

Cuando mis zapatos pisan la alfombra carísima que presenta la entrada, me detengo. A mi alrededor ya no hay miseria, no hay guerra. Solo lujo. Dinero. Señoras con grandes abrigos de pieles que agarran del codo a sus maridos, orondos señores, con bigote y relojes caros. Esta es otra España, donde no cabemos todos. Me repugna.

- Amelia - Gabriel me toma de la mano, que tengo enredada en su brazo - ¿Que ocurre?

Niego con la cabeza mientras pienso en la gente de la calle. Mi gente.

Reanudo la marcha, siempre sintiendo el apoyo cálido de mi compañero. Camareros vestidos de frac sirven champagne mientras dos señores, que parecen ser los mayordomos, van haciendo pasar a los invitados, para que no se amontonen.

Aprieto la mano de Gabriel, le sonrío y me dispongo a interpretar mi papel de la mejor manera posible.

Amaya Donde viven las historias. Descúbrelo ahora