Un clon de Gabriel anda suelto

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— ¡Pasa, y cierra la puerta! — farfulló Matías

Lo miré divertido, habían pasado unos meses desde la última vez que lo vi pero nada había cambiado, ni en su rostro ni en su despacho, todo estaba tal y como quedó el último día, cuando acabamos con la pérfida, fría y controladora Alicia. 

Matías, seguía con esa seriedad y brusquedad, tan característica suya (y con su misma mala leches). 

— Quítate esa estúpida sonrisa tuya del rostro, que no estoy de humor para aguantar tus “finas” ironías ¡collons! — me escupió exacerbado.

Malo -pensé- cuando Matías soltaba un exabrupto en catalán... algo estaba “oliendo” mal allí. Ciertamente (no solía hacerlo nunca, salvo cuando de verdad la cosa era grave y no estaba para coñas). Comencé a preocuparme entonces.

No obstante no perdí mi sonrisa burlona (tenía una fama que debía preservar a toda costa).

Así pues me senté enfrente de él en la única silla que había y que estaba, solitaria y llena de polvo, apoyada en una de las viejas paredes del despacho.

— Está bien, habla “viejo” y suelta lo que tengas que decirme — sino agacho rápidamente la cabeza me la arranca de uno de sus manotazos con su manazas de luchador de “pressing catch” (me tiró a dar dos veces), la segunda casi se me lleva una ceja.

— ¡Te dije que no estoy para tus bromas, joder! — gritó enfurecido.

No, si no hacía falta que me lo dijera, lo noté en el acto (segundos antes de que casi me hiciera las cejas a hostias). Entendí que no estaba ni era el momento para bromas y me aguanté (cosa rara en mi).

— Bien, habla viejo amigo — le pedí amablemente una vez acomodado en la vieja silla y mirándole directamente a los ojos.

Tenemos un imitador — me soltó como quien no quiere la cosa.

¿Y...? ¿es que ahora me vas hablar de alguna clase de espectáculo? ¿alguna fiesta de cumpleaños de algún amigo tuyo

¡No, coño, imitador tuyo... bueno, de Gabriel, tu eres Guillermo! — chilló Matías.

¡Eh, para el carro tío, que soy Gabriel, coño! Guillermo desapareció de su cuna al poco de nacer — arguyo, sin mucho entusiasmo empero.

El golpe que dio en la mesa me convenció que no era el mejor momento para llevarle la contraría así que me dispuse a mantener una digamos, seriedad mortuoria y, seguirle el rollo sin interrumpirle más.

Me has quitado las ganas de hablar, toma — me tiró sobre la mesa un fajo de papeles, sujetos por una goma enrollada varias veces sobre sí misma. Parecía más el libro de “el quijote” — llévatelos y los lees en casa con tranquilidad. Son los informes de estos últimos diez días sobre las “andanzas” de ese clon o copia tuya — dijo sin que yo osara interrumpirle. — Podrás observar que se está “esmerando” en seguirte los pasos, creo que te conoce muy bien, ten cuidado amigo —. su voz aquí se tornó amistosa y diría que hasta preocupada.

Solo le faltó abandonar su asiento y lanzarse a darme un fuerte abrazo, pero no, eso no lo haría nunca, era demasiado quisquilloso y orgulloso.

Justo al salir entraba Rose, que me guiñó un ojo picarescamente. Lo que hablaron ellos dos no lo sabré nunca (más que nada porque nunca me lo quisieron decir).

Cuando doblaba la esquina, en dirección a las escaleras hacia el laboratorio, aún pude escuchar el grito de Matías — ¡Siéntate coño! Me imaginé a Rose haciendo un mohín de disgusto y... mandarlo al diablo.

Cuando entré en el laboratorio lo primero que hice fue buscar al bueno de Bogdan por toda la estancia, sin hallarlo. En su lugar me encontré con una muchacha que apenas, según pude observar, sobrepasaba los veinte o veintiún años. Aquello me sorprendió mucho, no por la muchacha, que podía ser una estudiante en practicas, sino que, no estuviera mi buen amigo Bogdan esperándome, sabía lo ansioso que estaba por verme.

Perdone — se dirigió a mi la jovencita —, no puede estar usted aquí...

Le puse mi credencial entre sus dos grandes y negros ojos mientras le decía; Soy Gabriel, jefe del laboratorio ¿y tú, quién eres?

Perdone señor... es que al verle con ese montón de papeles en la mano me pensé que era usted el becario que se había equivocado de planta.

Había un deje de ironía y burla en su voz que no me pasó desapercibido, lo que me hizo sospechar que sabía más de mi que lo que me decía.

¿Y mi ayudante Bogdan? — la corté en seco, no tenía ganas de seguirla la corriente, Matías me había amargado el día.

El señor Bogdan hace mes y medio que nos abandonó, señor.

¡Qué dices! — salté sobresaltado — ¿Mi amigo Bogdan... está muerto?

¡No! No señor, que se fue, se marchó, vaya que nos dejó... que... — la chica cada vez parecía más nerviosa.

Perdone, que no me explico bien, quería decir que el señor Bogdan, decidió marcharse a su país, se fue con su amigo y camarada de la universidad, Javier Haro, quien le había ofrecido hacerse cargo de los laboratorios de genetica forense de Moscú, donde el señor Javier Haro ostenta un importante cargo.

Aquello me estaba sonando ya a“chino” ¿Bogdan, el Bogdan que yo conocía... jefe de un laboratorio de genética y, encima en Moscú? ¡imposible! Esta muchacha me estaba tomando el pelo. — pensé que, Matías, me debía un montón de explicaciones.

Mi buen amigo Bogdan no estaba allí así que, como aún me quedaban un par de días por disfrutar de mis vacaciones, me largué de allí sin decir ni adiós.

Por supuesto no pude ver la cara maliciosa ni el modo en que le brillaron los ojos a la muchacha (de quién ni supe ni quise saber su nombre) al verme salir.

Lo sé, lo sé, culpa mía...

Gabriel, un asesino sin serie 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora