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Antes de salir de la habitación volvió a echar una última ojeada a todos los presentes. Su hermana recostada en el respaldo de la silla con una sonrisa de oreja a oreja y su padre a su lado con una cara totalmente distinta. Estaba enfadado y los gritos que había recibido minutos antes solo corroboraban su expresión permanente de molestia. Tenía claro que la actual intervención de la policía en sus propiedades era cosa de su hermana Jennie, pero ella no la podía incriminar sin pruebas o solo recibiría una cachetada para emparejar su otra mejilla colorada. Después de todo, Lalisa solo era la hija de una prostituta y Jennie la niña de papá.

Salió con el rabo entre las patas y mordiéndose la lengua para no soltar cualquier barbaridad que se le ocurriera. Era una dama, por nada se hacía llamar "La Princesa", con miles de sirvientes a sus pies que ya se habían encargado de encontrar al informante de su hermana para enseñarle una lección.

Se acomodó su abrigo de piel al salir de la mansión y se introdujo con cuidado en la parte de atrás del elegante Rolls Royce Phantom purpura. El asiento de cuero blanco la recibió con gusto, moldeándose a su cuerpo al instante. El chofer cerró la puerta y todos los ruidos exteriores cesaron, dejando a Lisa en un ambiente de silencio absoluto para pensar en su siguiente movimiento.

La policía había requisado varios de los almacenes más importantes que poseía a las afueras de Seúl, llevándose consigo, una gran suma de dinero en cocaína y joyas. Todo eso constituía un desfalco demasiado grande como para solventarlo de un día para otro. Se podía decir, que le hervía la sangre, aunque tal vez la expresión se quedaba corta en comparación al enfado de Lalisa.

Llegados a su destino, el chofer abrió la puerta del automóvil y ella salió con paso elegante y vigoroso. Sus tacones anunciaron su llegada al gran almacén abandona donde había ido a parar el lacayo de su hermana. El interior era polvoriento y con un aspecto deteriorado. Por su mente pasó que cualquier ruido más alto de lo normal haría derrumbar la estructura de metal en la que se alzaba el almacén. En el lugar se encontraban sus dos fieles guardaespaldas a los lados de una gran y aparatosa maquina donde estaba recostado el agente de policía.

—¿Sabes para qué funciona esto? —preguntó señalando la estructura en la que el hombre de mediana edad se encontraba amarrado.

Lalisa se tomo unos segundos en observar el rostro del hombre, su barba de varios días y las irregulares pecas que florecían en sus mejillas. Estaba claro que el aliciente de su hermana para convencer al hombre de meterse con la mayor organización de droga en Corea era nada más y nada menos que su cuerpo. Y a lo mejor, la promesa de que conseguiría un ascenso en el cuartel en el que trabajaba.

—La Princesa te ha preguntado algo —alzó la voz uno de los corpulentos guardaespaldas al lado del hombre—. Deberías contestar.

—No te preocupes Jaewook, tal vez no sabe para qué sirve.

Una sonrisa apareció en el rostro de Lalisa, la misma con la que un niño abre un regalo nuevo, y es que ver el miedo y el sudor del hombre frente a ella le provocaba un regocijo mayor que el de una noche de sexo. Jaewook asintió a las palabras de la chica y volvió a su postura rígida con los brazos cruzados sobre el pecho. A la vista de cualquiera, los dos guardaespaldas se asemejaban a dos figuras de piedra, inmóviles en su posición.

—Te haré una pequeña demostración de cómo funciona. —Lisa se acercó hasta la palanca que sobresalía al lado derecho de la máquina y la giró como dando cuerda a una caja de música. El hombre que tenía los brazos y piernas atados formando con su cuerpo una estrella sintió el tirón de sus extremidades, profiriendo un grito agudo que corroboró el pensamiento de Lalisa—. Se trata de una gran caja de música, yo le doy cuerda y ella canta para mí.

Repitió la acción anterior y otro grito brotó de los labios del hombre. La joven chica era una gran fan de los instrumentos de tortura de la edad media y podía a firmar con total seguridad que el "potro" era su favorito.

—Solo tienes que decirnos el nombre del soplón —dijo alzando la barbilla del hombre para que quedaran viéndose a los ojos—. Solo dinos su nombre y te dejaremos libre.

Un leve murmullo salió de su boca, algo inteligible que tuvo que repetir con voz temblorosa:

—Me llegó un mensaje con las coordenadas firmado con el nombre de Nini. —un segundo después, el hombre empezó a implorar por su vida—. Por favor, suélteme, ya le he dicho le que quería saber.

Lalisa se irguió frente al hombre e hizo un gesto con la cabeza a sus dos guardaespaldas para luego dar la vuelta e irse. Obtener la información así de fácil no era interesante para ella, así que lo que quedaba era cosas de sus trabajadores. Al salir del almacén todavía se podían escuchar los gritos del hombre. Ya sabía lo que venía después, las delgadas extremidades no resistirían la tracción y las articulaciones se dislocarían. Luego de un par de vueltas más, la carne se rajaría y por último las extremidades se desprenderían del cuerpo. Un espectáculo de sangre grotesco y espectacular que se perdería por culpa de la poca lealtad del hombre.

Solo le entretenía la gente que aguantaba hasta el final sin decir una palabra, esos eran verdaderos merecedores de su presencia, no un debilucho que se creía cuanta palabra saliera de sus labios pintados de rojo.

Subió al choche y soltó un fuerte suspiro.

Nini o Jennie como de verdad se llamaba, le había declarado la guerra abiertamente y ella no se quedaría con los brazos cruzados viendo como su hermana subía peldaños hacía el puesto de su padre y ella se quedaba atrás.

La única merecedora de poseer Yongpil Pae era ella. 

Yongpil PaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora