Parte 1 (continuación)

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Rose se encogió como una gata en celo lanzando un aullido de placer, estaba como loca, se retorcía y hacía giros rápidos e increíbles con sus caderas, moviendo sus glúteos con una habilidad digna de una tigresa. La agarré del cabello y la jalé tirando hacia arriba, forzando su cuello y logrando que lanzara un grito, mezcla de queja y placer, mientras mi mano libre se hacía dueño de su clítoris y se lo pellizcaba entre el dedo índice y pulgar haciendo que se volviera incontrolable y peligrosa (sobre todo para mis partes “nobles”), pues se contorsionaba como una ninfómana agresiva y loca. Fue el momento que yo elegí para soltarle un manotazo en la nalga que le dejó una huella alargada y en forma de cinco gruesos dedos y que logró que aún se encabritara más dándome una coz que ni la mula francis en sus mejores tiempos. Me costó guardar el equilibrio y aún más mantener la erección pues la coz fue de aúpa y casi que me dejó sin respiración y sin testículos. No dejó que me recompusiera y se me lanzó como una profesional del rugby (el americano) noqueándome sobre la cama y sin dejarme capacidad de reacción se introdujo (sin anestesia) toda la polla en la boca. «He de confesar que no me defendí... ni ganas, al contrario, me estiré todo a lo largo de mi uno con ochenta centímetros y disfruté de lo lindo». Mis jadeos e insultos (soy muy guarro hablando cuando follo), creo que se llegaron a escuchar hasta en el cráter Valhalla, de Júpiter, si es que en él hubiera algún sistema de vida animal conocido (con oído). Mientras Rose no se paraba quieta y me pellizcaba los testículos, me los mordía, agitaba con sus dos manos mi polla, arriba y abajo, entrando y sacando de su hambrienta boca (si me descuido me la desolla viva), así que la agarré por el pelo (de la cabeza) y tiré de ella hasta lograr que montara a caballo sobre el miembro viril, rojo y morado de tanto roce y chupa, chupa y loco por explotar y soltar la leche (y no precisamente en polvo). Justo a tiempo pues nada más entrar en sus entrañas y explotar como una bomba de agua, ella se contorsionó sobre mí como un muñeco roto, lanzando alaridos y pegándome de puños en el pecho, tuvo un orgasmo de primera división (yo también).

Dos horas más tarde y frente a dos copas de vino.

−¿Cómo llegaste hasta aquí?−me preguntó Rose

Le enseñé mi brazo izquierdo, mostrando la pulsera.

−¡Usaste la pulsera de Alicia!−afirmó más que preguntó− ¿y cómo lograste que funcionara?−mostró una curiosidad inusitada en ella, pues todo le importaba un carajo.

−Pensé en ti− la dije y me quedé tan tranquilo.

De pronto empezó a sonar un ruido extraño, como una musiquilla de ultratumba... bueno, no tanto, era la banda sonara de una serie de los años 90 que a mí particularmente siempre me puso de los nervios, una que acababa en “x” (por no dar más datos, no sea que me quieran cobrar royalties).

−Perdona cariño−, me dijo Rose con fina ironía, cogiendo el teléfono móvil−, es el jefe, nuestro “adorado” Matías, le puse esta música en su honor, pues siempre que me llamaba era por algún asunto secreto que no se podía hablar por teléfono− decía mientras pulsaba la tecla “contestar−−¡chiss!−−me hizo con el dedo índice en los labios.

−−¡Jefe, que alegría escucharle!−−fingió poniendo cara de alegría Rose (como si pudiera verla), −pensé yo irónicamente.

Al sabueso Matías no lo engañó.

−−¡Calla, loca, y dile a ese desgraciado de Gabriel que se ponga!−gritó a pleno pulmón, con lo cual no hizo ni falta que me lo dijera Rose, lo escuché clarito.

Me puse ipso facto, a Matías no le gustaba esperar y menos el cachondeo (aunque eso lo sabía yo ya de sobra).

−−¿Qué quieres de mí viejo gruñón?−−sabía que eso lo repateaba pues teníamos la misma edad.

−−¡veniros los dos inmediatamente a mi despacho y, nada de jueguitos...−−lo de jueguitos lo entendí perfectamente, lo de ir los dos, no tanto. Pero como no se le puede discutir una orden a un jefe...

De nuevo hube de usar la pulsera, una vez y ambos dos nos recompusimos y aseamos un poco (esto de viajar gratis y a modo “exprés” es un chollo).

Hacía tres meses que no sabía nada de Matías «desde que acabamos con el clon de Alicia y sus compatriotas los “aqueleenes”». Demasiado estrés sufrido y padecido hasta que lograron extraerme el chip, sin peligro ya para mí, insertado en mi cerebro, por los científicos de Alicia, para hacerme ver y creer que era un asesino, caníbal y sin escrúpulos. (Y todo esto ocurrió cuando apenas era un bebe recién nacido, robado de una cuna doble donde también dormía mi hermano mellizo, −−nunca entendí por qué no se lo llevaron a él también−−, les hubiera costado lo mismo). Sonreí alegremente, no lo consiguieron, (aunque les faltó poco) para volverme loco, y sino lo consiguieron fue gracias a las “visitas” de mi abuelo que me puso sobre aviso y me evitó el desastre, gracias a esa circunstancia puedo hoy sonreír y contarlo.

Gabriel, un asesino sin serie 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora