Nuevo crimen, nueva investigación, nuevo problema

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Gerardo Ríos, llamado artísticamente “el gran pollón” (y no precisamente por “empollar”). Estaba harto, se había cansado de que lo dirigieran, no solo artísticamente en las cintas “X” sino también en su día a día. No aguantaba más, sabía que estaba hasta el cuello, también sabía que, quien se metía en ese mundo estaba condenado de antemano a morir en él. No solo eran las películas porno, (en las cuales disfrutaba, eso era cierto, no todos podrían decir que follan todos los días, a todas horas y, encima, cobrando). Pero el problema no era el porno, no, era la cochina droga, la droga que se vio forzado a vender, apenas empezar su primera película y escasamente al segundo día de rodaje... a fuerza de ser eliminado si no lo hacía (y no solo de la película precisamente).

Al principio fue el miedo, tenía que reconocerlo — se decía Gerardo, pensando para sí mismo — , pero luego ya todo le dio lo mismo. No fue sino hasta enamorarse de Merche, «Merche... aquella muchachita, apenas una niña, de adorables labios y pequeños senos, apenas florecidos. Una niña con muchos problemas, violada una vez tras otra por su padrastro (al parecer con el beneplácito de su madre, la cual se consolaba de los cuernos de su marido con su hija, a base de ansiolíticos y mucho alcohol). Ella fue la causa que le hizo recapacitar en su puerca vida, en lo vacía de contenido y, sobre todo, en el daño que le estaba haciendo a los jóvenes siendo cómplice directo de una cosa tan despreciable como lo era la venta de droga. Fue entonces cuando se propuso firmemente dejar ese mundo infecto y para ello forjó el plan perfecto (o al menos él así lo creía).

Merche estaba preparando su maleta, lo había decidido por la noche, al irse Gerardo, después de haber pasado la noche juntos disfrutando del sexo sin cámaras y sin interrupciones. Estaba cerrando la maleta cuando llamaron a la puerta con los nudillos.

— ¿Quién es? — preguntaba Merche mientras corría a esconder bajo su cama la maleta.

— Ábreme querida, soy yo, Gerardo.

Merche enarcó las cejas mientras pensaba; “no es posible... quedamos en que iría yo en su busca...”

— ¡Abre coño que tenemos que hablar! — sonó la voz fuera.

— Está bien, está bien, ya voy, un segundo, estaba a punto de ir a la ducha y estoy desnuda —. Corrió Merche a desnudarse y ponerse un albornoz.

Al abrir, Gerardo entró en tromba ordenándola seguidamente que echara todos los cerrojos y que lo siguiera a la terraza. Merche se quedó cortada y no supo qué decir pero, hizo lo que él le dijo que hiciera sin rechistar. Una vez en la terraza, Gerardo se volvió hacia ella y se llevó el índice a los labios a modo de pedir silencio.

— Tienes micrófonos en toda la casa, llevan tiempo vigilándonos, debemos de ser precavidos — . La dijo en apenas un susurro.

— Pero qué... — intentaba preguntar Merche — notó Merche algo extraño en Gerardo, no sabía el qué pero no le gustaba lo que la hizo sentir.

— Toma — dijo Gerardo adelantando la mano y callándola con un gesto concentrado.

— Lo que la daba era un camafeo — es un camafeo de plata, herencia de mi madre, para mi es una joya de gran valor personal, aunque lo realmente valioso está en su interior. Guárdalo, en sitio seguro, te lo vendrán a pedir, solo tienes que darles lo que está escondido dentro.

Un gesto enérgico de Gerardo la obligó a callar de nuevo.

— ¡Vete ahora a duchar, tienes que marcharte enseguida del apartamento! Yo mientras haré una llamada, espero llegar a tiempo... — Antes de salir disparada a la ducha, Merche tuvo tiempo aún de darse cuenta del gesto preocupado de Gerardo y de su rostro convulso y sudoroso. Cuando salió de la ducha buscó por todo el apartamento a Gerardo sin encontrarlo, hasta que salió a la terraza y escuchó un griterío que venía de la calle. Al asomarse pudo contemplar una marea de gente que señalaban y miraban hacia arriba y una enorme mancha de sangre debajo de un cuerpo totalmente aplastado y destrozado. Merche se llevó la mano a la boca para ahogar un grito, acaba de reconocer la ropa del cuerpo aplastado y, ¡el cuerpo aplastado en la calzada era Gerardo!

Gabriel, un asesino sin serie 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora